Miércoles 2 de julio de 2003

Mediomundo

Brújulas

 

El artilugio no existe. Que yo sepa, nadie pergeñó aún en su laboratorio una brújula de los sueños. No por eso dejo de preguntarme varias noches a la semana por dónde andarán los míos. Es que a veces tengo miedo de no estar cumpliendo con mis propios designios, de no serle fiel al espíritu que me creó. De estar errando en la meta. Hablo de hacer lo correcto, ahora, hoy. Sinceramente no estoy seguro de nada. En ocasiones especiales, como cuando disfruto de una cena con un amigo, creo que entiendo. Siento que, por fin, entiendo. Que, loco, esa es. El resto del tiempo divago. Como los monos me rasco los sobacos sin saber si es un piojo o la neurosis lo que me chupa la sangre.

A falta de esos equipos que aún nadie inventó, me aferro de las personas y de sus historias. Leo diarios de vida de otros que iluminan zonas del camino que he emprendido. Si dan vueltas por ahí, mejor. Si han vivido más de una vida en los últimos 10 años, salud, brindo por ellos. Si tienen una mirada triste y ya no pretenden más que un cielo azul, magnífico. Si se esconden de mi ansiedad de pupilo idiota, si están un poco hartos como debían estarlo Siddharta, Cristo y Suzuki en sus últimos años de vida, más me empeño en entrevistarlos, en robarles un poco de sabiduría. Porque, una cosa puedo decir, el conocimiento deviene de la disciplina y la sabiduría de la audacia.

Carlos Olmo es uno de esos vagabundos contemporáneos a los que no dejo de fisgonear. Hace un par de años decidió que su vida debía cambiar radicalmente. Optó por tomar sus propias postales del mundo que cada mañana lo invitaba a hacerle el amor. Primero con unas valijas imposibles (con rueditas y todo!) y, finalmente, provisto de una cómoda mochila, salió a mirar para dejar de simplemente ver el horizonte. Merendó con los gorilas de montaña en Virunga (Zaire), se alojó en las plantaciones de café con los rastafaris en las Blue Mountains (Jamaica), entre muchísimas otras experiencias increíbles. Por supuesto, estuvo en la Patagonia, a la que conoce bien.

Su sitio en internet (www.vagamundos.net), su causa, sus sueños, me han servido de referente. De un modo particular Carlos Olmo, personifica una de esas brújulas que necesito para seguir (y que "seguir" no suene a un eufemismo, por favor). Me alegra saber que un día concluirá su "Vuelta al mundo en 80 cibercafés", pero no hoy. Cuando llega la hora señalada yo también hago el bolso y busco con quien emborrarme de vino y palabras en noches sin fin.

Ayer leí sobre Frank Robert Kull un lunático maravilloso e inspirador que se internó un año en una isla del sur del planeta. El lugar sin nombre, de 200 por 300 metros, está ubicado en el fiordo Staines, al cual se accede después de 10 horas de navegación desde Puerto Natales, Chile Frank quiso experimentar la más pura soledad. Durante 12 meses se dedicó a reflexionar acerca de cómo lo afectaba su decisión, cuáles eran sus sensaciones sin ninguna otra persona a varios cientos de kilómetros a la redonda, qué significado tiene la existencia humana.

En definitiva, hizo algo que los griegos hicieron mucho y que a esta altura es un lujo y un objeto colección: filosofar. Ahora que ya está de regreso en su tierra, Vancouver, tiene proyectado escribir un libro. No ha querido volver a la isla a filmar un documental porque para él se ha transformado en un lugar sagrado "Siempre surge la pregunta ¿Por qué estamos acá? Yo creo que es para vivir lo más profundo y plenamente, para amar, explorar y tener respeto por los demás y la naturaleza", dicen que dijo.

Vivir lo más profundo. No quiero olvidarme de eso. No de eso.

Claudio Andrade

candrade@rionegro.com.ar

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