Miércoles 2 de julio de 2003

Algo más que la amante de Sarmiento

La biografía de Aurelia Vélez escrita por Araceli Bellota acerca las convicciones, los prejuicios, los caudillos y los conflictos que marcaron el siglo XIX en la Argentina.

 

05_-f1_p0c_smp
Aurelia pagó las consecuencias de una vida sin hipocresías.

"El cielo me proteja de la pequeñez, de la pasividad y de la suavidad", escribió Vita Sackville-West en 1918. Y Araceli Bellota eligió esa frase como epígrafe para su libro "Aurelia Vélez, la amante de Sarmiento. Una biografía amorosa". Muy acertada.

Aurelia Vélez fue una mujer atípica para su época. Y aunque se la define como "la hija de" Dalmacio Vélez Sársfield o como "la amante de" Sarmiento, no es por falta de méritos propios. Al contrario. Es una de las pocas mujeres de su época que pasó a la historia. Aun una historia escrita y protagonizada por hombres.

Estudió cuando las mujeres no estudiaban, participó en política mientras sus pares hacían bordados, trabajó como secretaria de su padre en la redacción del Código Civil, fue una amante discreta pero no oculta y mucho menos vergonzante, viajó sola varias veces a Europa cuando tal cosa era poco menos que una confesión de libertinaje. Vivió, en fin, rompiendo barreras, empujando límites. Y padeció las consecuencias.

La propia Araceli Bellota lo expresa en el prólogo, al señalar que escribir la vida de Aurelia Vélez "significó luchar con muchos años de tradición historiográfica tendiente a eliminar de la historia argentina la existencia de las mujeres". A lo que se agrega, en este caso, "la pacatería de ocultar a las que se atrevieron a desafiar las 'buenas costumbres' de su época, que como a veces también en la actual, no abarca solamente la moral sexual sino también la osadía femenina de la inteligencia y del pensamiento".

Esta biografía tiene varios méritos. Está bien escrita, no tiene eufemismos ni ocultamientos, y pinta con rigor el contexto social y político de una época de grandes transformaciones. Hurga en lo público y en lo íntimo. Vincula ambos costados de los personajes de la historia con igual esmero. Reconstruye así una realidad integral, contribuyendo a la comprensión de actos de gobierno o decisiones de vida de personas tan controvertidas como Domingo Faustino Sarmiento, Julio A. Roca o Dalmacio Vélez Sarsfield.

Además, tal vez sea el mejor costado para acercarse a Sarmiento. El Sarmiento de los afectos profundos, de la ternura, de las confesiones, de la amargura tras las derrotas políticas, de conocer el placer que le proporcionaba el contacto con la naturaleza, su amor por las incontables mascotas domésticas y su pasión por defender sus convicciones aun a costa del insulto o la crítica ácida.

Aurelia Vélez nació durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas y murió al finalizar la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen, a los 88 años. Durante treinta años fue amante de uno de los hombres más notables del siglo XIX y que marcó transformaciones profundas en el país.

Antes, se había casado muy joven con su primo Pedro Ortiz Vélez, médico y político, de quien se separó meses después luego de que, al parecer, él mató a su secretario al ver que abrazaba a Aurelia. Ortiz fue declarado demente, y se cree que fue más que para protegerlo de una condena que porque lo fuera, y partió a Chile sin que volviera a saberse de él. La tragedia y el escándalo, en una Buenos Aires pequeña, lejos de amedrentar a Aurelia la incorporaron a la vida pública.

Desde entonces fue secretaria de su padre, quien fundó y dirigió durante gran parte de su vida el diario "El Nacional", pero fue recién bajo el aliento de Sarmiento cuando Aurelia Vélez publicó sus primeros artículos periodísticos, inicialmente crónicas de viaje narradas en estilo coloquial y hasta íntimo y luego verdaderas piezas que podrían inscribirse en el "nuevo periodismo" por su fuerza testimonial y su estilo franco.

Inteligente y culta, enemiga de la hipocresía tradicional y de las formas afectadas de los "nuevos ricos", Aurelia se pinta a sí misma en las frases de la carta que escribió en París en noviembre de 1900, 12 años después de la muerte de Sarmiento, cuando supo que pensaban erigirle un monumento en el parque de Palermo: "Ese hombre fue mi hombre. Yo lo abracé y lo besé. Apoyé mi cabeza sobre su pecho y él la sostuvo con esas manos enormes y fuertes. Compartí sus incertidumbres y sus angustias. Lo ví dudar y alegrarse. Tuvimos miedo y muchas veces lloramos juntos. Y ahora quedará hecho estatua en medio de esos árboles de los que tantas veces me habló y que yo misma lo vi plantar. No, no quiero verlo convertido en bronce..."

Alicia Miller

amiller@rionegro.com.ar

Copyright Río Negro Online - All rights reserved
Tapa || Economía | Políticas | Regionales | Sociedad | Deportes | Cultura || Todos los títulos | Breves ||
Ediciones anteriores | Editorial | Artículos | Cartas de lectores || El tiempo | Clasificados | Turismo | Mapa del sitio
Escríbanos || Patagonia Jurásica | Cocina | Guía del ocio | Informática | El Económico | Educación