Sábado 19 de julio de 2003
 

El vicepresidente

 

Por Jorge Gadano

  Al contrario de lo que establecen las constituciones de los países hispanoamericanos, que imitaron a la estadounidense, la posrevolucionaria de los Estados Unidos Mexicanos, aprobada en 1917, no tiene vicepresidente. Con lo cual, si se da algún caso de vacancia definitiva de la presidencia, no queda más remedio que convocar a una nueva elección para elegir al sucesor.
Dicen en el país azteca que así se fortalece el mando presidencial, a la vez que se evita toda tentación conspirativa contra el presidente -que puede llegar al magnicidio- en quien está nombrado para reemplazarlo.
En la Argentina varios vices concretaron su misión constitucional de reemplazar al presidente fallecido, derrocado por una revuelta popular como Juárez Celman o, como fue el caso de Ricardo Ortiz, gravemente enfermo y ciego. Ellos fueron Pellegrini, José Uriburu, Figueroa Alcorta, De la Plaza y Castillo. Menos los dos últimos, los demás ganaron así el derecho a que se designara con su nombre una calle importante de la ciudad de Buenos Aires.
A los que fueron laderos de presidentes políticamente fuertes y de buena salud la historia los ha olvidado. No pasaron de ser figuras decorativas, meros suplentes ausentes del gran juego, designados por la Constitución para presidir el Senado al solo fin de que tuvieran algo que hacer.
Con todo, hay algunos ejemplos, en los últimos 50 años de la historia política argentina, demostrativos de que la Constitución mexicana fue sabia. Lo han sido también los mexicanos, que primero hicieron una revolución que puso a las Fuerzas Armadas bajo el mando del poder constitucional y luego, a partir de la estabilización del país con la presidencia de Lázaro Cárdenas, votaron candidatos física y mentalmente sanos.
El primero de esos ejemplos fue el del vicepresidente de Arturo Frondizi, el maestro Alejandro Gómez. Acosado Frondizi por los "planteos" militares, Gómez fue visto como alguien apto para sucederlo en el caso de que la presión de los generales se tornara irresistible. "¿Y a mí por qué me miran?", fue el epígrafe de una caricatura que interrogaba a Gómez sobre sus intenciones.
En el final de la puja Gómez, forzado a renunciar, perdió. Frondizi proclamó ante los golpistas que no cedería, no renunciaría ni se suicidaría. Pero el 29 de marzo de 1962, después de haber permitido que el 18 de ese mismo mes un peronista ganara las elecciones -que anuló "ex pos facto"- en la provincia de Buenos Aires, fue depuesto y enviado al hotel Tunquelén. Mal, pero mejor Bariloche que Martín García.
Un caso más reciente de vicepresidente-que-no-se-lleva-bien-con-el-presidente fue el de Carlos "Chacho" Alvarez. Algo patético porque después de aconsejar a críticos de su partido que debían "aprender a construir poder", renunció y se fue sin pena ni gloria.
Y, por fin, la actualidad. Néstor Kirchner, el presidente que llegó a la Rosada por uno de esos guiños de la historia es, no obstante, un hombre en quien la política es una vocación. Cuando, hace poco, se empezó a saber algo de él, la ciudadanía pudo enterarse de que ya en los setenta, militante de la Juventud Universitaria Peronista, se interesaba en los asuntos públicos.
La biografía vicepresidencial es otra, distinta y aun opuesta. Daniel Scioli es una de las creaciones exitosas de Carlos Menem, como Palito Ortega o Carlos Reutemann. Está, por lo tanto, de más decir que sus sentimientos hacia los familiares de los desaparecidos se encuentran a mucha distancia de los que expresa Kirchner.
Es claro que el pensamiento del vice no puede ni debe ser una copia del presidencial. Tampoco se le puede exigir que renuncie a toda aspiración a competir por la presidencia cuando se abra la oportunidad constitucional. Pero el caso es que, cuando el nuevo gobierno todavía no ha cumplido dos meses, Scioli está dando muestras de que, antes que un vice, se consideraría un co-presidente.
Una señal de que es así brota de una nota firmada por Jorge Elías en "La Nación" hace algunos días. La noticia, exclusiva, dice que Scioli recibió de Jeb Bush, hermano del presidente George Bush y gobernador del Estado de Florida, una nota de agradecimiento por el apoyo brindado a la ciudad de Miami como sede de una próxima reunión del ALCA. El portador de la carta fue el embajador Guillermo Lauredo, norteamericano de origen cubano. Scioli, a cargo de la presidencia, habló con él en la Rosada durante unos 20 minutos.
Lo que singulariza a la visita fue que se hizo sin conocimiento del embajador de Estados Unidos en Buenos Aires, James Walsh, y que Lauredo ratificó a "La Nación" que su país no está dispuesto a negociar el ALCA con bloques como el Mercosur. Pero en la última reunión del Mercosur realizada en Asunción, de la que participó Kirchner, se acordó que la negociación no se haría individualmente, país por país, sino en bloque.
En su discreta visita, Lauredo tuvo el acompañamiento de un argentino, Patricio Lombardi, y se reunió -informó Elías- "con personalidades del sector público y privado", a las que transmitió el mismo mensaje: no a los bloques.
     
     
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