Domingo 15 de junio de 2003

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Ultimos atropellos centenarios del Neuquén

Por Francisco N. Juárez

Tras el encarcelamiento de D'Achary, no cesó la indiferencia hacia el delito en complicidad con el equipo gobernante. Tras las rejas conoció al comisario Abel Chaneton.

 

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Una alameda enmarca la comisaría

Frío lacerante y típico silencio invernal. Lo interrumpen unos chasquidos de pasos sobre la escarcha. Es miércoles 10 de junio de 1903. El cielo gris y la raquítica alameda enmarcan el perfil de un policía que termina su caminata, sacude sus pies y entra en la comisaría del Chos Malal (va avisar que la asaltada anciana Felipa Yateñi está camino del poblado disgustada con la policía). Un poco más allá, en la celda de prisioneros número 6 de la cárcel de la capital del Neuquén, se retuerce y tirita la figura pasional del entonces periodista Adolfo León D'Achary. Ya ha llegado al Ministerio del Interior, la denuncia telegráfica de su caso suscrita por buena parte de vecinos que entendieron que sólo está preso por publicar en el diario El País los abusos del oficialismo territorial. Pero el elenco del ausente gobernador Alsina tiene la espada de Damocles: el informe a punto de ser suscrito por el interventor Gallardo afirmará el pulso del presidente Roca.

 

Una historia, 2 personajes

 

En segundo plano comienza una historia de dos personajes -el propio D'Achary y Abel Chaneton- que trillarán carriles distintos en sucesos diversos, en especial en la Gran Fuga de presos del Neuquén y en sus peores consecuencias. Pero en esta semana de 1903 D'Achary era corresponsal de El País. Es un joven ilustrado, que ejerce la procuración, se ha entreverado en otros tiempos con tareas gubernamentales y conoce las vísceras de la burocracia. Pero lo desborda la impaciencia de los corajudos, algo que lo llevará varias veces a la cárcel.

Chaneton está en esos momentos por volver a su puesto de comisario de Chos Malal, de manera que lo compromete el desacierto de la gestión Alsina. También es un pasional aunque su utopía sobre la Justicia lo llevará a varios enfrentamientos y dará pelea en el periodismo. En la Gran Fuga de 1916 D'Achary no sólo será uno de los evadidos: estará acusado como autor del plan. Unos sucesos derivados la evasión de presos, conocido como la tragedia de Zainuco, lo tomará a Abel Chaneton como periodista -profesión que abrazó con pasión sin desmerecer su trabajo como munícipe- empecinado a desenmascarar aquel suceso. Su vehemencia lo llevó a una lucha que terminó en su lamentado asesinato cuando todavía era director fundador del periódico "Neuquén" que apareció el 7 de noviembre de 1908.

 

Vieja maniobra

 

D'Achary fue avisado en prisión que tenía visita: la vieja Felipa, desprolija y machucada. Los porteños lo leyeron el jueves 11 de junio porque el corresponsal de El País encarcelado pudo pasar los datos para el telegrama. Decía: "En la celda de prisioneros número 6 en que me encuentro aún alojado (desde la noche del 5 de junio) presentóseme la anciana Felipa Yateñi pidiéndome hiciera conocer a El País la noticia de escalamiento, fractura y robo que se cometió en su casa de campo situada en la costa del Curileo. Hace varios meses le fue hurtada una cantidad de cabras y hoy mientras conducía las restantes al valle de Tirhuel para asistir a su esposo ciego, fue víctima de un nuevo salvajismo, sin que aquella ni esta vez hubiese despertado de su larga inacción a la policía del inepto Alsina". Acotaba la información que el sur neuquino estaba también agitado, brotaban las quejas en todos los parajes y sólo se esperaba los efectos de la intervención.

En Chos Malal se desconocía que el telegrama de los vecinos había reportado su efecto ya que Roca y su ministro del Interior trabajaban para que las autoridades neuquinas aclararan el encarcelamiento de D'Achary. A la vez, un atropello contra el comerciante español José Basabe -con 12 años de residencia en Chos Malal- indignaba. Según su telegrama, "tengo invertidos todos mis capitales distribuidos en propiedades, en explotación de industrias y en el ejercicio del comercio en todos sus ramos...".

Se había suscitado un abuso judicial por haber sido fiador de un detenido, y que, sin que fuera condenado el beneficiario de la fianza, procedió el secretario del Juzgado Letrado, Ceferino Quevedo, a embargarle la casa por un total de mil pesos.

 

Caridad y embargo

 

En realidad salió fiador "como un acto de caridad" hacia el vecino Pedro León del Río, que estaba procesado por el delito de lesiones leves. Pero la situación se agravó por haber fallecido el lesionado y acusar el certificado médico de grave responsabilidad al agresor. Del Río fue entonces encarcelado, de manera que caducó automáticamente la oferta de la fianza, pero Quevedo ordenó el ya aludido embargo. Basabe carecía aún de títulos de su casa, pero ya no importaba porque era lógico que al perder la libertad el acusado caducaba la fianza. Le embargaron de su comercio 30 cajones de bebida fuerte pasándoselos a un depositario extraño (no hay que olvidar que el propio juez cuando atropelló D'Achary lo hizo en estado de ebriedad).

Casi a la medianoche del 15 de junio liberaron a D'Achary. A primera hora del martes 16 corrió a despachar un telegrama para El País que lo publicó al día siguiente. "A última hora de ayer -decía D'Achary- fui puesto en libertad y pocas horas antes de mi salida se me hizo presente por los voceros del oficialismo, que mi vida estaba amenazada de muerte por el juzgado letrado, por el gobernador interino señor Bravo y por el comandante Montiel si insistía en mandar noticia a este diario denunciando... Hoy me dirigiré al Ministerio del Interior pidiéndole garantías sobre mi vida preparándome entretanto para repeler por la fuerza toda provocación que me dirijan...".

Para el 21 de junio se notaba gran agitación en la casa de gobierno de Chos Malal, donde se trataba de contestar los informes pedidos por el presidente de la República y el ministro del Interior. La administración Alsina estaba al caer, retornaba como comisario Abel Chaneton y en Buenos Aires el Congreso Nacional interpelaba al ministro de la Guerra general Ricchieri por un presunto mal de negocio de armas: la compra de los cañones que fallaron en las maniobras de Campo de Mayo.

fnjuarez@interlink.com.ar

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