Domingo 1 de Junio de 2003 | ||
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El justo medio | |
Añoranzas del pueblo que fue, memorias de acequias y álamos, de vecindad de damero en torno de la plaza principal. Pero el San Martín de escala acogedora está cambiando. Tanto que más de uno quisiera poner tranqueras al desborde. El multiplicar de nuevos vecinos plantea problemas, que van desde la necesidad de infraestructura a la convivencia urbana por un sitio de estacionamiento. Ese crecimiento es inevitable y podrá acercarse a un desarrollo armónico o al caos, según las decisiones políticas que se asuman. Resulta claro que San Martín -como se ha abordado con datos en otras entregas de esta columna- es atractivo para quienes buscan trabajo al amparo de turismo y construcción, y para quienes procuran invertir en esos y otros rubros. El impacto de ese movimiento se hace sentir, produce riqueza y descalabros con la misma facilidad. En la semana, la Asociación Hotelera y Gastronómica envió una nota al Deliberante, pidiendo una medida cautelar que suspenda licencias comerciales para nuevos emprendimientos gastronómicos, en la certeza de que la oferta está sobresaturada. Es verdad. Sugiere una desproporción que haya más de 120 locales dedicados a gastronomía, con 5.500 cubiertos para 5.800 plazas hoteleras, y una ocupación anualizada que recién hace un par de temporadas despegó del histórico 35 por ciento. Ahora bien, parece cuando menos materia opinable impedir -incluso por 120 días- abrir un restaurante a alguien con legítimo interés, sólo porque hay demasiados gastronómicos en el pueblo. En particular estarían en juego principios vinculados con el libre ejercicio del comercio, la mismísima igualdad ante la ley y el derecho a la competencia. Los inevitables cierres por saturación de oferta son, para muchos teorizadores de la economía, el modo más sano de autoregulación. Constituyen, podría decirse con crudeza, un principio darwiniano: la selección natural de la "especie..." Pero esta idea de "dejar hacer" al mercado también resulta discutible, y acaso un exceso si se piensa en las consecuencias sociales que podrían ser evitables. Así, convendría abrevar en ese principio de la virtud moral aristotélica que es "el justo medio". Indica que la virtud se encuentra a la mitad del camino entre el exceso por sobreabundancia y el defecto por ausencia. En esa línea, podría evitarse toda medida directa que resulte restrictiva para instalar un negocio honesto, pero disponerse en cambio de acciones que encaucen y orienten la inversión y el crecimiento. Por caso, podrían ensayarse regulaciones sobre qué es un local gastronómico y qué no. Hoy, hasta hay "drugstores" que ofrecen comida, y hoteles que pasaron del desayuno al almuerzo y la cena, sin mediar normativa alguna. También -sólo a modo de ensayo de ideas- podría crearse una unidad municipal para contacto con el inversor. Con datos del mercado, podría sugerir opciones en sintonía con una noción consensuada del desarrollo sustentable de la ciudad, apoyada en relevamientos periódicos. En paralelo, un régimen de promoción que beneficie a ciertas actividades, según estudios de demanda insatisfecha. Debería alcanzar incluso a los rubros que no sean significativos por monto de inversión o puestos de trabajo, pero que se tornan importantes si es que no los hay o son escasos. Por ejemplo: faltan gomerías de tiempo completo. Hay plenitud de farmacias en el centro, y poco y nada en los barrios. La nota de la Asociación Hotelera da muestras de un problema más complejo que la abundancia de restaurantes. Se trata de las distorsiones de un crecimiento sin orden, que no necesariamente será resuelto con prohibiciones arbitrarias o haciendo la vista gorda.
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