Miércoles 4 de junio de 2003

Soria insiste en los golpes bajos

Carlos Soria no logra desprenderse de un estilo por lo visto inescindible de su personalidad. Consiste en descalificar -o amenazar hacerlo- a sus contrincantes de turno con lenguaje degradado. Como es un hombre temperamental y nada discreto, sus comentarios suelen ser escuchados en recintos públicos, tan orgánicos como una unidad básica o informales como un café.

Anteayer fue en una radio. En "FM Bariloche" dijo que "necesitamos un intendente que no tenga cara de zonzo, sino que tenga cara de vivo". Lo hizo en el contexto de una crítica al actual intendente Alberto Icare.

No han sido pocos los que sufrieron los comentarios del candidato peronista, que alcanzaron la discriminación o la ofensa. Tiempo atrás Eduardo Rosso fue uno de sus más duros blancos. Se recuerda cómo en un hotel de Viedma le espetó insultos referidos a un integrante de su familia. A su turno, Remo Costanzo, Juan Carlos del Bello y Julio Arriaga, entre otros, fueron víctimas de sus mensajes.

En el caso del intendente cipoleño, asistentes de una mesa en una confitería de Roca oyeron atónitos a principios de este año a Soria dando rienda suelta a sus expresiones.

También el candidato reaccionó con un exabrupto cuando Arriaga se mostró con Adolfo Rodríguez Saá en Cipolletti en marzo. Dijo: "Me pone bien que un delincuente como Rodríguez Saá hable mal de mí, porque la gente piensa de él que es un corrupto, que manipula a la justicia y hasta que perdió la virginidad en una noche de fiesta". Y llamó "fiesteros" a los que lo fueron a escuchar.

Ya desde su polémica función en la SIDE, la indiscreción ha sido una de las características más visibles de Soria.

De hecho fue despedido en julio del año pasado luego de que se entrometió -y entrometió al gobierno- en el Poder Judicial cuando a principios de enero de 2002 se reunió con jueces y camaristas en el departamento de una magistrada. Por ese episodio fue acusado de coaccionar a la Justicia para enviar al ex ministro Domingo Cavallo a prisión.

Desde entonces, su pasado por el organismo de inteligencia parece ser un estigma ocasionalmente empleado en el amague de brindar información "comprometedora" para asestársela a un adversario.

Está claro que Soria presta escaso oído a quienes intentan contener su verbo cuando se convierte en grosero. Sus mejores consejeros tienen en claro que la incontinencia del lenguaje de Soria puede transformarse en un problema político.

Italo Pisani

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