Miércoles 18 de junio de 2003
 

Los legistas y la Corte: apenas la sombra de la aristocracia

 

Por Gabriel Rafart

  El 11 de mayo de 1831, Alexis Charles Henri Maurice Clerel de Tocqueville llegaba a la isla de Manhattan. Nueve meses duró su estadía en los Estados Unidos. Suficiente tiempo para acumular datos que años más tarde se transformarían en insumos vitales para una de las obras pilares de reflexión política de nuestra modernidad. Hablamos de "La democracia en América". Un texto bien comprendido en su tiempo tanto por liberales como por conservadores, debido a que alimentó programas y protagonistas durante el resto del siglo XIX de tiempos heroicos para ambas tradiciones políticas .
Sin necesidad de adherir a ninguna de aquellas tradiciones, "La democracia en América" contiene lecciones de carácter obligatorias para entender la manera en que una determinada institucionalidad política logra pensar las democracias. Una obra publicada por primera vez en Francia hacia 1835 que miraba el presente de los Estados Unidos, considerando el futuro y pasado de la Europa del antiguo régimen desde el prisma de la democracia como realidad, principio y porvenir. Además de atender a los componentes institucionales de los regímenes políticos de su época, estudiaba sus fundamentos culturales. Analizaba lo que entendemos actualmente como cultura política y su entidad entre los profesionales del derecho, a los que identificaba como "legistas". En esa cultura cuenta el "espíritu legista" que los anima para conocer el tipo de política concebida.
La profundidad del pensamiento de Tocqueville tiene actualidad y merece su regreso a estos tiempos de comportamientos aciagos en nuestra institucionalidad política. Sobre todo lo sucedido en esta hora presente con el desempeño del máximo tribunal de justicia de la Argentina, pero también con el control casi monopólico de los hombres de leyes en las instituciones de la república.
Siguiendo la letra de Alexis de Tocqueville, nuestra Corte Suprema sí constituye un cuerpo conservador, propio del carácter de los hombres de derecho, bajo contornos aristocráticos, pero con integrantes que sólo aceptan las consecuencias últimas de su espíritu y no aquellos fundamentos que hacen a su legitimidad. Es que estamos expuestos a algunos de sus actores individuales y una estructura colegiada que se conforma con ser una valla contramayoritaria a la democracia, pero no una fuente de legitimidad consagrada en el estudio y la autoridad, sin ánimo de partido.
El autor de "La democracia..." asume su punto de partida cuando refiere a la autoridad que el pueblo norteamericano les confirió a los legistas y la influencia que se les aceptó en las instituciones de gobierno de las repúblicas democráticas. Los legistas forman parte sí de un cuerpo, similar a la aristocracia de los tiempos europeos anteriores a la Revolución Francesa de 1789. Pero su razón de ser está en los fundamentos que hacen al espíritu que los anima como aristocracia, a sus "instintos", al carácter y sobre todo a sus saberes.
Dejemos al aristócrata francés que nos exponga sus lecciones. "Los conocimientos especiales que los legistas adquieren estudiando la ley les aseguran un rango aparte en la sociedad y forman una especie de clase privilegiada entre las más cultivadas. Encuentran cada día la idea de esa superioridad en el ejercicio de su profesión: son los maestros de una ciencia necesaria, cuyo conocimiento no está difundido; sirven de árbitro entre los ciudadanos, y el hábito de dirigir hasta el fin las pasiones ciegas de los litigantes les proporciona cierto menosprecio por el juicio de la multitud..."
Otro pasaje de esa obra merece nuestra atención. "Se encuentra, pues, escondida en el fondo del alma de los legistas una parte de los gustos y de los hábitos de la aristocracia. Tienen, como ella, una inclinación instintiva hacia el orden y un amor natural por las formas. Como ella, sienten un gran disgusto por los actos de la multitud y menosprecian secretamente el gobierno del pueblo".
Hay otras dos expresiones que parecen estar pensada para el diálogo que la nueva administración del Ejecutivo tiene con la Corte de Nazareno. La primera: "Hay infinitamente más afinidad entre los hombres de ley y el Poder Ejecutivo, que entre ellos y el pueblo, aunque los legistas hayan a menudo ayudado a derribar el poder". La segunda: "El príncipe que en presencia de una democracia avasalladora tratase de abatir el Poder Judicial en sus Estados y disminuir en ellos la influencia política de los legistas ... abandonaría la sustancia de la autoridad para apoderarse de su sombra".
¿A qué lugar nos conducen estas afirmaciones, ya clásicas aunque olvidadas en muchas aulas de nuestras facultades, fraguadas hace más de ciento cincuenta años? A discutir sin tapujos nuestro mundo de legistas. A pensar el lugar que ocupan estos hombres del derecho en la vida de la institucionalidad política presente, especialmente las que requieren de sus saberes y esa especial deferencia hacia el orden y amor a la ley. Es que no es necesario que nuestros profesionales de la ley hagan carne ese juego de términos donde ser legislador implica ser legistas. Afirmación aceptada si nos informamos de su preponderancia entre las profesiones declaradas por nuestros ocupantes de las legislaturas de todo país. Además los ejecutivos parecen haber sido prenda monopolizada por su estrecho mundo, ¿o acaso no han sido todos "doctores" nuestros presidentes y otros tantos presidenciables en estos veinte años de democracia política? Parece que nuestros legistas con sus trajes de diputados, senadores y presidentes lo único que han aprendido de las lecciones de Tocqueville fue la urgencia por afirmarse como corporación y reclamar el trato diferenciado de "doctores" sin doctorados. Desgraciadamente el resultado contramayoritario de su sentido corporativo está a la vista.
Pero donde no se les puede disculpar por desempeños equívocos es en aquellas instituciones políticas que le deben su sentido de existencia. El lugar de los legistas es la Corte, uno de los tres poderes políticos de la república y en cada una de las instancias de la estructura de administración de justicia. Lamentablemente muchos de quienes ocupan sus posiciones carecen de prestigio, seguridad en sus saberes y lo único que parecen haber acumulado en este tiempo es su apego desmedido al ánimo de partido y pasión por ponerles precio político a sus fallos.
Lamentablemente gran parte de nuestro mundo de legistas ha sido capaz de constituirse en cuerpo aristocrático, pero no así en su esencia de legítima autoridad como fue pensado por Alexis de Tocqueville. El autor de "La democracia en América" obtuvo su diploma de abogado en la tradicional Facultad de Derecho de París. Kirchner y Nazareno también son legistas. Si Tocqueville asumió la naturaleza elitista de su corporación, Kirchner encendió el motor para arrebatarle el último resto de aristocracia que quedaba en Nazareno en su palacio cortesano.
     
     
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