Sábado 14 de junio de 2003
 

Lo prohibido

 

Por Jorge Gadano

  Por las tapas de los diarios desfilan en estos días personalidades importantes: el presidente Kirchner, Colin Powell, Lula da Silva, Carlos Tévez, Julio Nazareno. También, cómo no, el "Manu" Ginóbili y el obrero cantor Claudio Basso.
Lejos, en la trastienda, en la sección policiales que podría ser también la de "vida cotidiana", va quedando confinado el caso de Leyla y Patricia, las dos chicas asesinadas en Santiago del Estero. Es esa provincia que sólo conocíamos por Carlos Juárez, su gran mujer Nina Aragonés y las termas de Río Hondo.
Esas dos chicas son las muertitas de hoy. Nuestra memoria, frágil, no va más allá de las chicas de Cipolletti. Pero es una gruesa línea roja que recorre el país: en Catamarca María Soledad, en Miramar Natalia Mellman, en Neuquén María Alejandra Zarza y Graciela Mendoza. Hay nombres más viejos, enmohecidos. ¿Se acuerdan de Alicia Muñiz, de Nair Mostafá, de Jimena Hernández?
¿Y quién sabe de Romina Tejerina? Se puede leer en un diario de anteayer lo que le pasó en Jujuy. En agosto pasado fue a buscar a su hermana a una bailanta. Un tipo la persiguió, la violó y la dejó encinta. Siete meses después tuvo el bebé y, estrujada por la vergüenza, lo mató. Por lo común las violaciones no se denuncian. Mujer violada, mujer deshonrada. La vergüenza no se exhibe, se esconde. Ahora Romina está presa, acusada de homicidio calificado.
El violador, que sigue viviendo en San Pedro de Jujuy, aún no fue citado a declarar. Vive en libertad y mantiene su honra. La deshonra es un asunto típicamente femenino. Por eso, hasta 1994 el Código Penal imponía una pena de prisión leve, no mayor de tres años, a la madre que "para ocultar su deshonra" matare a su hijo durante el nacimiento. La misma indulgencia valía para padres, hermanos, maridos e hijos que liquidaban al bebé en resguardo de la honra de hija, hermana, esposa o madre.
La norma, por retrógrada, fue derogada. Pero sobrevive la condena social a la deshonra. La violada es una mujer impura que lleva en su frente la marca del sexo. En México le dicen la "chingada". Ser un "hijo de la chingada" es lo peor.
El Código Penal argentino, en apariencia un conjunto de normas laicas, lleva la marca de la moral cristiana y de la sociedad patriarcal. Hasta hace apenas cuatro años tenía a las mujeres como encerradas en un serrallo en el capítulo de los "delitos contra la honestidad", ahora llamados "delitos contra la integridad sexual". Los hombres, que hacen las leyes, las protegían contra los hombres. La categoría "honestidad", antítesis de pecado, valía -sigue valiendo hoy- sólo para ellas. El hombre pecador no es un deshonesto.
Uno de los artículos derogados en 1999, el 120, castigaba la violación con prisión de tres a seis años cuando la víctima "fuere mujer honesta mayor de doce años y menor de quince". La "mujer honesta" era, es, la reproducción contemporánea, dos milenios después, de la virgen María. Es la mujer que no se hace abortos, que no usa métodos contraconceptivos, que rechaza la ligadura de trompas porque le cree al obispo. Es la mujer de su casa, cargada de hijos. Para Raymond Chandler, es la mujer dulce, paciente, pequeña y mansa, que cuando sopla el viento caliente del desierto californiano acaricia el filo de su cuchillo de cocina y estudia el cuello de su marido.
En Neuquén, que según su ley suprema es "una provincia laica, democrática y social", la Legislatura se resiste a sancionar una ley que autorice la ligadura de trompas. El jefe ideológico de la resistencia es el obispo diocesano Marcelo Melani, quien hizo terrorismo contra la ligadura al definirla como "una mutilación".
Es curioso que no exista preocupación alguna de curas y autoridades cuando las queridas mujeres se meten con su cuerpo para arreglarse la nariz o las arrugas. Ni siquiera cuando se hacen arreglar los pechos, que también podrían ser tenidos como sagrados porque cumplen una función típica y exclusivamente femenina. Por lo demás, cualquiera sabe -y siente- que despiertan sentimientos eróticos, del mismo modo que otras partes pudendas de la anatomía femenina que, para no incurrir en desvíos lingüísticos que ofenderían a Melani, omito mencionar por su denominación más popular.
Para llamar a las cosas por su nombre, de lo que se trata es del sexo y de la libertad. En este país la dueña del harén es la Iglesia. Ella es la guardiana del acto sexual. Lo bendice cuando sirve a la mecánica de la reproducción y lo castiga cuando, de la mano de Eros, hace estallar la fiesta del goce amoroso.
La llave del sexo es la que permite a esa organización de hombres célibes, dirigida por un monarca absolutista que la gobierna de por vida, controlar la vida de las personas. Hay una palabra de uso común que define funciones vitales de hombres y mujeres, similar a comer, o respirar. Es de uso popular, no tanto entre las mujeres como entre los hombres, pero que la cultura de la represión sexual ha prohibido, a tal punto que no se puede escribir aquí. Cuando esa palabra pueda ser escrita para su difusión pública, la vida y la libertad habrán ganado una gran batalla.
     
     
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