Viernes 13 de junio de 2003
 

Cantidad y calidad

 

Por James Neilson

  Como tantos otros políticos locales, además de sus intelectuales favoritos, el presidente Néstor Kirchner parece haberse convencido de que el Mercosur, es decir, la integración con el Brasil, es la solución indicada para muchos problemas argentinos, razón por la que trató su visita fugaz al compañero Lula en Brasilia como si constituyera una iniciativa estratégica de importancia fundamental. Quienes piensan de este modo propenden no sólo a creer que en el mundo globalizado actual los distintos países no tienen más opción que la de buscar un lugar cómodo en el "bloque" más cercano, sino que también suelen sentirse fascinados por la idea de que haya una relación directa entre el tamaño de una unidad política, su poder y su prosperidad. En base a este presupuesto, ven en la relación con el Brasil ya una alternativa económica al ALCA promovida por Washington, ya una especie de baluarte desde el cual podrían hacer frente a las presiones norteamericanas. A juicio de los más románticos, el Brasil, el país alegre de Lula, del Partido de los Trabajadores, de la bossanova y del carnaval, podría suministrarles un destino prefabricado, ahorrándoles todas aquellas dificultades engorrosas que tendrían que superar si se limitaran a pensar en cómo convertir la Argentina atrasada, casi postrada, actual en un país que esté en condiciones de prosperar en el mundo que está configurándose.
En el terreno de las abstracciones, los esquemas grandiosos de este tipo que flotan en las cabezas de políticos e intelectuales tienen un atractivo evidente: desde el punto de vista de los aficionados a la "geopolítica", el planeta se parece a un inmenso campo de batalla en el que luchan bloques gigantescos, pisoteando sin miramientos a los pequeños y por lo tanto débiles. También incide en el pensamiento de los políticos más eminentes su orgullo personal. El representante de un país grande como Rusia, digamos, suele sentirse infinitamente más importante que su homólogo de uno de dimensiones modestas como Dinamarca, pero si el danés puede afirmarse integrante de una agrupación mayor, en su caso la Unión Europea, se supondrá más influyente que el ruso, lo que, como es lógico, le será muy grato. Asimismo, las burocracias multinacionales que están proliferando en todas partes tienen el mérito de crear muchas fuentes de trabajo óptimamente remuneradas para burócratas, pormenor éste que ha contribuido enormemente a la gran popularidad de "Europa" entre los políticos de los países ex comunistas que pronto entrarán en ella, a la de las Naciones Unidas entre sus equivalentes africanos, árabes y sudasiáticos y, es innecesario decirlo, a la del Mercosur y sus congéneres entre aquellos latinoamericanos que son ñoquis vocacionales.
Desde el punto de vista de "la gente", empero, el asunto es un tanto diferente. Para el individuo, los beneficios de sentirse parte de una comunidad conformada por centenares de millones de personas son a lo sumo psicológicos, similares a los que, con suerte, serán producidos por la trayectoria del equipo de fútbol de sus amores. En cuando a las ventajas concretas, éstas dependen exclusivamente de la calidad de vida brindada por el conjunto. Puede que sea reconfortante saberse ciudadano de un país de magnitud fabulosa con grandes ambiciones geopolíticas como China, pero luego de pensarlo muchos optarían por cambiar el privilegio virtual así supuesto por los beneficios no meramente materiales sino también culturales que disfrutarían si se mudaran a Taiwán, un país que según los diplomáticos apenas existe.
¿Quién vive mejor, el habitante promedio de un país demográficamente minúsculo como Singapur, Noruega o Suiza, que no se ve integrado a ningún "superestado" embrionario y tiene que valerse por sí mismo, o su equivalente de una ciudad multitudinaria de China, India, Indonesia o el Brasil? ¿Se han visto perjudicados los noruegos y suizos por su negativa a formar parte de la Unión Europea? ¿A Singapur le resultaría más sensato aceptar que el "destino" o, si se prefiere, la lógica geopolítica, lo obliga a fusionarse con la madre China? Las respuestas a tales interrogantes difícilmente podrían ser más evidentes. Por globalizado que se haya hecho el mundo, las oportunidades para prosperar de países pequeños que apuestan a "la excelencia" siguen siendo abundantes. Siempre y cuando se manejen con realismo, les convendrá mucho más intentar conservar su autonomía que dejarse gobernar por una metrópoli remota, por poderosa que ésta se creyera y por espléndidas que fueran sus pretensiones. Es verdad que en ocasiones un país pequeño pero rico, aceptablemente democrático y bien administrado tendrá que encontrar la forma de defenderse contra vecinos resueltos a devorarlo, pero acaso el único que realmente se ve amenazado por el imperialismo de los obsesionados por el tamaño y "la unidad territorial" sea Taiwán.
Pues bien: los muchos problemas argentinos y brasileños no tienen nada que ver con las dimensiones de los dos países. En el fondo, casi todos se deben a factores como la calidad deficiente de instituciones de raíz caudillesca, una cultura premoderna y el facilismo educativo. Por lo tanto, de por sí "fortalecer" el Mercosur, sumando pobreza, corrupción y prejuicios culturales depauperantes, no servirá para mucho. Antes bien, si lo único que hace es brindar la impresión de que por fin los líderes de los países involucrados están haciendo un esfuerzo auténtico por llevar a cabo reformas profundas, para no decir épicas, podría resultar contraproducente. Aunque es factible que los gobiernos encabezados por Lula y Kirchner aprovechen la ocasión para impulsar medidas decididas destinadas a atenuar las lacras ancestrales, lo más probable es que el argentino tome la "reconstrucción del Mercosur" por una alternativa a un intento modernizador genuino.
Por ser cuestión de una comunidad de naciones que tienen muchísimo en común, la "solidaridad" latinoamericana es un sentimiento a un tiempo natural y muy positivo. Sin embargo, esto no quiere decir que la mejor forma de ayudar a "los hermanos" consista necesariamente en crear estructuras supranacionales con el propósito de construir un entramado político y jurídico que en última instancia sirviera más para consolidar el statu quo que para facilitar cambios significantes. Por el contrario, haría una contribución incomparablemente más positiva un país latinoamericano, por pequeño que fuera, que por fin lograra plasmar una sociedad más equitativa, más productiva, más respetuosa de la ley y mejor instruida que las ya existentes. Puesto que conforme a las pautas generalmente reivindicadas todos los países latinoamericanos han fracasado en comparación con los del "Primer Mundo", los eventualmente exitosos habrán tenido que romper filas porque de otro modo no les sería dado alejarse de la pobreza que comparten los demás. Así las cosas, el aporte reciente de Chile a América Latina ha sido decididamente superior a aquel de todos los teóricos de la unidad continental que, casi sin excepción, quisieron defender las esencias regionales, es decir, en efecto, que lo que buscaron ha sido una fórmula que les permitiera cambiar todo sin tener que cambiar nada que en su opinión distingue "lo nuestro" de "lo ajeno".
La intensidad del interés de la clase dirigente argentina por el Brasil, el Mercosur y América Latina como tal siempre ha reflejado su estado de ánimo en un momento determinado. En las buenas épocas, nuestros dirigentes miraron a los "hermanos" por encima del hombro; en las malas, como la actual, hacen gala de un grado llamativo de humildad. No extrañaría, pues, que de levantar vuelo la economía, el entusiasmo que tantos dicen sentir por la "alianza estratégica" con el Brasil se viera reemplazado por fastidio por las consecuencias negativas de compromisos asumidos cuando el gobierno de turno la creía la única "solución" disponible. Puede que sea lamentable la "arrogancia" que según los vecinos ha sido característica de la Argentina en sus períodos de auge, pero si se basa en la resistencia a conformarse con un destino mediocre la presuntuosidad puede estimular grandes esfuerzos, mientras que la humildad ocasionada por la sensación de que sería absurdo aspirar a algo un tanto mejor no podrá ser sino paralizante.
     
     
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