Lunes 2 de junio de 2003
 

Capitalismo nacional

 
  Con el propósito evidente de diferenciarse de su antecesor, todo gobierno nuevo insiste en que es imprescindible dejar atrás "la economía de la especulación", reemplazándola por otra mucho más digna basada en "la producción". Incluso el régimen militar que se apoderó del país en 1976 hizo hincapié en la voluntad de sus jefes de anteponer la creación de bienes materiales a las actividades a su entender malignas de las financistas que habían prosperado en el transcurso de la gestión de la presidenta Isabel Perón. También es rutinario que los gobiernos nuevos se afirmen resueltos a ayudar a los empresarios locales para que puedan generar más puestos de trabajo bien remunerados y competir exitosamente con sus homólogos de otros países. Así las cosas, no es tan original como muchos parecen suponer el deseo manifiesto tanto del presidente Néstor Kirchner como del ministro de Economía Roberto Lavagna de promover "el capitalismo nacional". Por el contrario, se trata de un objetivo que a inicios de sus respectivos períodos todos los gobiernos sin excepción se han declarado decididos a alcanzar, actitud que, huelga decirlo, no ha impedido que la oposición política primero y más tarde sus sucesores en el poder los hayan acusado de aliarse con "la patria financiera" contra los sectores "productivos" y "la gente", dando a entender que el cambio de rumbo se habrá debido a sobornos, a la astucia de "los lobbies" corporativos, a las maniobras maquiavélicas de potencias extranjeras o a la influencia presuntamente irresistible del "pensamiento único neoliberal".
Tales explicaciones no sirven para mucho. En todos los países del mundo, sin excluir a los regidos por dictaduras ferozmente anticapitalistas, hay sobornos, maniobras, lobbies e ideas "liberales". Aquí, el predominio de "la especulación" que se ha denunciado en tantos foros es en buena medida una consecuencia lógica de décadas de inestabilidad económica, mientras que el interés reducido por "la producción" puede atribuirse a una multitud de factores culturales que compartimos con los demás países de América Latina, razón por la que la región no ha podido desarrollarse como América del Norte, Asia oriental y Europa occidental. Puesto que no es nada fácil modificar formas de pensar que tienen raíces muy profundas, a pesar de que a partir de mediados del siglo XIX todos los gobiernos hayan querido ayudar al "capitalismo nacional" a consolidarse, los resultados globales de sus esfuerzos han sido sumamente decepcionantes, acaso porque con escasas excepciones la mayoría ha estado íntimamente convencida de que se trataba de un problema meramente económico, de suerte que los cambios necesarios no tendrían que ser muy drásticos.
Los objetivos del gobierno de Kirchner son buenos. Nadie en sus cabales podría negar que la Argentina se beneficiaría si las economías del interior levantaran vuelo, las pymes contaran con más oportunidades para abrirse camino, el consumo aumentara y con él la cantidad de puestos de trabajo disponibles. Sin embargo, concretar las mejoras así supuestas no resultará fácil en absoluto. Además de los problemas gravísimos que plantean la falta de recursos financieros y el endeudamiento, un gobierno resuelto a tomar medidas prácticas pronto descubrirá que algunas resultarán contraproducentes porque a juicio de muchos empresarios el apoyo oficial serviría para eximirlos de la necesidad de mejorar la calidad de sus productos o de buscar clientes en mercados duramente competitivos del exterior. Hasta ahora, los intentos de gobiernos de instintos parecidos a aquéllos del actual de exigir más a los empresarios para que no aflojen sin pedirles demasiado porque en tal caso muchos terminarán cayendo en bancarrota, han brindado frutos bastante magros, razón por la que algunos han optado por el dirigismo excesivo y otros por aperturas comerciales que serían denunciadas por destructivas. Puede que Kirchner y Lavagna hayan aprendido lo suficiente de la mucha experiencia que el país ha acumulado en este ámbito como para no cometer los errores que ya son tradicionales. De lo contrario, el "capitalismo nacional" seguirá siendo nada más que un ideal propio de un país que aún dista de haberse adaptado a las condiciones imperantes en el mundo moderno.
     
     
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