Domingo 1 de Junio de 2003
 

Malestar militar

 
  Se equivoca el presidente Néstor Kirchner si realmente cree que "nadie puede sorprenderse o pedir explicación o calificar una situación como inexplicada cuando se han puesto en ejercicio facultades constitucionales y legalmente reguladas". En nuestro país, los poderes del presidente son muy amplios, pero por tratarse de una democracia hasta el jefe de Estado más fuerte tiene la obligación de convencer a los demás de que sus decisiones se basan en algo más que sus propios caprichos o en el deseo de hacer gala de su autoridad. Las razones no son meramente éticas. Si la ciudadanía no comprende el porqué de las medidas del gobierno, éste terminará aislándose de la sociedad y en consecuencia será incapaz de gobernar. Aunque es innegable que por su condición de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Kirchner tiene pleno derecho a remover a sus subordinados, entre ellos los jefes de estado mayor, esto no quiere decir que no deba explicaciones a nadie. Cuanto más sorprendente resulte una medida determinada, más convincentes tendrán que ser las aclaraciones: caso contrario, no tardará en difundirse la sensación de que una vez más la Argentina se ha convertido en un país en el que impera la arbitrariedad.
El motivo de la reivindicación del poder según parece omnímodo de la presidencia por parte de Kirchner fue aquella arenga pronunciada por el general Ricardo Brinzoni, el ex jefe del Ejército, en la que sin demasiados circunloquios acusó al gobierno de fomentar "intrigas políticas", de actuar de forma inexplicable y de inspirarse en el rencor. Si bien puede entenderse el estado de ánimo de Brinzoni en un momento en el que acababa de verse relevado por razones a su juicio oscuras, el general sobrepasó el límite al darse el lujo de "analizar y caracterizar las conductas del poder político" -para citar a Kirchner-, mientras aún hablaba en nombre del Ejército. De todos modos, tanto por el estilo decididamente personal de Kirchner como por la reacción intempestiva de Brinzoni, el país se encuentra asistiendo a una reedición, por fortuna en clave menor, de un drama tradicional que los más habían creído definitivamente archivado, el supuesto por un conflicto entre un presidente "civil" por un lado y un jefe castrense por el otro. Aunque no es muy probable que el tema del presunto "malestar militar" provocado por las iniciativas del presidente Kirchner siga preocupando a los comentaristas por mucho tiempo, el que el gobierno lo haya devuelto a las primeras páginas de los diarios días después de los indultos que privilegiaron al terrorista Enrique Gorriarán Merlo y al cabecilla carapintada Mohamed Alí Seineldín no es exactamente alentador por tratarse de una cuestión que en buena lógica debería poder considerarse superada.
En la actualidad, no hay motivos plausibles para creer que los militares quisieran recuperar el papel político de antes aunque, claro está, cada uniformado tendrá sus opiniones personales acerca del rumbo que ha emprendido el país. Sin embargo, por despolitizadas institucionalmente que estén nuestras Fuerzas Armadas luego de décadas de protagonismo desastroso, es esencial que el gobierno las manejen con por lo menos el mismo tacto que sería exigido a los directivos de una empresa privada grande o a los funcionarios a cargo de una repartición burocrática importante. Si los "empleados", por decirlo así, llegan a creer que en última instancia su futuro personal dependerá de factores no profesionales, sobre todo de los vinculados con la militancia política o con la voluntad de solidarizarse con el presidente de turno, el resultado no podrá ser sino la repolitización del las Fuerzas Armadas, eventualidad que por cierto no convendría en absoluto ni a los kirchneristas ni al resto del país. Si a Kirchner le interesa impedir que se produzca una recaída de este tipo, le será necesario explicar con claridad sus motivos toda vez que ordene "una purga" para que nadie pueda atribuirla a la inseguridad que sentirá a causa de lo escaso que fue su caudal electoral, a su deseo de contar con "amigos" personales en los estados mayores, o al espíritu vengativo de un grupo de políticos que suelen afirmarse orgullosos de sus actividades en lo que fue sin duda alguna el período más nefasto de la historia reciente del país.
     
     
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