Martes 24 de junio de 2003
Abran las ventanas, afinen el oído y escuchen el amor

NEUQUEN (AN).- El público viaja a un mundo desconocido, fantástico, de ensueño. El chico que siempre será chico retorna por su amada, pero el tiempo ha hecho de las suyas. Ya no la reconoce. Ella está cansada, y no quiere volar. El tipo que está sobre el escenario invita a no olvidarse de los sueños, a que esas alas imaginarias sean libres, independientes, reaccionarias. "Si Peter Pan llega esta noche, marcharemos con él", recita, y a todos les gustaría estar en "Nunca Jamás".

Es casi imposible no verse reflejado en sus letras. Con el correr de los minutos la interacción entre él y su público va encajando sistemáticamente. Este rompecabezas se arma solo, sin ayuda. Sus piezas están manchadas por la denuncia, el amor, la locura, lo real y lo irreal. Para él hay dos cosas que no se discuten: una, que las relaciones humanas son las más simples y profundas. La otra, que una canción de amor puede ser más revolucionaria que las ideas mismas.

El cantautor madrileño Ismael Serrano volvió a tocar nuevamente estas latitudes. El viernes y sábado por la noche, en el cine Español de esta ciudad, ofreció dos brillantes recitales en los que interpretó las canciones de su último trabajo, "La traición de Wendy".

El clima se vuelven como el de cualquier bar. Sólo falta el aroma a café y los inquietantes murmullos de fondo. Serrano se siente cómodo haciendo creer que es un tipo normal. Seduce esa facha de hombre común. Quedan en el olvido los pergaminos de luchador social, hasta que nombra a sus "activistas" preferidos: Serrat, Silvio Rodríguez y Aute, el comandante Marco, García Márquez y la Nueva Trova Cubana.

Serrano recuerda los pesares sentimentales de un vecino, al que visita con regularidad Carlos Gardel en sus alucinaciones esquizofrénicas. Cuenta los sufrimientos de ese tipo noche tras noche. El sólo logra escuchar los gritos sexuales de una mujer a la que ama sin conocer. "Todas las noches ella gemía y jadeaba, los cristales temblaban. Sin pensarlo se dejó llevar, que los gemidos se metieran dentro de su pijama". El público ríe, se excita, se deja llevar.

La historia de ciudad Juárez, un pueblo perdido en la geografía mexicana, enmudece. Allí "cotidianamente" la violencia doméstica termina con la vida de muchas mujeres. "Caperucita sólo tiene 16 primaveras sin flores", y su existir se transforma en karma cuando la esclaviza uno de los tantos lobos feroces que andan por ahí, relata, mientras las cuerdas del virtuoso Alfredo Marugán son más sentidas que nunca. "La Zona Cero no está sólo en Manhattan luego del 11 de septiembre. También está en Bagdad, Palestina, Chechenia y ciudad Juárez", recita prisionero de los avatares sociales.

Los desengaños amorosos no fueron ajenos en su vida, como la noche en que en una oscura taberna soñó ser el hombre invisible para poder recorrer la geografía de una hermosa mujer, o el día que confundió a su amada con una preciosa señorita que viajaba en el metro de Madrid. "La noche debilita los corazones, y esa noche éramos varios náufragos buscando una tabla a la que aferrarnos". Los suspiros inundan el teatro, pero él no se siente a gusto con la imagen de ganador: "como buen seductor, lo primero que hice frente a esa mujer fue tirarme encima varias veces la copa de vino". Los suspiros cambian por carcajadas, y eso le sienta mejor.

Y llega la ovación esperada, cuando viaja en el tiempo y recuerda las palabras de Saramago durante una movilización antiglobalización: "existen en la actualidad dos superpotencias. Una es Estados Unidos y sus aliados, y la otra es la opinión pública. Gracias pequeña gran superpotencia de Neuquén por decirle no a las atrocidades que están sucediendo". Vuelve la tercera parte de la historia de su vecino, con la que invita a todos a no olvidarse del amor, los disfrutes de la vida y el sexo: "abran las ventanas, afinen el oído, y como leve tormenta y lejano terremoto escucharán a una pareja haciendo el amor".

Los presentes se resisten a que la cosa termine ahí, y él acepta el capricho. La claridad retorna al lugar, y una frase queda dando vueltas en el aire: "es tu casa Ismael, es tu casa", le alcanzó a gritar un muchacho.

 

Sebastián Busader

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