Miércoles 4 de junio de 2003

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El talento de Coria dejó atrás a Agassi y apunta a la gloria

Un chico travieso, tan exquisito como diferente

En París, todos hablan de ese chico con cara de nene que devuelve disparos con facilidad asombrosa. Del flaquito ingrávido que parece surfear en vez de correr adentro de la cancha. Del morocho argentino que no hace grandes esfuerzos para llegar a cada pelota, y que, incluso, pareciera no tener un envase muscular apto para poder desafiar a los gigantes del circuito. Es cierto, Guillermo Coria no asombra por su aspecto, más cercano al de un estudiante adolescente que al de un atleta de elite. Sin embargo, en su ADN tiene el gen que mejor se lleva con el deporte, el del talento, tan grande como sus sueños Coria, lo dicen todos, es un tenista "distinto". No ya por su juego, saludado en el circuito internacional como máximo exponente de la nueva ola, sino por su origen, mucho más humilde que el del resto de los tenistas. Desde el fondo de su historia, el tenis argentino tuvo un componente social ABC1. Clubes tradicionales y de alta alcurnia cuyos socios practicaban el exclusivo deporte blanco. Coria rompe con eso. Si bien su padre Oscar era profesor de tenis, las pocas clases que daba en el humilde Concepción de Venado Tuerto no le permitían vivir con demasiada holgura. La familia no era de las más tradicionales.

Guillermo fue creciendo y ganando. Torneos infantiles y menores. Los primeros años de la década del 90 lo encontraron, junto a David Nalbandian, como uno de los jugadores más destacados de su generación, una camada que se vio beneficiada por el intenso apoyo que recibió Deportes en el primer menemismo (50 millones de dólares de presupuesto; hoy es de 14). Gustavo Luza, profesor de la Escuela Nacional, fue su primer coach. El fin de la relación entre ambos, hace dos temporadas, marcó también el inicio de una serie de cortocircuitos entre Guillermo, su verborrágico padre y los distintos entrenadores que ha tenido. Para el 2001, Coria oscilaba entre actuaciones magistrales y derrotas insólitas. Estaba lejos de siquiera rozar la madurez mental necesaria para ser un top ten. Sin embargo, los especialistas insistían en que él, pese a que los resultados no llegaban, pese a que al espectador común le costaba distinguir su supuesta clase, sería el que más lejos llegaría del grupo de argentinos que de a poco invandían el ranking. En el medio, una sanción por doping. Las dudas que alimentaba su débil físico, la llegada de Martín Monachesi como nuevo coach, su inmediato reemplazo por Alberto Mancini y los rumores de que Guillermo era resistido por el resto de los tenistas argentinos, que lo consideraban un "agrandado". Su pelea nunca confirmaba con Gastón Gaudio alimentó el rumor. El ambiente del tenis, se sabe, no es sencillo. "Para ser campeón tenés que ser mala persona", sentencia el periodista Guillermo Salatino. Mito o realidad, el chico con cara de ángel que juega como un demonio ilumina a la ciudad Luz. El mundo se pregunta en dónde estará su límite.

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