Miércoles 18 de junio de 2003

Mediomundo

Peña, perdido en la Patagonia

"Todos duermen/fueron servidos/la diva sueña/ sueña con plumas/el sueño de la nada"

Fernando Genoud. Artista plástico.

 

*****

 

Por un segundo su voz se ha apagado. Miro hacia atrás y no veo a nadie en el asiento. Vamos rápido por la 22 camino a la chacra de Fernando Genoud y el tipo que hace un rato dijo haber llorado como una Magdalena con "Yo soy Sam" ha desaparecido De pronto, las luces de otro auto iluminan su rostro: ahí está Mefistófeles con una copa de champagne en la mano. Sonríe. No a mí sino a alguien en un lugar impreciso que quizás lo hizo llorar como Sean Pean.

Fernando Peña me recuerda la existencia de Satanás como ninguna otra persona que haya conocido. Da la sensación de que en cualquier momento va a sacar la hoja con el contrato en el cual se sellará el destino de tu alma. ¿Cuál es tu precio? Porque todos tenemos el nuestro En uno de sus espectáculos Peña grafica este concepto con una prueba: le pide a alguien del público que muestre una "teta o el bulto" a cambio de 30 pesos. Siempre hay quien acepta la oferta. Entonces sus ojos arden en llamas y lo confirma: "¿No les dije? Todos tienen su precio".

Esa es sólo la imagen residual, la del show business. El fruto de algunas de sus conductas más lo que elucubra el imaginario colectivo. En la realidad, este demonio de carne y hueso es bastante indiferente a lo que hagas con tu vida. Ya son tantos los que golpean su puerta ofreciendo algo más que la piel que, bueno, la novedad ha terminado por aburrirlo Peña lloró con "Yo soy Sam". Como cualquiera. "También lloré con Patch Adams. Un montón de imbéciles dicen que esa película es una pelotudez y yo lloré. Me encantó. No es una pelotudez conseguir que las personas lloren", le escucho decir desde la oscuridad.

Hace cuarenta y cinco minutos estaba sobre el escenario de Casa de la Cultura de Roca. Le gusta la gente de la región. "Yo sabía que iba a llenar", dice. La primera vez que se presentó en Roca terminó a los abrazos con una parte del público que no dejaba que se fuera. Entonces lloró. No puedo evitar la pregunta boba "¿fue en serio... no?". "Lloré, sí, fue fuerte. Con la gente de acá tengo una relación muy especial", explica. En recompensa al calor del público, Peña volvió pronto, estrenó dos personajes y ofreció extensas presentaciones Su cuerpo es bello, lo sabe. Lo exhibe. Su rostro, en cambio, luce cansado. No representa 40 años. A veces arquea las cejas y su frente se llena de arrugas. Aunque tiene por costumbre verte a los ojos cuando habla, su mirada es vacía como la de un tiburón. Ni malo ni bueno. Sólo una habitación que no alberga a nadie. Imagino que éstas son las consecuencias de haberle doblado el brazo a la muerte. Está vivo y secretamente agotado. Su retina lo delata.

Mefistófeles miente dulcemente. "Leí tu nota -dice y deja pasar unos segundos eternos-, comencé a leer el primer párrafo y tuve que detenerme, no pude parar de llorar. Parece que me pariste ¿No serás mi madre?" - En otra vida, tal vez, en alguna reencarnación, le respondo Hasta ese momento pensé que debería estar enojado por el artículo. Básicamente es una crítica a su discurso. A su perversidad. No cuento con que Mefisto no necesita leer lo que se escribe sobre él. Ya van dos años a esta parte que sólo recibe elogios de la prensa escrita, ¿por qué habría de cambiar la tendencia? Jaime Baily ha dicho que nada mejor que halagar desde el principio al otro para establecer una relación productiva. Si alguien le pregunta a Baily cualquier cosa, el escritor jamás dudará en comenzar su respuesta con un "qué pregunta más interesante" o, peor aún, "nunca nadie me había preguntado eso, Claudio". Y uno, humano al fin, se lo cree. Fernando Peña no pasó del primer párrafo de esa nota. Me pregunto si usará la misma técnica para hablar de su público. Lo dudo. Su relación con la gente que paga una entrada por verlo es más seria. Hace su propia lista de elegidos: "Roca, Bariloche, Neuquén, Mendoza, Rosario y Jujuy, han sido los lugares en los que mejor me sentí".

Después de la función una banda de mujeres lo esperaba para darle el beso de las buenas noches. Las atendió cordial pero distante. Entonces, la sorpresa que Peña no esperaba: un chico de unos 20 años se le acercó sin timidez, le dijo algo al oído y nuevamente los ojos de Mefisto entraron en llamas. Un lindo pibe, la verdad. "¿Quieres venir a cenar?", le preguntó (todo el mundo tiene su precio). Al final, el flaco arrugó. Primero jugó el juego histérico de la sensualidad sin comprender que Peña es cualquier cosa menos un histérico. El jamás se va al mazo. La noche pudo tener otras derivaciones. Después de todo Peña andaba viajando con su novio. Sí, ahí estuvo rechinando los dientes.

Fuera del escenario Fernando Peña es todos sus personajes al mismo tiempo. Como si hubiera una brutal anarquía de criaturas gobernando su cuerpo. Empujándose, tironeándose por decir algo. En el contexto de una obra Peña encuentra su verdadero equilibrio. "Yo no quiero ser actor... quiero ser los personajes que actúo... eso...", dice El sistema de sus obras se basa en una complejísima combinación de tonos expresivos. Fuerte, medio, delicado. Primero puede estrellarnos contra las paredes del Cadalso y al rato hacernos reencontrar con los sentimientos más puros que albergamos dentro Nosotros, su público, somos un niño que obediente acepta sus cachetazos -entonces puteamos- y sus caricias de madre -entonces lloramos-.

Durante el encuentro en Roca, lo mismo se tirará a dormir sobre la mesa, beberá vino, que hablará con profundo conocimiento de Chet Baker o discutirá hasta levantar sus petates e irse enojado a su hotel. "No, si me canso de discutir agarro y me voy a dormir a mi hotel, así que me voy", dijo en un momento y se fue. Pero antes:

- ¿Te imaginás no actuando?

-No, nunca. Jamás. Jamás.

Fernando Peña ha dicho una increíble cantidad de cosas durante los últimos años en sus entrevistas. Tanto que la pregunta es obvia - ¿Por qué nunca escribiste un libro?

- Soy muy vago, en serio.

- ¿Recuerdas el libro de Klaus Kinsky?

- Sí, la autobiografía "Yo necesito amor".

- Podrías hacer eso, un largo monólogo acerca de tu historia.

- Podrías hacerlo vos... dale, hacé mi libro Otra vez, Mefisto.

Creo saber por qué Peña jamás escribirá ese libro: no quiere desnudarse, mostrar el alma. Los motivos íntimos de su rebelión, de su dolor y de su alegría. La biografía no será escrita porque hasta hoy nadie consiguió abrir la puerta que guarda la auténtica intimidad de Fernando Peña. El no lo permite. No puede permitirlo, de hacerlo lo veríamos morir. Y él quiere que lo veamos brillar.

Volviendo al enojo con que cerró la noche en la chacra del artista plástico Fernando Genoud: "No se dice Regina sino Reyina. Hay un modo decir las cosas, una raíz desde donde expresarlas", le dijo a Genoud y se armó una maravillosa pelotera. No deja de ser consecuente que Fernando Peña busque reglas. "Necesitás las reglas para romperlas", dijo. La mueca hipnotizando el ambiente. La suya es una máxima religiosa que lo lleva directo a Platón y, por supuesto, a Dios. "Pero Dios no existe Peña!", digo.

Todos lo sabemos, estas conversaciones no llevan a ningún lado. Fernando Peña necesita de las reglas más que nadie. Negar un absoluto donde las cosas son de una determinada manera es negar su trabajo como artista. Justo él que cuestiona el medioambiente, sus costumbres y la falta de individualismo, invoca las reglas para luego saltar sobre ellas y dedicarles un párrafo sarcástico. Peña no aceptaría nunca que la vida fuera la ilusión de un yo, tal como dicen los budistas. Un paisaje relativo. Fluctuante. Su luz se alimenta del fuego de las convenciones. De la moral, sea cual sea. Pero que sea. Fin de la noche  

Claudio Andrade

candrade@rionegro.com.ar

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