Sábado 14 de junio de 2003 | |||
KUITCA |
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Kuitca. De niño prodigio a marca. Es el artista plástico argentino más cotizado en el mundo. Trabaja y vive aquí. Pero sus obras emigran. Otra paradoja de las tantas de este generoso país. De este mezquino país. Guillermo David Kuitca fue casi un secreto durante las últimas dos décadas, de su ausencia se hizo un mito que le gusta romper: "Soy el único responsable de la distancia, necesité mantenerme alejado de mi obra", repite sin convencer. Pasaron 17 años de su última exposición en Buenos Aires y decidió mostrarse. Está en el MALBA (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires) hasta el 18 de agosto. "Río Negro" estuvo allí y propone un recorrido por el mundo Kuitca. |
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Comenzó a pintar seriamente cuando tenía 9 años y su primer muestra individual fue a los 13. Desde entonces no ha dejado de hacer, de transitar sus propios laberintos y de exponer con un éxito inusitado para un artista local. Su adolescencia vivida durante el Proceso lo inclinó al lado de los colores oscuros de su paleta. De aquel tiempo quedaron marcas. En el "79 hizo dos enormes pinturas, La represa y La margen, donde la realidad política emerge con dolor: una bandera argentina rota que se enrollaba con un cuerpo mutilado o aquella obra que está en la casa de sus padres y que resolvió pintando sobre un fondo 30.000 números, un número para cada desaparecido. Su precocidad lo llevó pronto al otro lado del Atlántico. Por los "80 sale al mundo a buscar otros lenguajes y su genialidad cotidiana acusa los primeros -tal vez los únicos- tropiezos. "Me acuerdo de que en Milán llegué a mostrarle mi trabajo a una galerista que miró las fotos de mis obras sin ningún interés y dijo muy claramente "Non é vanguardia". Todavía tengo la imagen de estar vomitando en una calle después de esa entrevista. Nunca había tenido una sensación tan clara de exclusión". Experiencia que lo llevó -felizmente- a otros puertos. Llegó a Nueva York y allí la suerte volvió de sus orillas. Su pintura se instaló pronto en el escenario internacional. En 1986 batió un récord en Christie´s, con uno de los cuadros de su serie "Siete últimas canciones" por el que se pagaron 231.500 dólares. Entonces se lo comenzaba a catalogar en estas pampas dentro del movimiento de la "transvanguardia local". Cuando le toca ubicarse como artista, prefiere decir que aquí se lo ve como uno de los "80 y en EE. UU, como de los "90. En ese lapso, el artista no se detiene, su poética evoluciona siempre hacia la sorpresa. Sigue pintando, agranda cada vez más sus telas. El universo Kuitca parece encorsetado en un marco y se proyecta hacia el espacio. Aparecen instalaciones, experimentos, escenografías y el constante uso de elementos que sugieren travesías, viajes. Manipula objetos, descubre obsesivamente los mapas. Mapas que le marcan el sendero hacia ningún lugar. O al sitio de las paradojas, o al de las ambigüedades. Imprime itinerarios sobre colchones. Pero sus camas -"sitio donde ocurre todo, el nacimiento, el amor y la muerte"- son demasiado diminutas para el descanso. "Irse y volver... no es fácil" ncorpora nuevos objetos: maletas, pistas de aterrizaje, memorias de celuloide, mails, con ellos funda nuevos derroteros, crea una geografía personal sin fronteras y vuelve a la realidad luego de rebautizarla. A sus viajes interiores lleva el cuentakilómetros de sus infinitos viajes reales. Insinúa que elige cada día la Argentina. No niega las broncas que le depara este país, pero va y viene, aunque -admite- "irse y volver ...no es fácil". Una realidad y una metáfora, porque nunca pudo irse definitivamente, porque -como sus mapas- "no importa el camino que tomes, porque siempre te llevarán al mismo lugar". Una suerte de borgeana "pesadilla" que le da sentido a su trabajo recurrente sobre la memoria. Susana Yappert Las paredes soñaban "Cuando las paredes del MALBA (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires ) aún no se habían levantado -recuerda Eduardo Constantini- soñaba con una exhibición de las obras de Guillermo Kuitca". La luz de André Breton Guillermo Kuitca nació en Buenos Aires en 1961. A los nueve años Ahuva Szlimowicz se hizo cargo de su formación y estuvo con ella una década. Recuerda a aquel tiempo como capital. La génesis de mucho de lo que después pudo hacer tuvo que ver con su maestra. " Mi paso por su taller fue bastante particular. Nada más lejos de lo académico y, al mismo tiempo, nada más lejos de lo que sería una formación intelectual. Pero me acuerdo que cuando cumplí 15 años, Ahuva me regaló una antología de André Breton que para mí fue un deslumbramiento", recuerda a la prensa. |
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