Miércoles 11 de junio de 2003
  La bestia no duerme
Obra: "El espíritu de la fiera". Versión escénica y dirección: Víctor Mayol, sobre textos de Frank Wedekind. Elenco: Carlos Barro, Ricardo Bruce, Marisa Camiletti, Diego Rómulo Eggle, Mariana Elder, Itati Figueroa, Nestor León, Verónica Moyano, Laura Sarmiento, Marcelo Willhuber. Asistente de dirección: Diego Alvarez.
NEUQUEN.- La experiencia de asistir a una actividad teatral es desde tiempos inmemoriales una extraña combinación perceptiva. Esto hace que dicha experiencia adquiera un carácter ceremonial que va más allá de la conciencia que el espectador pueda tener de ello.
En esto se vinculó con buena parte de los ejercicios expresivos de la religiosidad en el espíritu, en lo exultante de la vida y la muerte.
Sin embargo el tráfago devorador de sensaciones de la época ha producido una neutralidad antropofagia que logra desvirtuar valores y factores que activan el hecho teatral.
Es decir el teatro se ha convertido en una respuesta a estímulos de la multimedia o como exigencia jerarquizante en el juego social o como actividad digestiva o simplemente porque sí.
Tal vez por eso nos parece tan significativa la aparición del "Espíritu de la fiera"como desafío en lo conceptual y en lo teatral.
No es el cometido de esta nota entrar en pormenores analíticos de la situación del mundo del espectáculo. Pero si, quisiéramos adentrarnos en particular en esta realización de El Teatro del Histrión, dirigida por Víctor Mayol.
Basada en tres textos del dramaturgo Frank Wedekind (1864-1918) un pre- expresionista, interesado en poner en evidencia la confrontación del mundo acotado de los adultos y las fantasías y ensueños de los adolescentes de un Instituto Alemán de Educación.
Estas obras escritas sobre los finales del siglo XIX fueron recién consideradas expresionistas después de 1930.
Si se pretende ubicar el entorno de estas obras, quizás, valga la pena mencionar aquella época como quiebre de estructuras polarizadas entre sí, como puede ser el pensamiento democrático y la caída de los regímenes monárquicos, mientras la burguesía endurecía sus fortalezas.
Las disciplinas artísticas se constituyeron en testimonios irrefutables de esta conflagración de pensamientos. Caían algunos cuerpos expresivos y se erigían a otros.
Estábamos a 20 años de que se desencadenaran la Primera Gran Guerra (1914- 1918) como intento de aborto a las ideas de avanzada.
Por un lado es como un conjunto conventual de aderezos pequeños burgueses, a pesar de los cuales larvan destellos de trascendencia y renovación.
Pero el caldo recalentado va quedando pegado a las paredes del caldero y el hombre se espanta de su propia sombra.
Se despliegan láminas hipnóticas de un naturalismo romántico pero están flanqueadas por las estrecheces moralizantes que bloquean en un tiempo imperfecto.
Mientras tanto bullen ideas y realizaciones de hombres y mujeres cuyas capacidades exploran campos inimaginables de la creación.
No está demás proponer estas imágenes del estado de situación entonces, y superponerlas con este comienzo del siglo XXI, donde al menos en nuestro país la decadencia de un proyecto destroza revoques y empastes, aunque aún mucha gente no se haya hecho cargo.
De todos modos nos parece sencillo sentar a un espectador ante es cúmulo de reflexiones.
Para Mayol, el desafío no es nuevo. Ya en la década de los 80, sus realizaciones con los elencos del Teatro del Bajo, hicieron saltar los "Tapones".
Ahora nos parece que el emprendimiento tiene la misma seriedad de entonces, pero la propuesta abarca otros territorios. Porque hay aquí un trabajo de investigación individual y grupal, realizado con la coordinación de Mayol y de Osvaldo Calafatti, a lo largo de un año y medio y además planteado como un jalón de un proyecto de envergadura, cuyo objetivo central sería la recuperación de una formación teatral en profundidad, abarcando incluso, al espectador.
La puesta está elaborada siguiendo el movimiento de la llama de un candil en la sombra taciturna de un ambiente fantasmal.
Allí el director juega con las formas, las devora, las provoca, las alerta, en un clima por el momento irreal y amenazador que parece desdibujarse o desaparecer, pero en cambio se tensa cada vez más, con un texto denso (por momento farragoso).
La química de esos aspectos trabaja la expresión, la contonea, se desdobla la gestualidad haciendo crecer un caparazón que absorbe a los protagonistas, los cincela, contracara del naturalismo, los extiende sobre una pantalla de hule que por momentos les da brillo y por momentos los pliega.
La actuación sin duda está comprometida en incorporar el espíritu de la obra pero la exigencia los sobre pasa. Podríamos afirmar que Mayol lo sabe y está calculando los futuros inmediatos en la prosecución de una tarea formativa. Por ello no nos parece de interés destacar tal o cual actuación porque el cometido apunta al grupo y su maduración. Conclusión: Un espectáculo para ver y repensar. Bienvenidos sean proyectos de esta naturaleza.

Oscar Castelo
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