Miércoles 11 de junio de 2003
  Historia de un hombre
Mediomundo
Hace tiempo que andaba detrás de un evento que pudiera ayudarme a entender cuál es la diferencia entre el éxito y la fama en la sociedad contemporánea. Con los años estas dos situaciones se han vuelto una misma cosa a los ojos de una tremenda mayoría.
Es la perspectiva que hace de un Marley un triunfador y de un médico brillante, que se abre el cráneo de un tiro porque no consigue fondos para sus proyectos, un ser humano frustrado. En el peor de los casos un perdedor. Claro, Marley no tiene la culpa de ser Marley. O sí.
Una de las pocas frases que Claudio Basso logró armar en medio de los gritos de miles de personas, y los suyos propios buscando salida a través de su garganta, hizo temblar la pantalla.
Nunca en los últimos 10 años un famoso había sido tan franco en televisión, con la excepción de Diana de Gales cuando confesó sus malestares emocionales y sexuales no mucho antes de morir.
"Tengo 25 años, siempre pensé que mi vida iba a ser igual", dijo y sentimos un rayo partiéndonos en dos. Menos perfecta pero igual de efectiva resultó su segunda declaración con los ojos encandilados por la novedad del automóvil de brillo opaco como un lingote de oro que acababa de ganarse. "Creo que querías comprarte un coche", le increpó Marley, hundiendo el dedo en la llaga que todos tenemos dentro, y Basso dejó las cosas en su punto más alto con una palabra y una cifra: "Un 128".
La pequeña historia de Claudio Basso contiene casi todas las respuestas acerca de por qué millones de personas a través del tiempo se han sentido cautivadas por "La cenicienta" o por qué el "Rocky" de Sylvester Stallone se llevó un Oscar al mejor guión y, definitivamente, por qué "Operación Triunfo" tanto como "Fama", la serie americana de principios de los 80, lograron semejante nivel de adhesión.
Después de tantas injusticias en un país hastiado de los vaivenes económicos y políticos, en donde los que sonríen al final casi siempre son los mismos actores, en el imaginario colectivo Claudio Basso, un patagónico como el presidente de la Nación, hizo justicia -o el pueblo televisivo la hizo para él- y salió airoso de una contienda en la que parecía llevar las de perder.
La conjeturas de que quizás pudieran inclinar la balanza las llamadas de sitios más poblados como Córdoba o Vicente López (Buenos Aires) se derrumbaron en el momento en que este chico de mirada triste se arrodilló ante las cámaras, igual que un Cristo atribulado por su cruz, y lloró sin consuelo.
Me hizo pensar en el personaje de Andy García de "Héroe accidental" (García también lloraba pero por otros motivos), un perdedor sensible, rebosante de ingenuidad que se transforma en el símbolo perfecto de la era mediática, hambrienta de fagocitar héroes de carne y hueso.
Claudio Basso es ese héroe del nuevo milenio. Una figura imprescindible en estos difíciles días de cambio y búsqueda. Después de regodearnos el paladar con Neo y sus superpoderes virtuales en "Matrix", de deslumbrarnos con las estrellas encendidas pero declinantes de la era pop (pregunten, si quieren, qué fue de la vida de Britney Spears o de María Carey), de descubrir que hay una epidemia de papel celofán y escenografías mal armadas en el ambiente de la televisión y la política, Claudio Basso se presenta ante nosotros simple y puro, vestido de un negro sacerdotal y ...brutalmente humano.
¿Quién no ha sacado cuentas por un 128? ¿Quién no apostó a que su vida sería más de lo mismo hasta que la "parca" hiciera su llamado de las buenas noches?
Claudio Basso era uno de los nuestros, para colmo del fin del mundo. Del país de los vientos y del frío.
No estoy seguro de que Claudio Basso haya soñado con ser cantante. Lo que sí resulta obvio es que conquistó una parte sustancial de su mayor deseo: dejar de protagonizar un culebrón existencial que no miraba nadie por televisión. Abandonar el universo de los seres anónimos cuyas vidas transcurren sin rating.
Hay más incredulidad que modestia en su sonrisa extraviada cuando el "capo" de Universal le augura fama mundial y una larga carrera como intérprete. Cantar es otra cosa, en realidad. El arte es un socio involucrado en este camino al estrellato. El pretexto. Aunque Claudio Basso canta bien, lo actual es esto: que le dediquen fotografías, columnas y quieran su autógrafo.
En un orden muy especial de cosas, el intrincado sistema que tejen los megacanales de difusión, Claudio Basso fue el más especial de todos esos ambiciosos jóvenes que rechinaban sus dientes por marcar la diferencia del resto. De todo el bendito resto, incluidos sus amigos, los artistas que admiran, sus familiares y, sobre todo, de ellos mismos cuando soñaban futuros glamorosos mirando el techo de su humilde pieza de adolescente.
Sus múltiples talentos, la voz o los labios sensuales de las chicas, la mirada de lobo en celo de algunos de sus compañeros varones, no les bastaron. Porque Claudio Basso quiso más que nadie en esta tierra reencarnar en una nueva vida. Aquí y ahora. Lo logró de alguna manera.
Por el tiempo que dure el embrujo, Claudio Basso tendrá una fuente donde saciar su sed. Nada menos. Años atrás Fito Páez usó la frase de alguien más y confesó que hacía música para conquistar chicas. Al final, sólo se quedó con la música. ¿Qué le quedará a Claudio Basso cuando la fama se haya ido?
Cuando la algarabía pase y el bueno de Marley esté "queriendo mucho" a un flamante grupo de pibes, cuando las cámaras hagan foco en tersos rostros de histéricos adolescentes, y los sellos firmen -babeantes, ellos también- beneficiosos contratos para su cantera, probablemente entonces Claudio Basso se aboque a construir el resto de su vida.
Será alguien en este jodido planeta -un albañil o un cantante virtuoso- sin importar quién aplaude o quien mira para otro lado.

Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar
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