Desde esa pasión ambos rastrillaron nuestra idiosincrasia y pusieron de cara al cielo virtudes y defectos.
Les llamó la atención - por caso -, la vigencia que tenía aquí lo guarango. Tanto como conducta individual, como de conjunto.
El primero escribió: en lo guarango "hay un eclipse parcial de las facultades de apreciación; fáltale cierto sentido de lo oportuno y de lo correcto, de lo culto y de lo civil"
El segundo sentenció que la conducta guaranga busca un protagonismo superlativo, único. Y siempre se independiza de los resultados de su acción. Nada importa.
Los sucedido en las política nacional en las 48 horas últimas desborda de estilo guarango.
Un proceso que por estas horas abona con ritmo acelerado el deterioro de la imagen país bananero que ya portamos.
Carlos Menem fungió de disparador de ese proceso.
Tiene motivos legítimos para sentirse blanco injusto de un acto de poder de perfiles mafiosos: no darle internas para elegir candidato por el PJ. Pero a Carlos Menem lo mafioso no le puede causar estupor.
Entonces aceptó reglas de juego. Y así retroalimentó el poder de aquél acto.
Luego, cuando los vientos que lo llevaban al ballottage se le tornaron desfavorables, Carlos Menem se deslizó a lo guarango. Y tensionó el sistema político.
Guarango porque operó desde el "eclipse parcial de las facultades de apreciación" de las que hablaba Martínez Estrada.
Operó desde un "Yo" superlativo del que habla Ortega y Gasset. Carlos Menem avanzó desde su eterna convicción de que sin él, no hay país. Se siente sol. Y desde su imaginario, ese sol jamás tiene eclipse. El no se concibe sino es como luz permanente.
Y así, a lo largo de estas 48 horas, Menem no tuvo la más mínima intención de lo correcto, lo civil, lo reflexivo.
Operó como esos cowboy que pasándola mal en un riña de saloon, tira una silla sobre el resto de los parroquianos. Y así - mediante las generalización de las piñas - intenta salvarse. El país le importó un rábano.
Carlos Torrengo
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