Viernes 30 de mayo de 2003
  Un matrimonio sudamericano
 

Por James Neilson

  Como nuestro buen vecino Luiz Inácio da Silva, mejor conocido como Lula, acaba de explicarnos, "si a la esposa no le gustan los amigos del marido, uno termina no viéndolos", o sea que el recién casado con la presidencia tiene que despedirse de su vida de soltero despreocupado con derecho a permitirse cualquier barbaridad adaptándose cuanto antes a sus nuevas circunstancias. Por desgracia, la metamorfosis, que en América Latina supone, entre otras cosas, dar la espalda a la multitud de prejuicios y preconceptos que le ha impedido emular a América del Norte, Europa occidental, Oceanía y el Japón, puede tomar su tiempo.
Raúl Alfonsín nunca logró completarla: no bien se confirmó el divorcio, volvió a frecuentar los bares que tantos momentos agradables le habían proporcionado en su juventud. Carlos Menem imaginó que le sería suficiente limitarse a colmar de besos a la suegra yanqui todopoderosa que tenía la llave de la caja fuerte y a proclamarse más que dispuesto a transformar Buenos Aires en Miami, pero su negativa a abandonar ciertas costumbres a las que se había habituado antes de celebrarse la boda terminaría resultándole fatal. Fernando de la Rúa creyó haber nacido casado pero la esposa, aburrida hasta más no poder, optó por entregarse a Eduardo Duhalde que, por entender que el concubinato no equivale a un casamiento legal, apenas se consideró obligado a modificar su conducta. ¿Y Néstor Kirchner? Aún es temprano para saber si será capaz de sentar la cabeza. Si bien está rodeado de amigotes que quieren que siga como antes, parece estar tomando conciencia de sus responsabilidades matrimoniales. Puede que lo haga, pero por ser un personaje bastante terco no le será nada fácil.
Con todo, felizmente para el santacruceño, los demás miembros de su nueva familia, la de los gobernantes, parecen estar más que dispuestos a perdonarle sus errores por comprender que había sido cuestión de un enamoramiento repentino cuyo desenlace lo sorprendió. Incluso la suegra yanqui ha decidido no dejarse impresionar por su amistad, por decirlo así, con un asesino antillano notorio que aprovechó una vista a la familia para armar una fiesta ruidosa y bramar amenazas contra sus muchos enemigos. Tampoco motivó alarma su promesa de gastar mucha plata reparando la casa que, por cierto, es una ruina. Se entiende que andando el tiempo Kirchner, hombre que insiste en que administrará las cuentas familiares con mezquindad puritana, aprenderá a manejarse con muy poco.
Los primeros días de la gestión de Kirchner se han visto amenizados por el clima de fiesta que están viviendo sus partidarios y los muchos que suponen que les será dado acompañarlo. Ya pudieron celebrar la decapitación de las Fuerzas Armadas, aprobar la "solución" , 80 millones de pesos mediante, de un conflicto gremial en Entre Ríos y, por supuesto, disfrutar de la presencia de su máximo héroe Fidel y su amigo venezolano, el ex golpista y actual mandatario venezolano Hugo Chávez. En efecto, según algunos memoriosos la inauguración de la presidencia de Kirchner les hizo recordar la asunción de Héctor Cámpora por el protagonismo de símbolos revolucionarios latinoamericanos. Hayan exagerado o no, la situación es totalmente distinta. Mientras que en aquel entonces era posible, con un poco de esfuerzo, convencerse de que la Argentina, América Latina y, ¿por qué no?, el mundo entero estaba por convertirse a una versión del peronismo "de izquierda", en la actualidad tales sueños difícilmente podrían ser más fantasiosos. Mal que les pese a Kirchner y a sus simpatizantes, las partes más dinámicas del mundo están viajando por un rumbo que es muy distinto.
Como Duhalde y el grueso de la clase política local, Kirchner cree que la debacle que truncó la gestión de De la Rúa mostró que fue un error gigantesco intentar forzar al país a tomar algunas dosis de lo que llaman "neoliberalismo", privatizando empresas públicas y probando suerte con la estabilidad monetaria, razón por la cual en adelante el Estado tendrá que cumplir un papel mucho más activo impulsando obras públicas por doquier. Dicha estrategia tendría algunos méritos si aquí "el Estado" fuera un dechado de eficacia pero, obvio es decirlo, no lo es en absoluto. Por el contrario, fue la ineptitud realmente fenomenal del sector público, no la prédica de profetas "neoliberales", lo que hizo tan populares las privatizaciones de los años noventa. El que en la década menemista haya fracasado el capitalismo sin capitalistas no quiere decir que al país le irá mucho mejor con el estatismo sin Estado.
Puede que desde el punto de vista de un dictador como Fidel Castro o de un fanático religioso sea claramente preferible que la gente común viva en la miseria de lo que sería permitirles corromperse consumiendo, pero ocurre que la mayoría no comparte la convicción de que la pureza ideológica vale infinitamente más que el bienestar material. En verdad, el rencor evidente de muchos que aplauden los exabruptos de castristas y ayatollahs no se debe al asco que debería producirles una lata de Coca Cola, sino a que ellos mismos no tengan el dinero suficiente como para comprar cajas llenas del brebaje. Se sienten "excluidos" y en buena medida lo están, pero la causa de su condición lamentable no puede atribuirse a un exceso de capitalismo. Antes bien, es una consecuencia lógica de una lucha larga, librada de forma implacable por generaciones de políticos, clérigos e intelectuales contra una modalidad socioeconómica sin duda muy imperfecta pero que así y todo ha resultado ser la única de la historia de nuestro género que ha permitido a centenares de millones de personas que de otro modo serían virtualmente esclavos gozar de una abundancia que hubiera asombrado a cualquier monarca del pasado.
He aquí el motivo por el que en otras latitudes el "neoliberalismo", lejos de desaparecer, sigue avanzando. En Alemania, patria del "modelo renano", el gobierno del socialista Gerhard Schröder sabe que no le cabe otra alternativa que la de exigir reformas que en la Argentina serían denunciadas como "salvajes", "neoliberales" y, para rematar, "menemistas". Igualmente resuelto a avanzar por tal rumbo es el gobierno francés del presidente conservador Jacques Chirac, a pesar de la oposición feroz de los socialistas y los sindicatos que no han vacilado en sembrar el caos paralizando el transporte y organizando manifestaciones callejeras. En la India, país que heredó del Reino Unido no sólo sus instituciones democráticas sino también una fe conmovedora en las recetas del socialismo moderado del viejo laborismo, el gobierno hinduista está haciendo lo posible por liberalizar la economía. Asimismo, en la China "comunista" -a esta altura, acaso sería más apropiado cambiar el epíteto por "pinochetista"- la metodología "neoliberal" ha servido para hacer factible una expansión tan notable que está modificando el mapa geopolítico del mundo.
En última instancia, las opciones son dos. De quererlo Kirchner y sus congéneres de la clase política gobernante, la Argentina podrá continuar resistiéndose al "neoliberalismo" por una serie de razones políticas, religiosas y culturales, además de las supuestas por el deseo muy natural de los "dirigentes" de defender con uñas y dientes sus propios intereses personales, o los líderes del país pueden emular a sus homólogos de Europa y de la Asia no musulmana aceptando anteponer la voluntad, por deplorable que ella sea, de los demás de disfrutar de los mismos bienes que los norteamericanos a sus propias "convicciones" o "conquistas". Por ahora, Kirchner, está procurando hacer pensar que nada podría obligarlo a modificar los hábitos mentales adquiridos en la época, que llegó a su fin un par de semanas atrás, en la que le convenía figurar como un paladín vehemente de la reacción contra el "neoliberalismo", es decir, contra cualquier medida que podría molestar a la minoría hegemónica. Sin embargo, a menos que cambie de actitud muy pronto, la Argentina seguirá perdiendo terreno con relación al resto del planeta. Es que, como dijo Lula "el pragmático", ser soltero es una cosa y marido otra que es muy pero muy diferente. Le guste o no le guste, Kirchner ya está casado con la República. Le convendría tratarla bien.
     
     
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