Sábado 24 de mayo de 2003
  Una mujer
 

Por Jorge Gadano

 

El martes último, tal cual había sido anunciado, el presidente de la Nación que asumirá mañana, Néstor Kirchner, hizo públicos los nombres de los integrantes de su gabinete. La mayor sorpresa fue, quizás, la designación de Oscar Parrilli en la Secretaría General de la Presidencia. Es un neuquino con méritos, experiencia y capacidades suficientes para asumir esa responsabilidad. Aunque tal vez lo más importante en él, en un país invadido por la corrupción, sea su honestidad ya que, al concluir su mandato de diputado nacional, renunció a la jubilación de privilegio de la que muchos otros ex legisladores nacionales gozan. En los diez años que pasaron de entonces a hoy, vivió de su trabajo.
Sería casi una obviedad decir que quienes integran ese elenco son las personas que mayor influencia tendrán en las decisiones presidenciales. Pero no lo es, porque la mayor influencia, por encima de ese gabinete de absoluta mayoría masculina, será la de una mujer, la esposa del presidente, Cristina Fernández de Kirchner (aunque, con mayor propiedad, no debería ser nombrada como "de" Kirchner sino "con Kirchner").
La condición de "Primera dama" asignada a la esposa presidencial en este y otros países no tiene raíz legal alguna. Simplemente, forma parte de los usos y costumbres que se le atribuyan a esa dignidad. Para ejercerla debe acompañar a su esposo a las misas oficiales y a las funciones de gala en el Colón, y una que otra vez visitar enfermos en los hospitales y promover actividades de beneficencia para ayudar a los pobres, también llamados carenciados o "los que menos tienen". (Así el lenguaje ayuda a disimular el drama).
El caso es que, a medio siglo de la muerte de Eva Perón, se nos aparece esta mujer que, explícitamente, desecha el lugar de la primera dama y se designa como "Primera ciudadana", con lo cual asume un aire como de Revolución Francesa que, muy probablemente, ha caído pesado en algunos círculos tradicionales de la sociedad argentina.
No faltarán señoras, y señores, que estarán pensando en una Evita rediviva que vuelve a alterarles el sueño. Razón no les falta, porque esta mujer es de temer. Dicho de otra manera, tiene una personalidad fuerte, de la que puede ser víctima hasta el mismo presidente. Que lo digan, si no, las declaraciones que ella hizo al diario "Clarín" hace algunos días. Se proclamó admiradora de Hillary Clinton, pero la criticó por haberle perdonado a Bill Clinton sus relaciones "inapropiadas" con Monica Lewinsky, y sentenció a muerte a Néstor si le hacía algo así: "Lo mato", dijo.
Como para que no queden dudas de que se maneja con criterios propios, Cristina no tuvo siquiera reparos en diferenciarse de Evita, cuando dijo que no se va a dedicar a hacer obra social porque no tiene experiencia ni interés en esa tarea. Es una mujer política que se ha venido distinguiendo con perfiles muy nítidos en el Senado de la Nación, tanto en la denuncia de la corrupción como en los cuestionamientos a su compañero de bancada, el gastronómico catamarqueño Luis Barrionuevo. Y no sólo eso: en un programa de televisión reconoció que fue ella la que escribió el discurso en el que Kirchner criticó a "las corporaciones".
Es muy probable que, así como María Eva Duarte de Perón fue Evita, la senadora nacional Cristina Fernández de (o con) Kirchner pase a ser, para muchos, Cristina. Será así, sobre todo, si logra rodearse de un aura de popularidad propia, independiente de su vínculo conyugal. No necesita, para llegar a esa cúspide, tener un plan, porque es su personalidad la que la impulsa. Envuelta en un histrionismo que, no pocas veces, se torna fogoso y avasallador, al escucharla uno cree estar ante una política que, en su discurso de hoy, resignifica convicciones de sus tiempos de militante en la universidad platense.
Los liderazgos no brotan en las sociedades avanzadas, donde reina la estabilidad política, la economía funciona y el Estado atiende debidamente los reclamos sociales. Aunque no es fatal que así sea, suelen estallar en países que, como el nuestro, han pasado por una década de efectos similares a los de una guerra. La historia, propia y ajena, abunda en ejemplos de que, cuanto mayor es la postración de un pueblo que conoció mejores tiempos, más cercana es la posibilidad de que se entregue a un líder que, de pronto, le dice lo que quiere escuchar.
El mismo Kirchner ha dicho y reiterado que, toda vez que se encuentre frente a un obstáculo que intente frenar el programa político que esbozará en su mensaje de mañana, hablará al pueblo para denunciarlo. Pero los liderazgos se construyen en una combinación de lenguaje y eso que llaman "carisma", que el nuevo presidente no tiene, se lo mire por donde se lo mire.
Con Cristina es distinto. Aunque no le falta la prudencia que enseña a reconocer límites que un político debe respetar, se le huele la pasión que la mueve. No será una nueva "Jefa espiritual de la Nación", pero es seguro que va a dar que hablar.

     
     
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