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El martes último, tal cual había sido anunciado, el
presidente de la Nación que asumirá mañana, Néstor Kirchner, hizo públicos
los nombres de los integrantes de su gabinete. La mayor sorpresa fue,
quizás, la designación de Oscar Parrilli en la Secretaría General de
la Presidencia. Es un neuquino con méritos, experiencia y capacidades
suficientes para asumir esa responsabilidad. Aunque tal vez lo más importante
en él, en un país invadido por la corrupción, sea su honestidad ya que,
al concluir su mandato de diputado nacional, renunció a la jubilación
de privilegio de la que muchos otros ex legisladores nacionales gozan.
En los diez años que pasaron de entonces a hoy, vivió de su trabajo.
Sería casi una obviedad decir que quienes integran ese elenco son las
personas que mayor influencia tendrán en las decisiones presidenciales.
Pero no lo es, porque la mayor influencia, por encima de ese gabinete
de absoluta mayoría masculina, será la de una mujer, la esposa del presidente,
Cristina Fernández de Kirchner (aunque, con mayor propiedad, no debería
ser nombrada como "de" Kirchner sino "con Kirchner").
La condición de "Primera dama" asignada a la esposa presidencial en
este y otros países no tiene raíz legal alguna. Simplemente, forma parte
de los usos y costumbres que se le atribuyan a esa dignidad. Para ejercerla
debe acompañar a su esposo a las misas oficiales y a las funciones de
gala en el Colón, y una que otra vez visitar enfermos en los hospitales
y promover actividades de beneficencia para ayudar a los pobres, también
llamados carenciados o "los que menos tienen". (Así el lenguaje ayuda
a disimular el drama).
El caso es que, a medio siglo de la muerte de Eva Perón, se nos aparece
esta mujer que, explícitamente, desecha el lugar de la primera dama
y se designa como "Primera ciudadana", con lo cual asume un aire como
de Revolución Francesa que, muy probablemente, ha caído pesado en algunos
círculos tradicionales de la sociedad argentina.
No faltarán señoras, y señores, que estarán pensando en una Evita rediviva
que vuelve a alterarles el sueño. Razón no les falta, porque esta mujer
es de temer. Dicho de otra manera, tiene una personalidad fuerte, de
la que puede ser víctima hasta el mismo presidente. Que lo digan, si
no, las declaraciones que ella hizo al diario "Clarín" hace algunos
días. Se proclamó admiradora de Hillary Clinton, pero la criticó por
haberle perdonado a Bill Clinton sus relaciones "inapropiadas" con Monica
Lewinsky, y sentenció a muerte a Néstor si le hacía algo así: "Lo mato",
dijo.
Como para que no queden dudas de que se maneja con criterios propios,
Cristina no tuvo siquiera reparos en diferenciarse de Evita, cuando
dijo que no se va a dedicar a hacer obra social porque no tiene experiencia
ni interés en esa tarea. Es una mujer política que se ha venido distinguiendo
con perfiles muy nítidos en el Senado de la Nación, tanto en la denuncia
de la corrupción como en los cuestionamientos a su compañero de bancada,
el gastronómico catamarqueño Luis Barrionuevo. Y no sólo eso: en un
programa de televisión reconoció que fue ella la que escribió el discurso
en el que Kirchner criticó a "las corporaciones".
Es muy probable que, así como María Eva Duarte de Perón fue Evita, la
senadora nacional Cristina Fernández de (o con) Kirchner pase a ser,
para muchos, Cristina. Será así, sobre todo, si logra rodearse de un
aura de popularidad propia, independiente de su vínculo conyugal. No
necesita, para llegar a esa cúspide, tener un plan, porque es su personalidad
la que la impulsa. Envuelta en un histrionismo que, no pocas veces,
se torna fogoso y avasallador, al escucharla uno cree estar ante una
política que, en su discurso de hoy, resignifica convicciones de sus
tiempos de militante en la universidad platense.
Los liderazgos no brotan en las sociedades avanzadas, donde reina la
estabilidad política, la economía funciona y el Estado atiende debidamente
los reclamos sociales. Aunque no es fatal que así sea, suelen estallar
en países que, como el nuestro, han pasado por una década de efectos
similares a los de una guerra. La historia, propia y ajena, abunda en
ejemplos de que, cuanto mayor es la postración de un pueblo que conoció
mejores tiempos, más cercana es la posibilidad de que se entregue a
un líder que, de pronto, le dice lo que quiere escuchar.
El mismo Kirchner ha dicho y reiterado que, toda vez que se encuentre
frente a un obstáculo que intente frenar el programa político que esbozará
en su mensaje de mañana, hablará al pueblo para denunciarlo. Pero los
liderazgos se construyen en una combinación de lenguaje y eso que llaman
"carisma", que el nuevo presidente no tiene, se lo mire por donde se
lo mire.
Con Cristina es distinto. Aunque no le falta la prudencia que enseña
a reconocer límites que un político debe respetar, se le huele la pasión
que la mueve. No será una nueva "Jefa espiritual de la Nación", pero
es seguro que va a dar que hablar.
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