Jueves 22 de mayo de 2003
  Las democracias formales
 

Por Jorge Castañeda

  Desde el polémico Carlyle, pasando por nuestro Jorge Luis Borges como ahora Abel Posse y el portugués José Saramago, la mayoría de los intelectuales tal vez decepcionados por la decadencia de un orden que se derriba, se manifiestan desencantados de las bondades de las democracias a las que han adjetivado despectivamente de "formales", o sea que las consideran una simple cáscara vacía de contenido y significado.
Nuestro máximo escritor tomando algunas citas de Thomas Carlyle supo escribir alguna vez que la democracia "era un abuso de las estadísticas" y que siempre pensó, al igual que el desconcertante historiador británico, que ese famoso sistema de gobierno "era un caos provisto de urnas electorales". Y más adelante harto de la "mitología grasa del primer trabajador y del hada rubia" acotó que "la democracia es una peste bubónica". Y a lo mejor adivinando el provenir parafraseando a Carlyle dijo que "el Congreso, ese edificio pomposo, es inútil". Tan inútil que algunos demócratas americanos procedieron a cerrarlo.
Y también de su propia cosecha manifestó en 1978 que "las elecciones deben ser postergadas 300 ó 400 años, pues se necesita no un gobierno de hampones democráticos, sino un gobierno honesto y justo".
Carlyle, en cambio, que propuso la conversión de las estatuas "horrendos solecismos de bronce" en útiles bañaderas, que alabó la Edad Media y condenó "las bolsas de viento parlamentarias", escribió que "la democracia es la desesperación de no encontrar héroes que nos dirijan".
Borges sostiene que Carlyle "hace poco más de cien años, creía percibir a su alrededor la disolución de un mundo caduco y no veía otro remedio que la abolición de los parlamentos y la entrega incondicional del poder a hombres fuertes y silenciosos".
El amargo pensamiento del laberíntico Carlyle supo decir que "toda obra humana es transitoria, pequeña y deleznable", y supo defender con férreas razones la disolución del Parlamento inglés por "las costillas de hierro" de Cromwell.
Por su parte Abel Posse, brillante escritor favorito para el reciente premio Príncipe de Asturias, reflexionaba que "acabamos el siglo con "democracias". Pero se trata de democracias formales, asustadas y comprometidas con el economicismo amoral careciendo de todo tipo de atractivo".
Agrega que "tienen tanto "sex appeal" como un par de tijeras. Los políticos no representan nuestra angustia ni las esperanzas de cambiar un mundo que se nos desmorona culturalmente y donde nos causa horror pensar cómo van a hacer para vivir nuestros hijos". Y sostiene que "tienen más miedo que nosotros. Ya no se animan a nada. Y se refugian en la ley para seguir igual, para evitar la nueva legitimidad y la creación de derechos vivos". Propone la disciplina novísima de la metapolítica, "la expresión de esta angustia generalizada ante la partidocracia que impone esta versión boba, dependiente, deshuesada, de democracias incapaces de transformaciones de fondo".
En similar versión el Premio Nobel José Saramago, uno de los escritores más importantes del siglo, se expresa sobre el "desgaste de la democracia a la que prefiere llamar plutocracia. Y en un reportaje reciente menciona que "podemos quitar un gobierno y poner otro, pero no podemos decirle nada a una multinacional porque ahí el voto no llega".
Y lamentando que la democracia no pueda "autocriticarse", sea tratada "como si fuera algo químicamente puro, y no es así, la corrompieron" y que "los gobiernos se convirtieron en comisarios políticos del poder económico". Explica la actual crisis porque "todos somos hijos, nietos, sobrinos de la ilustración y la enciclopedia, y eso se está acabando".
Posse por su parte señala que "hasta hace poco nos hemos creído limitados por el lastre cultural y nos hemos creído los protagonistas inhábiles, de segunda, del paraíso economicista. Ahora empezamos a darnos cuenta de la ventaja de no haber ido tan lejos en el camino de la alienación y el nihilismo, de haber estado un paso atrás en la ruta de la decadencia cosificadora".
Los argentinos tenemos durante este año electoral una oportunidad única de ejercer la democracia en el más soberano de sus derechos que es el sufragio universal. Y debemos ejercerlo como el gran Alejandro reservando para nosotros la esperanza, por que es con todas sus desviaciones el más perfectible de los sistemas de gobierno.
Albert Camus escribía en L"tat de siege: "Si queréis conservar el pan y la esperanza, destruid vuestros certificados, haced pedazos los obstáculos y abandonen las filas del miedo". Aficionados a lo trágico, los hombres del siglo XX habían vivido lo trágico. Faltábales vencerlo. Nosotros hoy después de la crisis y las frustraciones, argentinos del siglo XXI, podemos hacerlo.
     
     
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