Martes 20 de mayo de 2003
  La población escolar y la invasión de Irak
 

Por Eva Giberti

  La reacción de las docentes y de las autoridades fue acertadamente veloz: había que hablar con los chicos y con las chicas explicándoles con cuidado qué es una guerra, de qué se trataba esta guerra, donde se habían localizado los bombardeos y por qué se mataba a personas indefensas.
Las maestras asumieron los asombros, los miedos y las confusiones de sus alumnos. Tenían que explicarles que EE. UU. había invadido a Irak y marcar la diferencia con una guerra, intentando mostrar qué significa invadir un país.
El modelo al que los chicos podían asociar la palabra invasión remitía a las invasiones inglesas, cuando la población contribuyó a defender la ciudad volcando aceite hirviendo sobre las tropas dispuestas a conquistarnos. Muy distantes de aquellos escenarios que la tevé mostraba -cielos incendiados, ciudades destruidas, muerte y terror- y que producían miedo y admiración. Los varones más grandes, curiosos y admirados analizaban el uniforme de los norteamericanos desatando el afán por poseer las preciosidades que colgaban de las piernas, de las espaldas y también ajustadas a los borceguíes; se parecían mucho a los soldados que habían visto en las series, pero éstos de ahora cargaban más artefactos. Cada cuerpo sobrellevaba y exponía un paradigma de la técnica portátil.
Las prácticas visuales de estos chicos trasladaban los personajes de las series de tevé hacia el desfile de tropas en el desierto iraquí. Pero estas semejanzas no los engañaron: sus preguntas sólo podían contestarse con informaciones veraces. En esas respuestas se jugaron no sólo las posiciones éticas y políticas del magisterio, sino la responsabilidad educativa de la educación formal enfrentando las posiciones de algunas familias; no solamente aparecieron padres y madres que se oponían a que se les hablase a sus hijos e hijas de la guerra, sino aquellos que ensalzaban la invasión como un mal necesario, producto de una justa intervención liberadora. Explicarles a los chicos que EE. UU. avanzaba sobre Irak para liberar al pueblo tenía alguna semejanza con la historia de San Martín cuando decidió hacer algo parecido en América del Sur. Este nuevo referente de las gestas nacionales -como las invasiones de los ingleses-tampoco hubiese encajado en la lucidez de los chicos actuales que pueden discernir entre quienes cruzaron los Andes en lomo de mula y quienes tripulaban los aviones que no solamente arrasaban los cielos de Bagdad con ramalazos de fuego, sino dejaban caer bombas racimo que aún continúan estallando en las manos de quienes intentan tocarlas.
Cualquier analogía que intentara asociar la invasión de Irak con nuestras experiencias como pueblo gestor de libertades y de liberaciones, no tenía posibilidad de amarre. Tampoco era lo que podría ocurrírseles a los maestros, pero las asociaciones aparecieron en la memoria de algunos alumnos. Por fin se les pudo informar que la guerra había finalizado. Ya no verían ni escucharían el tronar de aviones, tanques inmensos, gente muerta, resplandores tumultuosos impregnando el cielo de ese país.
También se les dijo que EE. UU. había ganado. Tal vez no se les aclaró: "Esto es lo que puede sucederle a cualquier país que posea bienes que al gran país del norte le interese tener. O que ocupe una posición geográfica estratégica". Esta información propia del aquí y ahora podría servirles a los escolares para adquirir perspectivas de futuro.
La dificultad surge actualmente cuando las fuerzas de ocupación ya no están en guerra, pero invaden una escuela en Faluja, se apropian del lugar y matan a las personas que ellos definen como sospechosas, sean niños o adultos. Si la guerra finalizó, ¿por qué la soldadesca se instala dentro de la escuela de una ciudad?¿Por qué instituyen la humillación en el territorio simbólico del pensamiento y el aprendizaje? El mensaje que instalan es claro: "Esto es lo que hacemos con los vencidos y con sus escuelas". Tanto la destrucción de los museos iraquíes, así como la autorización para que fuesen saqueados, cuanto la aniquilación de los lugares considerados sagrados por la historia de la humanidad y que simbólicamente constituían escuelas y núcleos de aprendizaje para las próximas generaciones, forman parte de otra guerra asociada a la invasión cultural, de la que debemos hablar con los escolares. Invasión neutralizada por la admiración sometida que los poderosos suscitan mediante el ejercicio de la violencia, en este caso, armada. Pero también mediante la histórica inoculación cultural que sus productos favorecen mediante las series televisivas, las bebidas, el lenguaje y otras expresiones culturales cuyo éxito depende, fundamentalmente, de la admiración vernácula por lo extranjero. Es la otra invasión que busca colapsar la capacidad de discernimiento y de juicio crítico que la escuela puede y debe fomentar.
La historia es antigua, pero ahora desfachatadamente expuesta. Su descripción arrastra viejas denuncias y luchas añejas. Tiempos difíciles para nuestros chicos, que deberán aprender a reflexionar acerca de quiénes son los vencedores que para expandir su poder violaron las leyes, los acuerdos internacionales y en particular los derechos humanos de una población. Y no es la primera vez que lo hacen.
     
     
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