Martes 20 de mayo de 2003
  No es bueno vivir aguas abajo
 

Por Pablo Fermín Oreja

  Bajo este mismo título, hace algo más de quince años -el 4 de enero de 1988- publiqué en este diario una nota en la que, aludiendo a la sombría perspectiva de un colapso de las represas instaladas sobre los ríos Limay y Neuquén, aparecía una visión catastrófica de la población que vive aguas abajo de esa cuenca.
Lo del título surgía a raíz de una sabia reflexión de alguien que tenía experiencia en esta materia: el ingeniero Honorio Cozzi, profesional y funcionario durante muchos años en nuestra ciudad, como titular de la Intendencia de Riego regional. Era un autorizado hidráulico, no un supuesto alarmista: cuando regresábamos de la inauguración del dique de contención de aluviones en la zona de bardas en 1969, él me dijo: "No es bueno que una población se encuentre aguas abajo de un dique...".
Han transcurrido quince años, y aquella advertencia recobra toda su virtuosidad con la aparición del "síndrome de Santa Fe", o sea la conmoción pública que embarga a los argentinos ante la catástrofe desatada por el desmadre del río Salado, que ha sumido en la ruina a cientos de miles de habitantes de esa rica provincia.
No se trata ahora de un comentario provocado por la habilitación en General Roca de una represa para contener y desviar los aluviones que desde las bardas del norte asolaban periódicamente a esta ciudad y una extensa cuenca regional.
Ahora se está analizando el riesgo que pueden significar los impresionantes embalses suspendidos sobre el Alto Valle del Río Negro y Neuquén, el anecdótico "Comahue" imaginado por el senador José María Guido, hacia 1960, cuando durante la presidencia de Arturo Frondizi comenzó el proceso de ejecución del complejo El Chocón-Cerros Colorados, calificado como la "obra del siglo" por sus imponentes dimensiones.
En los últimos días de 1987, autoridades y técnicos de Hidronor, la empresa estatal a cargo del complejo, difundieron versiones nada tranquilizadoras a raíz de fallas técnicas comprobadas en los muros de la margen derecha del El Chocón.
Aquel episodio, felizmente superado entonces con los trabajos que se realizaron bajo los muros del dique, de alguna manera ha resurgido por la posterior habilitación de nuevas presas: Alicurá, Piedra del Aguila, Collón-Cura, Pichi Picún Leufú, todo un inmenso reservorio de masas hídricas retenidas artificialmente para generar energía, "pero suspendidas siempre como una amenaza latente sobre la población" que vive aguas abajo de las mismas.
Cuando en julio de 1899 el río Negro se desbordó, destruyendo el primitivo asentamiento del Fuerte General Roca, más las poblaciones de Choele Choel, General Conesa, Guardia Mitre y Viedma, no existía ninguna obra de regulación o contención de los ríos neuquinos. Teóricamente, el caudal del Limay era de 700 metros cúbicos por segundo y el del Neuquén de 300. Por consiguiente en la confluencia donde nace el río Negro, el caudal sumaba 1.000 metros cúbicos por segundo.
Pero al producirse el desbordamiento de 1899, la altura máxima de las aguas llegó a superar los 8.000 metros cúbicos por segundo, con las consecuencias que registra la historia.
Recién en 1910 se iba a comenzar a construir el dique sobre el Neuquén, en Contralmirante Cordero, que regularía ese caudal y desviaría excedentes hacia la cuenca Vidal para controlar desbordes y asegurar el normal sistema de regadío del Alto Valle del Río Negro.
Ahora las circunstancias son muy distintas, pero la dramática perspectiva a la que aludimos al comienzo justifica la ansiedad pública, aunque el funcionamiento de entes y grupos técnicos de alta responsabilidad permiten confiar en que las autoridades respectivas sabrán y podrán actuar a la altura de los acontecimientos previsibles.
La Autoridad Interjurisdiccional de Cuencas, la Organización Regional de Presas y el Departamento Provincial de Aguas de Río Negro están realizando importantes estudios, que incluyen verificar la seguridad del dique Ballester y los diques aluvionales de General Roca y Juan J. Gómez. Desde luego, en un área de mayor complejidad se atiende el control de las presas sobre los ríos Limay y Neuquén. El Limay es el río más regulado de la región, "pero la naturaleza es la naturaleza, y su comportamiento puede dar siempre sorpresas", dice una información muy reciente. Si no, veamos lo que ha ocurrido en Santa Fe.
No nos metemos en el nivel técnico, por razones obvias, y respetamos a quienes están a cargo de esa responsabilidad. Pero nos impresionan algunos datos provenientes de esa área: por ejemplo, que la crecida máxima del Limay podría llegar a los 18.000 metros cúbicos por segundo y la del Neuquén, a los 14.520 m3/s (una vez en 10.000 años). Para no seguir esta ronda de datos muy objetivos, que deben ser manejados por los técnicos de mayor responsabilidad, nos parece prudente concluir que las autoridades políticas de ambos gobiernos provinciales y los municipios respectivos deben extremar las medidas tendientes a concientizar a la población sobre temas como los que corresponden a la defensa civil, planes de evacuación y vías previstas y marcadas para posibles emergencias.
Mientras tanto, sin sobresaltos y con serenidad, no olvidar aquella prevención del ingeniero Cozzi: "No es bueno vivir aguas abajo"... Y tener presente siempre la inspiración originaria y el compromiso contraído con la gente al acometer el emprendimiento Chocón-Cerros Colorados que sostenía los siguientes objetivos: regulación y navegabilidad del río Negro, irrigación y producción de energía.
Mucho se habló, a partir de 1960, de la extensión del regadío en el Alto Valle a 1.000.000 de hectáreas y de la seguridad de la población aguas abajo de las presas.
Se sabe que la generación de energía y su transferencia a la Capital Federal y el Gran Buenos producen un negocio satisfactorio y que la empresa Hidronor fue privatizada.
Reflexionemos sobre el cumplimiento de los otros objetivos: ampliación de la superficie regable y seguridad de la población.
     
     
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