Lunes 19 de mayo de 2003
  Bioética y animales
 

Por Héctor Ciapuscio

  Hace exactamente treinta años se publicó en New York una nota cuyo título signaría una cruzada planetaria: "Animal Liberation". Allí se comentaba que, como fruto de una revolución cultural de la que no muchos son conscientes y que transcurría con fuerza en la segunda mitad del siglo XX, ya todo el mundo estaba familiarizado con causas como "Liberación negra", "Liberación gay" y "Liberación femenina" pero que, siendo que esas discriminaciones estaban desapareciendo, faltaba un capítulo, el referente a nuestros humildes hermanos biológicos. Más tarde, en 1975, Peter Singer, el autor del artículo -actualmente profesor de Bioética en Princeton- publicó el libro fundacional de la cruzada que fue traducido en quince idiomas y rotulado como "la Biblia del movimiento de liberación animal"(1) .
Pues bien, ¿cuánto avanzó el movimiento en ese corto período? Un balance somero muestra que ha tenido un dinamismo extraordinario. Antes de los 1970 eran muy pocos los que consideraban siquiera que hubiese un problema de índole ética en la manera cómo los humanos tratan a los animales; hoy en día, en cambio, es habitual un diálogo sobre el hecho de que compartimos con ellos la capacidad de sufrir (en el siglo XVIII, un precursor, Jeremy Bentham, había dicho "No debemos preguntarnos ¿pue-den razonar?, ni tampoco ¿pueden hablar?, sino ¿pueden sentir?"). Más aún, actualmente se discute si ellos tienen intereses ("intereses", en lugar de "derechos", atiéndase bien), un gran viraje filosófico por cierto. No existían, por otra parte, organizaciones de derechos animales y hoy, mientras se mantiene un vivo debate público y se engruesa sin cesar la bibliografía -se listaron ya 240 libros entre 1970 y 1990; ahora se estiman en miles-, sólo un grupo llamado "People for the Ethical Treatement of Animals" cuenta en Estados Unidos con 750.000 adherentes activos.
Los logros materiales son abundantes. Desde éxitos contra la mutilación sexual de gatos mascotas, a la experimentación de cosméticos en ojos de animales de laboratorio por empresas como Revlon, pasando por el rechazo al uso de abrigos de piel cuyas ventas nunca recobraron los niveles de los años 80 y la sustitución de experimentos de investigación científica por programas de software que los han reducido a la mitad en Inglaterra y Estados Unidos. Pero, según siguen clamando los activistas, esas ganancias son oscurecidas por el enorme aumento del número de animales confinados e inmovilizados, engordados a presión con fines de consumo humano en las granjas industriales, sin conocer el aire fresco, la luz del sol o una pradera. En esto el movimiento se reconoce débil: el número de animales sacrificados es mucho más grande que hace treinta años y existe la probabilidad de que la afluencia económica del sudeste asiático incluya como futuros carnívoros a millones de orientales. Anota, sin embargo, que hubo progresos en Europa, fruto de la mayor preocupación del público por el bienestar animal e independientes de los cambios determinados por el asunto de la "vaca loca".
No hay dudas sobre el amplio crecimiento en todo el mundo del número de conversos al vegetarianismo y aun al "veganismo" (la evitación del consumo de todo producto animal, incluidos huevos y leche). No les ha hecho falta a los activistas insistir en el argumento de la antieconomicidad energética de la producción de proteínas a través de carne frente a la de cereales (los vegetales producen 10 veces más proteínas por acre que la carne; la avena rinde 6 veces más calorías que el cerdo, el animal más eficiente, etc.) ni al ejemplo de grandes hombres de la historia que fueron vegetarianos (una lista que incluye a Leonardo, Voltaire, Byron, Tolstoy, Gandhi, Bernard Shaw, Einstein, Luther King- y...Hitler, agregan con sorna los opositores), la tarea de concientización de los convencidos y la preocupación por el salutismo que impera en el mundo - dentro de un fantástico cambio cultural que nos envuelve- son probablemente los factores decisivos.
Aquel artículo de 1973 citado al principio en el que Peter Singer comentaba un libro que integraba una colección de ensayos precursores sobre el asunto tenía un párrafo que parece justo reproducir. Decía: "La Liberación Animal requerirá mayor altruismo de parte del género humano que ninguna otro movimiento de liberación, dado que los animales son incapaces de pedir por ellos mismos o protestar por su explotación mediante el voto, demostraciones o bombas. ¿Es capaz el hombre de tan genuino altruismo? ¿Quién sabe? Si este libro no tiene un efecto significativo, sin embargo será una vindicación de todos los que han creído que el hombre posee dentro de sí el potencial para algo más que crueldad y egoísmo".


(1) .- Traducción en castellano: "Liberación Animal", Madrid 1999, edición revisada. Fue oportunamente comentado en esta columna.
     
     
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