Sábado 10 de mayo de 2003 | ||
Juan Gregui,
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Por César Gass (*) |
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Neuquén
estaba construyendo El Chocón, Neuquén tenía huelgas de obreros de la
construcción, Neuquén era noticia en Buenos Aires, se hablaba de su prosperidad
y de la protesta. Muchos venían de distintos lugares a poblar esta parte
de la Patagonia. Tal vez así vine yo en 1971, con una Argentina invariablemente
en dictadura. Me instalé en el Barrio Mariano Moreno, en una cortada paralela a la calle Primeros Pobladores, el lateral de la casa que alquilaba estaba pegada al Colegio San José Obrero. Una tarde regresaba del trabajo y acorté camino cruzando el Colegio, y en una silla en el patio, meditando, encontré por primera vez a un cura robusto, que inmediatamente facilitó la conversación, sin reconvenirme por usar un lugar no habilitado para transitar. Desde aquel día, muchas veces recorrió conmigo los metros que separaban hasta mi casa para compartir la cena, así lo conocí y así lo admiré. Así supe de su esfuerzo por levantar esa obra maravillosa que daba contención y oficio a cientos de chicos humildes, que les hablaba de Dios, pero los preparaba para afrontar la dureza del futuro con una formación y educación extraordinarias. Este cura lleno de energía no tenía la intelectualidad de Don Jaime, el obispo, pero aun con discrepancias, lo acompañaba con admiración en la prédica por la justicia social. Advertía de una manera muy simple, pero profunda, que los setenta tenían ideología, que muchos de los que veníamos de afuera traíamos inquietudes que sacudían la pasividad de un pueblo chico. El padre Gregui era mi amigo. La firmeza de este cura agigantaba su bondad y con una vocación que no transgredía jamás la concepción sacerdotal, se permitía hablar de todo, porque el diálogo era comprensión. En ese primer encuentro casual pero que marcó mi vida, estaba vestido de sotana, como conversando con Dios; en los meses posteriores, su vestimenta fue más civil, seguramente tratando de no poner barreras para quienes, pese al agnosticismo, Gregui significaba todo. También para gente, que admirando su obra, su espíritu e inquietud valoraron más a Dios, que hasta ese momento lo tenían muy lejano. Conocí mucho de su vida y de su pensamiento y cuando mi hija daba los primeros pasos, era un camino seguro ir a darle un beso al padre Gregui. Pero el 24 de marzo de 1976, también cayó como un baldón en Neuquén y en un operativo siniestro un camión del Ejército se llevó a mi familia; al cura bueno y luchador le agregó una valentía inusitada a sus cualidades y siguió a los secuestradores con tanto escándalo que les hizo legalizar la detención. Al regreso de mi exilio, en vísperas de la nueva democracia, lo visitaba en Zapala en la epopeya de otra obra salesiana, luego en Bahía, en Patagones. Quise al cura cuyo Dios no era el mío. Y tengo la pretensión que estas líneas emocionadas interpreten a quienes el padre Gregui los instruyó, brindándoles posibilidades, a los que sacó de la calle, a los que dio de comer, a los que en las situaciones más límites jugó su sotana por la libertad a la que todos tienen derecho. Ayudó a los perseguidos; me ayudó. Para usted padre Gregui, esta oración laica. (*) Jefe de Asesores Municipalidad de Neuquén |
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