Sábado 10 de mayo de 2003
 

Cansancio

 

Por Jorge Gadano

  Suele pasar. "Me cansa mi propia voz", escribió recientemente Jack Fuchs, un sobreviviente de los campos del nazismo. El 8 de mayo de 1945, hace 58 años, salió de Dachau y desde entonces se hace preguntas que no tienen respuesta. Nadie se las da, él tampoco las encuentra.
Sabemos, como él, que el siglo XX que hemos dejado atrás está no obstante ahí, palpitante, reclamando respuestas. ¿Por qué la humanidad, que supo dar en ese siglo saltos científicos y técnicos tan grandes, ha sido a la vez capaz de tan grandes matanzas, de tanta destrucción, de tanto bestialismo? Del mismo modo que Fuchs, uno no puede menos que preguntarse cómo el pueblo alemán, heredero de tan enorme cultura, pudo parir la monstruosidad más salvaje en la historia de la humanidad.
Porque no puede dejar de recordar, Fuchs recuerda: "La luz del siglo XX, la gran iluminación del mundo, se produjo bajo el auspicio de 190 millones de cadáveres, de los cuales sólo 30 millones fueron soldados". El sobrevivió, pero a costa de no poder olvidar. No hay remedio para la memoria de lo que fue la vida en un campo de concentración.
El texto de Fuchs es un lamento, casi un llanto sin lágrimas. Sin consuelo, ya por cumplir 80 años, sabe que sus nietos reciben un mundo que no es diferente del suyo. Ha dicho antes que "el sufrimiento de un niño con hambre basta para comprender que no se avanzó en nada, que no se aprendió nada".
De eso se trata, de los niños. De tanto en tanto esta columna se ocupa de los niños. Que tienen hambre, que mendigan, que roban, que trabajan por migajas, que no trabajan porque no hay trabajo, que se drogan, que viven en la calle, que mueren baleados por la policía. Esta columna derrama palabras que quedan sepultadas bajo otras palabras, porque hay elecciones, inundaciones, secuestros, cámaras ocultas y crímenes de gente adinerada, que la policía no puede esclarecer como lo hace cuando un desocupado alcohólico mata a su mujer en una villa miseria.
Dejaríamos de ser humanos sin las palabras. Pero el abuso es también un signo de inhumanidad, cuando todo sigue igual o peor.
Estamos en Neuquén. Cansa la propia voz, como cansan otras voces. Se diría: parece que fue ayer. Pero ya llevamos, en Neuquén, tierra de promisión, más de una década escuchando promesas. Pero no podemos -aquí tampoco, Fuchs- hacernos cargo de los niños.
La palabra adecuada es "mercadeo". En Neuquén no habría tráfico sino mercadeo de niños. Lo que quiere decir que el mercado ha llegado a tales extremos de libertad que también ha incluido a los niños. Son, como las ciruelas, los zapatos o el trabajo, algo que se compra y se vende, una mercancía más.
Pero es "mercadeo" y no "tráfico" porque todavía existen obstáculos legales y morales. Al contrario de otras provincias, Misiones por ejemplo, Neuquén se encuentra todavía en una etapa primitiva del comercio infantil. Es lo que se dice. Pero es cuestión de esperar, porque si el gobierno provincial sigue fiel a la doctrina del "laissez faire" que impregna todos sus actos, no tardarán en llegar las organizaciones que reemplazarán a la adopción por una compraventa clandestina.
Son -¿hace falta aclararlo?- niños pobres los niños con hambre de Fuchs. No hace falta aclarar que las madres de buen pasar no andan ofreciendo hijos en los hospitales ni los van a tener en clínicas siniestras. Son hijos de padres con hambre, hermanos de otros niños con hambre, engendrados en barrios signados por el hambre, en un país que era famoso en el mundo por Fangio y Maradona y que ahora, también, se distingue porque su geografía es la del hambre.
Cualquiera que se tome el trabajo de revisar la Constitución neuquina encontrará una multitud de normas que no se cumplen o que son abiertamente violadas. Cuesta, por lo tanto, admitir que vivamos en un estado de derecho. Sin embargo, no se puede dejar de ver lo que está escrito. Y escrito está, en el artículo 24 de la ley fundamental de esta provincia, que "La maternidad y la infancia tendrán derecho a la protección especial del Estado" y que "todos los niños nacidos del matrimonio o fuera del matrimonio tendrán derecho a igual protección social".
El gobernador Sobisch, que quiere reformar la Constitución -aunque mejor haría si la cumpliera- denunció hace poco que hay empleados públicos que cobran, amén de sus sueldos, subsidios destinados a los desocupados y dijo: "Estoy muy enojado con ese tema y pienso llegar hasta las últimas consecuencias".
En cuanto a "las últimas consecuencias" habría que decir que, de tanto invocarlas, los gobernantes las han colocado en el lugar de los más insondables misterios de la historia, porque no se sabe cuáles son, ni se llega nunca hasta ellas.
Pero lo más importante de la declaración es que el gobernador haya llegado al punto de estar "muy enojado" por el caso aludido. La pregunta es: ¿cuando ve a un niño mendigando en la calle, cuya protección está obligado a asegurar, se enoja, se molesta, se disgusta, se duele o mira para otro lado? Quizás lo más probable es que se diga que así es la vida y que pobres habrá siempre.
     
     
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