Martes 6 de mayo de 2003
 

¿Cómo pensamos?

 

Por Tomás Buch

  El pensamiento es una de las facultades, la más importante, que nos distinguen de todos los demás animales, nos han enseñado durante siglos. Al proclamar: "Pienso, por lo tanto existo", Descartes basó en el pensamiento la prueba misma de nuestra existencia. Es lo que nos distingue de las demás especies, según aquellos que trazan una línea imposible de superar entre los homo sapiens y los demás. El pensamiento, por cierto, está en la base de nuestra capacidad de creación. Y el lenguaje está en la base de nuestro pensamiento. Tal la teoría oficial.
Muchas veces pensamos como hablamos. El pensamiento se nos presenta como una especie de monólogo interior, que en ciertas ocasiones ha sido tomado por modelo literario con singulares efec-tos. No siempre pensamos en una cosa determinada, con tesón y persistencia, como tratando de llegar a alguna conclusión razonada. El monólogo interior va un poco a la deriva, salta de un tema a otro, se deja influir constantemente por nuestras impresiones sensoriales, hace comentarios sobre éstas, vuelve a un tema que nos preocupa, una y otra vez, vuelve a divagar... Cuando la literatura sigue a la naturaleza, el resultado es un extraño fluir de la conciencia que fue explorado por algunos autores, como James Joyce.
Controlar ese fluir sin rumbo fijo y llegar a pensar con algún resultado útil requiere disciplina y entrenamiento; algo de eso se aprende en la escuela, que a veces nos exige resolver problemas o disciplinar el fluir de la conciencia ante un papel en blanco que debe recoger una corriente más coherente, centrada en un tema determinado. Las diferentes técnicas de meditación desarrolladas por los orientales nos proveen métodos para concentrar el pensamiento y aun para acallar ese chicharreo interno que puede llegar a separarnos enteramente de la realidad circundante y nos lleva a perder contacto con el momento en que vivimos. Si logramos ese silencio interior, aunque sea por un instante, nos sobrecoge la riqueza de esa experiencia completamente inhabitual del presente puro. Esto está en contradicción con la idea de Descartes, ya que la experiencia más inmediata de nuestro ser en el mundo es ese silencio interior, más que aquel reconocimiento del hecho de pensar. Pero es una experiencia inefable, y por lo tanto intransmisible.
La relación del pensamiento con el lenguaje es evidente, hasta el punto de que existe una línea de pensamiento lingüístico que planteó la idea de que el lenguaje condiciona el pensamiento hasta el punto de que los diferentes grupos lingüísticos tendrían diferentes estructuras de pensamiento, porque las estructuras de sus lenguajes difieren entre sí. Con esto se sentaría la base para diferentes lógicas, cosmovisiones y modos de encarar la vida y la relación con la sociedad. Esta "hipótesis Sapir Whorff", se quiso poner a prueba en los años 1950, inventando un lenguaje artificial estrictamente lógico, que hiciera imposible las ambigüedades de todos los lenguajes naturales. Este lenguaje, llamado Loglan, no sirvió para probar la hipótesis Sapir Whorff, porque para ello debería haberse podido crear un grupo de hablantes naturales no contaminados, lo cual era una imposibilidad evidente. En cambio Loglan se está usando como idioma intermediario en algunos programas de traducción automática por computadora, aprovechando su falta de ambigüedades, que es el principal escollo para la traducción, sea ella automática o no. Es curioso que una cualidad similar se ha encontrado en el aymara, idioma de muchos indígenas bolivianos, que ha sido propuesto con el mismo fin.
En cuanto a la hipótesis Sapir-Whorff misma, está siendo puesta a prueba cada vez que un intérprete debe traducir entre un idioma no-occidental y alguno del grupo indoeuropeo y corre el riesgo de errar en matices semánticos. En las conferencias internacionales siempre se corre el riesgo de que un error de traducción ocasione alguna crisis internacional. Pero no todo pensamiento es lingüístico. Esta idea es aun recibida por muchos lingüistas con cierta desconfianza, pero es corroborado por muchos creadores en áreas no lingüísticas, como la música, las artes visuales y aún la ingeniería y las ciencias exactas como la matemática y la química. Cuando se le preguntó a Einstein sobre la forma en que sus ideas se le habían aparecido por primera vez, lo sorprendente de la respuesta fue su vaguedad: en ella aparecían imágenes, frases y hasta sensaciones corporales. Algunas otras historias de descubrimientos importantes destacan las estructuras visuales, que predominan en muchos ingenieros y arquitectos por razones fácilmente entendibles, pero también en muchos químicos, que visualizan las estructuras moleculares antes de sintetizarlas en el laboratorio; sería muy difícil describir la mayoría de tales estructuras en palabras. El ejemplo más famoso de esto es el de la estructura cíclica de la molécula del benceno, descubierta por Kekulé en el siglo XIX; se dice que la imagen del ahora tradicional hexágono se le apareció en una especie de visión semihipnótica. Algo similar debe haber ocurrido con la idea de la doble hélice del ADN, que en estos días festejó sus bodas de oro.
Las imágenes son muchas veces más elocuentes que las palabras y hay un dicho chino según el cual una imagen vale por mil palabras. Las tomografías dicen tanto más que sus descripciones literales, que uno tiene la impresión de que los informes escritos de los médicos desaprovechan la mayor parte de la información contenida en las imágenes mismas. De la misma manera se relacionan las fórmulas y ecuaciones matemáticas con su contenido: las matemáticas son también una forma de lenguaje simbólico aunque no verbal que los expertos entienden con mayor precisión que los párrafos llenos de ambigüedades necesarios para explicar su contenido a alguien no entrenado. Otra forma no verbal del pensamiento es la música, mucho más cercana de las emociones y de los sentimientos que el lenguaje. Incluso cuando se trata de mensajes verbales, su contenido lingüístico a veces está opacado por los no-lingüísticos: la entonación, la gesticulación, las actitudes corporales, que pueden convencer más que las palabras; y muchas veces se nota que las palabras se contradicen con las formas no-verbales del discurso y, en esos casos, convencen más éstas que aquéllas.
Al aceptar las formas no lingüísticas del pensamiento se pone en una nueva perspectiva la pregunta acerca del pensamiento de los animales. Cuando un gato acecha a un pájaro, su actitud corporal, su tensión, la expresión de sus ojos y la manera en que los mueve, hace muy difícil creer que no esté evaluando la situación, midiendo distancias, calculando la fuerza con que deberá saltar sobre su presa para no fallar en su intento de atraparla. En una palabra: el gato piensa; seguramente proyecta sus intenciones, prevé la respuesta de su víctima, planea sus propios movimientos; sólo que, como carece de las estructuras lingüísticas privativas de nuestra especie, no piensa en palabras.
La idea de que sólo la palabra puede ser instrumento o vehículo del pensamiento es fruto de una educación clásica, que estaba basada en los documentos literarios del pasado. Hasta la religión ha glorificado la palabra por encima de las demás formas de pensamiento, al poner el Verbo al comienzo de todas las cosas, y al representar la Creación como un acto de enunciación verbal.
Pero si logramos liberar el pensamiento del encuadre del lenguaje, no sólo podremos acceder a formas más ricas de experiencia y de expresión, sino que podremos avanzar en la comprensión del mundo no-humano. Aunque no podamos transmitir verbalmente más que la sombra de esas experiencias.
     
     
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