Martes 20 de mayo de 2003
 

El poder económico

 
  Como buen peronista de los de antes, el presidente electo Néstor Kirchner ha dado a entender que luchará contra "las corporaciones" y el "poder económico", actitud que según las encuestas se ve compartida por mucha gente que, por razones que podrían calificarse de culturales, propende a pasar por alto el hecho evidente de que combatir "el poder económico" -o, si se prefiere, "el capital" como reza el himno del movimiento casi hegemónico- no tiene ningún sentido en un país con tantos problemas materiales como el nuestro. Por el contrario, de resultar tan exitoso en esta "lucha" contra lo económico y por lo tanto contra el bienestar de sus compatriotas como ha sido la mayoría de sus antecesores en la Casa Rosada, algunos de los cuales consiguieron asestar tantos golpes contra el "poder financiero" y las "corporaciones" que como consecuencia el país se encuentra entre los más pobres del Occidente, Kirchner terminará legándole al próximo jefe de Estado una economía aún menos productiva que la actual. Por cierto, no tendría derecho a quejarse si los vinculados con las "corporaciones" a las que ha aludido con severidad y desprecio en ciertos discursos recientes trataran de defenderse trasladando su dinero a otra parte, como en efecto hizo el propio Kirchner cuando decidió depositar fondos de la provincia que gobernaba en una cuenta suiza.
Entre las prioridades de Kirchner debería figurar la de convencer al resto del mundo de que en adelante y gracias en buena medida a sus propios esfuerzos la Argentina será un país confiable, con seguridad jurídica, en el que el gobierno comprenda muy bien la importancia de atraer inversiones y sólo insista en que todos respeten la ley. De difundirse la impresión de que por motivos netamente ideológicos el gobierno es proclive a perseguir a distintos grupos económicos acusándolos de querer saquear el país, los únicos que se quedarán serán los aventureros y los dispuestos a pactar con los líderes políticos más influyentes de turno. He aquí la razón por la cual las declaraciones formuladas por Kirchner cuando ya se sentía seguro de que sería el próximo presidente provocaron mucho malestar en círculos que son sin duda minoritarios y que en algunos casos podrían ser tan "antipopulares" e incluso inescrupulosos como suelen afirmar sus muchos críticos populistas e izquierdistas, pero que así y todo cumplen un papel que nos es absolutamente esencial. Mal que le pese, no puede haber una economía floreciente sin grupos económicos poderosos que, como es natural, tratarán de incidir en la evolución política del país.
De caer Kirchner en la tentación de hacer de su embestida contra "las corporaciones" y los "grupos de poder económico que se beneficiaron con privilegios inadmisibles" el eje de su gestión, pronto descubrirá que si bien es relativamente fácil derrotar al enemigo así calificado bombardeándolo con impuestos, decretos de emergencia y campañas de difamación como las emprendidas por varios políticos en los meses previos al colapso de la convertibilidad, los daños colaterales ocasionados en el curso de la batalla serían tan cuantiosos que en última instancia los únicos que tendrían motivos para celebrar tal triunfo serían aquellos políticos de provincias feudales que dominan el arte de aprovechar las penurias ajenas transformándolas en votos. Lo entiendan o no los populistas, es una cosa tomar medidas destinadas a obligar a "las corporaciones" a acatar las reglas al pie de la letra y a respetar un tanto más los intereses del conjunto, pero es otra muy distinta presentar los eventuales avances en tal sentido como episodios de un largo conflicto entre "el pueblo" y "el capital". Desgraciadamente para millones de personas, demasiados dirigentes locales, estimulados por un claque mediático, se han dedicado durante largos años a asegurar que la Argentina no caiga víctima del "neoliberalismo" o del "capitalismo salvaje", lo que no les impidió quejarse amargamente por la diferencia entre nuestro nivel de vida y aquel de países como España, Australia y Estados Unidos que, de acuerdo con su forma particular de ver las cosas, deberían estar hundidos en la miseria más absoluta por haberse expuesto mucho más que la Argentina a las modalidades que les ocasionan tanta indignación.
     
     
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