Lunes 19 de mayo de 2003
 

El desafío principal

 
  Hasta mediados de los años noventa, el entonces presidente Carlos Menem pudo disfrutar del apoyo de la mayoría de la población del país porque lo creía el artífice de un "milagro" económico que le aseguraría un porvenir relativamente próspero. Después, al difundirse la convicción de que en realidad había sido responsable del desastre que puso fin al gobierno de su sucesor, el presidente Fernando de la Rúa, Menem se vio rechazado por buena parte de la ciudadanía que atribuyó lo ocurrido ya a sus vínculos con Estados Unidos, ya a la nube de corrupción que siempre lo había acompañado. Si bien los juicios así expresados pueden considerarse ingenuos, por razones políticas o ideológicas son muchos, entre ellos Néstor Kirchner, los que están más que dispuestos a insistir en que la evolución de la economía depende estrechamente de la gestión del mandatario de turno que, según parece, debería ser capaz de "pulverizar" la desocupación, aumentar los salarios e impulsar un proceso de crecimiento generalizado. Durante cierto tiempo el presidente podrá atribuir las eventuales calamidades a lo hecho antes de su llegada, pero tarde o temprano será obligado a asumir su propia responsabilidad, necesidad que suele ser muy ingrata en un país que se las ha arreglado para protagonizar el fracaso colectivo más llamativo de los tiempos modernos.
Aunque nadie ignora que las políticas "macroeconómicas" tienen mucho que ver con el estado de la economía, sería en error suponer que los demás factores carecen de importancia. En el caso de la Argentina, es probable que a la larga tales factores hayan incidido mucho más en la evolución socieconómica del país que la mayoría de las decisiones puntuales tomadas por los distintos gobiernos. Es que éstos siempre tienen que trabajar con los recursos, es decir, con las instituciones y con la gente, que ya existen, de suerte que en nuestro país medidas que podrían resultar eficaces en Suecia o el Japón, digamos, no servirán para nada. Por ejemplo, cualquier estrategia encaminada a "luchar contra la desocupación" tendría que tomar en cuenta el hecho raramente subrayado de que el nivel educativo promedio es sumamente bajo porque la mitad de la población apenas terminó el ciclo primario. Esto quiere decir que para reducir la desocupación sería necesario fomentar la creación de muchísimos empleos de valor mínimo, aunque hacerlo podría obstaculizar la modernización de la economía. En efecto, el aumento notable de la tasa de desocupación en la segunda mitad de la década de los noventa puede imputarse en parte a la modernización de muchas empresas, que fue facilitada por una apertura acompañada por la estabilidad de la moneda.
Pues bien: una estrategia de desarrollo a largo plazo tendría forzosamente que incluir un esfuerzo educativo incomparablemente mayor que cualquiera que se haya intentado a partir del siglo XIX. Mientras una proporción significante de la población sencillamente no esté en condiciones de desempeñar tareas apropiadas para una economía actualizada, el país seguirá siendo una especie de archipiélago en el que hay islotes de progreso equiparables con los que pueden encontrarse en los lugares más prósperos del "Primer Mundo" rodeados por un mar inmenso de atraso y por lo tanto de pobreza típicamente "tercermundista". Así las cosas, es muy preocupante que la obsesión por las antinomias ideológicas, como la presuntamente supuesta por la "solidaridad" progresista contra el "neoliberalismo", y la degeneración de la política en un episodio más de la interna peronista, nos haya hecho pasar por alto la necesidad urgente de preparar a generaciones enteras de jóvenes para un futuro que con toda seguridad será profesionalmente más exigente que el pasado. Nos guste o no nos guste, no hay ningún esquema económico que sea capaz de brindar los resultados que todos dicen querer, a menos que sea apropiado el perfil educativo de los habitantes del país. Hasta que hayamos comenzado a modificar el que efectivamente se da, modernización y equidad seguirán siendo alternativas incompatibles, aunque en buena lógica deberían considerarse dos caras de una sola moneda porque, al fin y al cabo, sin modernización no será posible producir lo bastante como para permitir que la mayoría disfrute del bienestar que ya es tomado por "normal" en Europa, América del Norte y partes de Asia oriental.
     
     
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