Viernes 9 de mayo de 2003
 

El drama radical

 
  La virtual desaparición de la UCR del escenario nacional no sólo ha sepultado el bipartidismo tradicional, de ahí la hegemonía tal vez efímera de un PJ fragmentado a causa no de su propia pujanza sino de la extrema debilidad de sus rivales. También ha dejado sin apoyo a miles de militantes radicales que ocupan puestos en distintas partes de la administración pública y otros organismos afines, incluyendo a los relacionados con la Justicia, gracias a nada más que su afiliación partidaria y sus lazos con alguno que otro caudillo antes poderoso. Aunque no cabe duda de que algunos funcionarios de esta especie son personas competentes, los méritos de muchos son exclusivamente políticos, razón por la cual el hundimiento del radicalismo podría tener consecuencias traumáticas en una multitud de reparticiones a lo ancho y lo largo del país. Al fin y al cabo, desde hace años ha sido habitual repartir las canonjías de dicho tipo entre radicales, peronistas e integrantes de partidos menores conforme a los resultados de las elecciones más recientes. Cuando los cambios ocasionados por el estado de ánimo de los votantes fueron relativamente menores, el sistema funcionó sin demasiados problemas. Ya que se ha producido un terremoto, empero, los "ajustes" en este terreno fundamental tendrán que ser igualmente drásticos. Es de suponer que todo quedará más o menos como está hasta celebrarse las próximas elecciones legislativas, pero de ser tan pobre la cosecha de votos radicales como la recibida el 27 del mes pasado por el alfonsinista Leopoldo Moreau, el Estado no podrá sino experimentar una mutación fenomenal.
Ahora bien: entre los motivos del desprecio generalizado por "los políticos"-pero no por la política como tal- está la conciencia de que los militantes, una vez superado el idealismo de sus años juveniles, suelen concentrarse en aprovechar las oportunidades que se presenten para ubicarse a sí mismos en puestos generosamente remunerados para entonces ponerse a favorecer a sus compañeros o correligionarios, amigos o familiares, además, huelga decirlo, de manejar las "cajas" disponibles. Esta práctica, que por cierto no se limita a nuestro país, ha tenido resultados extraordinariamente nocivos. Al operar como gigantescas agencias de empleo y de ayuda mutua, los partidos perdieron de vista su propia razón de ser. En vez de privilegiar los intereses del país en su conjunto, terminaron subordinando todo a aquellos de su propio movimiento o fracción. Esta tendencia se vio agravada por el derretimiento de las "ideologías" o "doctrinas" radicales y peronistas. Transformados en pragmáticos a ultranza, los miembros de los movimientos populistas se dedicaron por completo a ampliar sus "bases de poder", conquistando zonas del Estado, sin que su incapacidad manifiesta para manejarlas con un mínimo de eficacia les haya molestado en absoluto.
Desafortunadamente, por ahora cuando menos, parece muy improbable que el país pueda dejar atrás este sistema perverso. Por cada radical que se vea obligado ya a cambiar de partido o ya a resignarse a encontrar un nuevo oficio, habrá dos peronistas o integrantes de partidos menores que se esfuercen por ocupar el lugar abandonado. Para que la "despolitización" -podría decirse, la "despartidización" de la administración pública y también la Justicia- sea factible será necesario que lo que todavía queda del viejo orden corporativo sea reemplazado por partidos nuevos claramente comprometidos con una reforma del Estado cuyo objetivo consistirá en dotar al país de un "servicio civil" meritocrático en el que la afiliación política, para no hablar de las relaciones familiares o de amistad, de los aspirantes a cumplir funciones sencillamente no puedan incidir en la selección de personal. Se trata de un cambio que debería concretarse lo antes posible. La ineficiencia a menudo asombrosa de las distintas ramas de la administración pública tanto nacional como provincial y municipal, las que son apenas capaces de llevar a cabo las tareas más rudimentarias porque, al fin y al cabo, "los jefes" no pueden pensar en nada más que la interna partidaria de turno, constituye el obstáculo más imponente que el país tendrá que superar para tener la posibilidad de avanzar más allá de su situación catastrófica actual..
     
     
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