Jueves 8 de mayo de 2003
 

¿Desastre evitable?

 
  Como siempre sucede cuando se produce un desastre natural de gran magnitud, las inundaciones que devastaron la provincia de Santa Fe han desencadenado una polémica agria entre quienes insisten en que no hubo forma de impedirlas y los que dicen que de haberse tomado ciertas precauciones, no estaríamos lamentando las decenas de muertos y las pérdidas materiales cuantiosas que fueron provocadas por el desborde del río Salado. Conforme a algunos, la "peor catástrofe ambiental en la historia del país" pudo haberse evitado o, cuando menos, mitigado, tomando medidas preventivas adecuadas. Sin embargo, puesto que tanto los expertos consultados como los funcionarios y políticos tienen sus motivos para aferrarse a una u otra tesis, no es muy probable que se alcance un consenso sobre el valor de las medidas preventivas que efectivamente fueron tomadas ni sobre lo que será necesario hacer para evitar que haya catástrofes similares en los próximos años. Como señalaron distintos investigadores, a raíz de los cambios climáticos que están registrándose, propende a aumentar la frecuencia de grandes inundaciones en muchas partes del mundo, sin discriminar entre las regiones pobres y las ricas.
Según el gobernador santafesino Carlos Reutemann, nadie le había advertido que este año las lluvias de otoño podrían ser más fuertes que antes y que de todos modos los expertos en cuestiones hidráulicas de su provincia se sintieron absolutamente sorprendidos por lo ocurrido, porque en esta oportunidad no fue el río Paraná el que impulsó la crecida del Salado sino que "ahora se está dando el fenómeno a la inversa". Es que al saturarse sistemas fluviales como aquel del Salado, crecidas que en otros tiempos hubieran resultado relativamente inocuas pueden ocasionar daños irreparables. Por lo tanto, a menos que se construyan obras defensivas más ambiciosas que las planeadas cuando las perspectivas no eran tan alarmantes, habrá más calamidades de este tipo no sólo en Santa Fe sino también en zonas consideradas relativamente seguras.
Parecen estar en lo cierto aquellos técnicos que afirman que habría sido posible mitigar los efectos del desastre creando y manteniendo sistemas de alerta mejores que los existentes, pero por desgracia son muy caros los sensores que servirían para medir el aumento o la baja del nivel de agua en los muchos ríos del país -cada aparato de este tipo cuesta aproximadamente 3.000 dólares-, motivo por el cual es comprensible que Santa Fe no esté en condiciones, como muchas otras provincias, de gastar importantes sumas de dinero en iniciativas que tal vez no resulten necesarias. También parece indiscutible que de haber llevado a cabo obras ya proyectadas como la supuesta por la prolongación por 20 kilómetros de un terraplén a fin de proteger algunos centros urbanos, los perjuicios hubieran sido más reducidos, pero por tratarse de una inversión de por lo menos cien millones de pesos, la provincia optó por postergarla. Desde luego que no se trata de la única obra de esta clase que se ha visto paralizada debido a la crisis económica y, no lo olvidemos, a la tendencia generalizada a priorizar el corto plazo.
Como nos recuerdan las inundaciones anuales que todos los años provocan estragos en muchas partes del país, la imprevisión se hizo rutinaria. No es sólo una cuestión de una pasajera falta de recursos. En muchas grandes ciudades, obras públicas básicas que fueron construidas cinco o más décadas atrás se han deteriorado hasta tal punto, que ya no sirven para impedir que barrios enteros se vean cubiertos de agua. Remediar esta situación requerirá de mucho más que algunos años de recuperación económica. Será preciso un cambio de actitud para que las autoridades de turno den por descontado que les corresponde pensar no meramente en las próximas elecciones, sino también en preparar a la sociedad para afrontar desafíos que acaso surjan diez o veinte años más tarde. Mientras esto no suceda, el país seguirá pagando un precio sumamente elevado por haberse negado a entender que las inversiones más importantes no son aquellas que pueden producir réditos inmediatos, sino las que -como, por ejemplo, las vinculadas con la educación- brindarán sus frutos en un futuro que a muchos parece inconcebiblemente remoto.
     
     
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