Sábado 31 de mayo de 2003

  Piloto automático
 

En clave de Y

  Por fin venía el cole. Y por suerte hay asiento, se dijo con alivio Juanita.
Era adelante, entraba un frío terrible, pero algo es algo... Lo bueno del cole es que podés divagar, total, cuando estás cerca de tu casa te das cuenta, aterrizás. Es como andar en piloto automático, como los aviones de las películas. Juanita, que nunca había viajado en avión, se estremeció. Tan alto y nadie manejando...
Qué cambio desde la muerte del Oscar. Tanto trámite, cosas que ella nunca había hecho y de repente, zas, de oficina en oficina, colas en todos lados, nunca tenés todo, falta una firma, se pasó la fecha...
Hola Juani, dijo una vecina que subía. Hola, respondió distraídamente, quedándose en su nombre. Juana. Con tantos nombres lindos que hay, Jessica, Romina, me vinieron a poner Juana. Ella, que venía de librar la madre de todas las batallas enfrentando a la burocracia, no sabía que Juana de Arco fue una santa guerrera, y que la misma Iglesia que la quemó en la hoguera, con un maravilloso sentido del equilibrio, la declaró santa.
Se fijó en la mujer de la fila de enfrente. Parecía nerviosa, miraba el reloj. Bastante bien vestida, maquillada: seguro que es una venida a menos. Ya aprenderá a tener paciencia, como todo el mundo, se dijo con sombría satisfacción. Nosotros siempre esperamos.
Suerte que ella cosía y bien, se podía ir arreglando, pero desde que el Oscar se fue todo se complicó mucho, y los trámites de la pensión vaya a saber cuándo estarían, bueno, se iban a aburrir de verla: la iba a pelear, faltaba más.
Epa, se dijo, ya estamos llegando, no veo las horas de tomar unos matecitos y mirar algo en la tele antes que me traigan al nene, ahí se terminó la calma, pero ¡qué sol el pendejito! No hay caso, Dios te cierra una puerta pero te abre una ventana. Me puedo bajar por acá, dijo casi sin necesidad.
Pisó la escalerita. Cayó. De golpe se le vino el piso encima, el dolor, la vereda helada, los frenos...
Abrió los ojos. Trató de incorporarse, pero unas manos firmes no la dejaron.
La cara de ella estaba allí, la tipa del reloj, ahora también miraba el reloj pero la mano le tomaba el pulso. Tranquila mamita, soy enfermera, dijo. No se mueva. Ese lenguaje que tanto la fastidiaba, mamita, madrecita, ahora le llenó los ojos de lágrimas: un enorme alivio la invadió, un alivio que no podía expresar, que la hizo decir, estúpidamente, no, estoy bien. Así parece, dijo la enfermera. La ayudó a levantarse, por un momento se apoyó en ella, una columna firme y serena. Pero debería ir conmigo al hospital, entro ahora, a veces los golpes... seguía la voz, con afectuosa autoridad.
No, no, gracias, no se preocupe, ya estoy bien. ¿Seguro? dijo la otra. Sí, vaya, va a llegar tarde a su trabajo. Pero si estoy trabajando, bromeó ella. Claro, respondió, gracias. La enfermera empezó a subir. Juanita tuvo un impulso. ¿Como se llama, enfermera? Elba, dijo ella. El colectivo arrancó.
Elba. Se podía caminar con ese nombre, un paso, Elba, otro, El-ba, el-ba, ya divisaba su casa, el-ba, el---ba, el-----ba.
Había llegado.

Beba Salto
bebasalto@hotmail.com
   
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