Sábado 31 de mayo de 2003

  Cajero
 

Por la luz que me alumbra

  Martes, doce del mediodía en Roca. Artemio está apurado en la cola de un cajero que ya parece la del banco. Para colmo es el último y ni siquiera hay otra persona detrás suyo que sufra un turno más que él.
Adelante hay un señor muy prolijo que seguramente revisará todos los saldos de sus cuentas y aprovechará para imprimir una tarjeta para el celular. El panorama que sigue al señor prolijo no es muy bueno. Una señora está acompañada por una empleada del banco, lo que significa que nunca utilizó una tarjeta. Se le ve la enagua debajo de la pollera y usa zapatos acordonados. Artemio piensa que las explicaciones se van a demorar, incluso quizás tendrán que decirle que la tarjeta, por más magnética que sea, no le va a servir como imán para juntar los alfileres del piso ni se va a pegar a la heladera.
Sale el señor prolijo y entra la señora con la empleada que empieza a explicar, un poco rápido, reflexiona Artemio. La señora la mira con una sonrisa del ejército de salvación sin prestar atención a los botones que le señalan y que tendrá que apretar en un futuro cercano. En la empleada se advierte una expresión de perplejidad, pero pone su sonrisa de lunes a las ocho de la mañana y parece que se dispone a empezar de nuevo. Levanta la tarjeta magnética con la mano izquierda, como un torero con las banderillas, y con la derecha la señala vigorosamente. La señora mira la tarjeta con expectativa. La empleada, como quien maneja un avioncito de juguete, desplaza la tarjeta desde el alto de su mano a la ranura del cajero. Las dos se miran y asienten con una sonrisa. Artemio se toma la cabeza y piensa a quién puede pedirle los cuarenta pesos que necesita para pagar la luz antes de que cierren. Los primeros tres nombres que se le ocurren, a esa altura del mes, no podrían juntar los cuarenta pesos entre todos. Su círculo de amistades es patético.
La empleada y la señora finalmente salen. Artemio empuja la puerta que se cierra un microsegundo antes y se pega un golpe contra el vidrio. Ahora sí había tres personas detrás como para contemplar su torpeza. Su tarjeta magnética no abre la puerta. El señor de atrás le hace la gentileza. Entra y no encuentra dónde apoyar el portafolio, el diario y la bolsa del supermercado. La luz no funciona y hay un olor a pucho infernal. Pone la tarjeta en la ranura y el cajero le dice que tiene que cambiar su clave por seguridad ¡ya! Sale y entra a cambios de clave. Cambia la clave. Entra a la caja de ahorro, marca cuarenta pero no tiene saldo. ¡Maldición! Artemio va a averiguar los últimos movimientos, pero el cajero le responde que no puede ejecutar ese comando, claro, no es el de su banco. Sale y entra a su cuenta corriente. Está en negativo. ¡Recontramaldición! Retrocede y entra de nuevo a la cuenta corriente, quizás su descubierto le permita todavía pedir los cuarenta pesos. Afuera la gente lo mira con fiereza. No se rinde y marca "extraer". Cuarenta. Sale un cartel: el cajero sólo puede entregar un mínimo de cincuenta pesos. Retrocede, marca "cincuenta" y aprieta la tecla verde. Sale un cartel lapidario: su saldo en descubierto es de cuarenta y nueve con noventa. A Artemio se le llenan los ojos de bronca, ¡por diez centavos!, dice mientras patea el cajero por el reflejo de patear el metegol para que funcione. Afuera ya lo miran con compasión. Artemio se aleja pensando que sus amistades son sólo tan patéticas como él, que los cajeros son máquinas frías, desalmadas y tiránicas y qué lindas épocas ésas en que guardaba la plata debajo del colchón.
Horacio Licera
hlicera@rionegro.com.ar
   
    ® Copyright Río Negro Online - All rights reserved    
     
Tapa || Economía | Políticas | Regionales | Sociedad | Deportes | Cultura || Todos los títulos | Breves ||
Ediciones anteriores | Editorial | Artículos | Cartas de lectores || El tiempo | Clasificados | Turismo | Mapa del sitio
Escríbanos || Patagonia Jurásica | Cocina | Guía del ocio | Informática | El Económico | Educación