Sábado 31 de mayo de 2003

  Los galeses y el riego en el Valle Medio
 

Cien años de riego en la isla Choele Choel

  Tras la conquista, las grandes expectativas puestas en la isla de Choele Choel no se canalizaron en un destino claro para la misma. Sus tierras, tan largamente elogiadas, permanecieron a merced de caprichos oficiales que demoraron por largos años aquel propósito inicial de convertirla en tierra para pueblos, colonias y campamentos.
Sobre fines del siglo XIX los aprestos bélicos ante un posible conflicto con Chile motivaron -por orden del general E. Godoy- el desalojo de la población isleña con el fin de aprovechar esas tierras para el engorde de la caballada militar. Pese a los varios inconvenientes presentados, la remonta se ubicó -reducida a un mínimo- en la hoy Isla Chica, por aquel entonces conocida como isla de la Potrada o de la Remonta. En tanto, el resto del territorio insular volvió a poblarse progresivamente con criadores de los más dispares orígenes. Estos principalmente ocuparon los rincones ribereños, o sea, los sitios más favorecidos por pastos naturales y la proximidad del agua.
En todo el período y en el proceso de organizar el territorio, el único acto concreto tendiente a un ordenamiento del mismo lo constituyó la mensura y subdivisión de la isla en trece lotes -actuales secciones- efectuadas en 1896 por el agrimensor Federico de Meyrelles.
Toda esta dilación pareció tener fin cuando la extraordinaria creciente de 1899 desencadenó para Choele Choel y su zona una serie de acontecimientos esperanzadores que vinieron a sumarse a la reciente llegada del ferrocarril a la zona. Aquel año, con la llegada de la capital, y a su frente don Eugenio Tello, se aceleraron los postergados procesos de colonización de la isla. El espíritu de iniciativa del gobernador, su anterior experiencia en el Chubut y su proximidad al presidente Roca convergieron para que en escasos tres años el agua corriera mansamente por los canales en la isla.
Correspondió a Tello el mérito de conectar todos aquellos factores que concluyeron con el arribo a la zona, en 1902, de un importante contingente galés. Estos, que por entonces atravesaban ciertas dificultades en el valle del Chubut, rápidamente se hicieron eco del ofrecimiento de Tello y como primer paso designaron al ingeniero Edward Owen y al señor Meurig Hugues para que reconocieran las posibilidades agrícolas de la isla. Según palabras del propio Owen a Roca, el ofrecimiento llegó como "agua fresca a un alma sedienta".
Otras interesantes apreciaciones de Owen pueden encontrarse en su correspondencia al Chubut, a Tello o al mismo Roca. En ellas pueden seguirse las actividades desarrolladas en la isla por ese tiempo y las impresiones recibidas en aquel otoño de 1902.
Vemos así que ya en la isla, y siempre con el apoyo de Tello, el ingeniero Owen reconoció las enormes posibilidades agrícolas de la misma -"Nunca en mi vida y en ninguna parte he visto un suelo más rico", dice en carta al presidente Roca- y sobre aquel mismo terreno elaboró un proyecto de unos 40 kilómetros de canales y terraplenes de defensa en el corto tiempo de tan sólo 21 días. Al cabo del mismo y con gran regocijo escribió a Tello: "Verá que la isla de Choele Choel, en vez de ser un desierto árido tal cual se presenta ahora en que se distingue de vez en cuando un rancho y una majada miserable, se cambiará en colonia fértil y floreciente".
En otra carta al Chubut, donde realizó un completo resumen de los suelos de la isla y el presupuesto de las obras, dejó en claro a los futuros colonos que las tierras regables seleccionadas de ninguna manera perturbaban a los pobladores ya instalados, los que por el contrario -según informó- se han mostrado auspiciosos con ellos.
Pasado el invierno los colonos galeses comenzaron a llegar a la isla decididos, ya firmemente, a emprender las imprescindibles obras de riego. Mientras que un grupo lo hizo por barco y ferrocarril, vía Puerto Madryn-Bahía Blanca-Choele Choel, otros arribaron por tierra, en carros y por las precarias huellas de entonces. En total llegaron unas 70 familias que, inicialmente, se vieron obligadas a pernoctar en carpas facilitadas por el gobierno nacional, el que a su vez apoyó económicamente la realización de aquellos primeros canales. Un año exacto de trabajo insumió la realización del canal. Parte de aquellos días, vivencias del momento, se hallan reflejados en las viejas páginas de "Y Drafod" -periódico del Chubut publicado en galés- que tuvo como corresponsal a Morgan Roberts -"Llynfab"- entre aquellos pioneros de la isla. Por él sabemos que aquellas jornadas de trabajo fueron acompañadas también con días de canto, de recitado y de poesía, costumbres tan caras al espíritu celta como extrañas a esta tierra de hábitos criollos que los recibía. Finalmente, el 24 de setiembre de 1903, al año exacto de la llegada del contingente galés a la estación Choele Choel, el gobernador Tello en persona, y en compañía de destacados vecinos, abrió las seis compuertas de madera dura ante una concurrencia de más de 400 personas. Entonces "el agua corrió libremente por el canal por 5 kilómetros -informaba "Y Drafod"- mientras los galeses cantaban el Himno Nacional".
Por la mañana un asado con cuero reunió a la concurrencia; por la tarde, luego de los actos de inauguración, se sirvió el té y con canciones, tanto en galés como en castellano, se homenajeó a los presentes.
No faltaron para la ocasión los discursos. Por los colonos habló Luis Burell: "Las aguas del río Negro están como un potro bien domado (...) le mandamos ir y se va; le mandamos detenerse y se detiene", sencillas palabras para celebrar un gran acontecimiento.
Con los años, y tal cual lo percibió el mismo Owen, las obras resultaron insuficientes. Las bajantes del río Negro, sobre todo en verano, épocas de mayor demanda, arruinaron no pocos esfuerzos y condicionaron muchos cultivos. Aún hoy Moni Burell, nieta de aquel colono que habló en el acto inaugural, tiene presente el esfuerzo que implicaba, durante el verano, extraer agua de pozos como única manera de salvar algún cultivo. Esta situación, que se prolongó angustiosamente por varios años, recién en 1942 y con el invalorable apoyo de otro activo gobernador rionegrino -el ingeniero Adalberto T. Pagano- fue posible dar inicio a las obras que como solución definitiva contemplaba la bocatoma exterior a la isla. Pasarían aún varios años más para que estas obras llegaran a feliz término, pero hoy, pronto a cumplir cien años e incorporado a la actual red de irrigación, aún sigue corriendo agua en amplios sectores de aquel primitivo canal galés, verdadero monumento a esfuerzos y sacrificios de antaño representados en largas jornadas detrás del caballo y la pala. Pocas cosas recuerdan hoy a Tir Pentre y su gente. Aquel pasado galés se fue diluyendo con la misma lengua, la religiosidad, la ceremonia del té, o aquel simple hábito de festejar el trabajo y la vida con canto y poesía.
En Trelew, al despedir los restos del ingeniero Owen en 1931, dijo el señor Jones: "Nuestro sistema de irrigación será su monumento" y Luis Beltrán -aquel viejo Tir Pentre galés- puede decir lo mismo. Pues hoy, a cien años de que comenzó a correr agua en aquellos primeros canales, bien podríamos decir que, hace un siglo y de su mano, comenzaba verdaderamente a conquistarse el desierto en este rincón de la patria.
Omar Norberto Cricco
   
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