Sábado 24 de mayo de 2003

Columna: En clave de Y

Hermana muerte

Hermano sol, hermana luna, hermano lobo, hermano pájaro: esto nos suena conocido. Aunque sea por la película de San Francisco de Asís, ese tipo sorprendente porque, dice la crónica católica, estaba tan en paz con el mundo que se consideraba hermano de todos, y hasta dicen que esos "todos" le respondían. Es lindo, y es asimilable, ¿no?

Pero, ¿hermana muerte!? Esto es casi demasiado. La muerte no es "hermana". Es temida, evitada, combatida, silenciada, pero bueno, a menos que a usted le haya tocado en desgracia una hermana así, no hay hermana muerte.

No en nuestra cultura occidental y cristiana, al menos. Dicen los que saben que en culturas distintas la muerte se considera parte del ciclo de la vida, aceptada con serenidad y punto. Habría que verlo. Usted y yo podemos hablar de lo que conocemos y lo que conocemos es que tenemos una frenética necesidad de "alargar" la vida, de permanecer jóvenes a cualquier costo -si lo puede pagar, claro-, de no sólo ser sanos, sino ejemplares hermosos, delgados, con buena onda; en nuestro mundo, ser anciano es una desgracia, ya ser maduro es una desgracia, fíjese en los clasificados laborales nomás, y claro, si así se concibe el camino, el final del camino, la hermana muerte, es una derrota total. Otra que hermana!

No diré que no nos pasa todo esto. Sí le diré que gracias a una mujer excepcional, mi madre, tengo como la certeza de que se puede llegar a un final vivido distinto. Ella, al cabo de un proceso irreversible de cáncer, no quiso alargar la agonía en terapia intensiva. Quiso morir en su casa, con sus hijos al lado. Debo decirle que fue un honor acompañar ese último tramo. Un honor, digo, no una empresa fácil. Es un territorio desconocido, en donde afloran las mejores cosas que uno tiene y los peores temores, y con todo eso hay que lidiar. Pero ahí nos dimos cuenta de algo: llega un momento en que ya nada sirve. Humildísimo hospital, tecnología de punta, colchón tirado en el piso, cama de lujo: no importa nada. La hermana muerte es absolutamente igualitaria.

Lo que también aparece es que es un hecho a afrontar en soledad. La soledad tampoco nos gusta; de hecho, también pasamos la vida tratando de no estar solos, ni siquiera un rato, así que el final no tiene soportes de ningún tipo. No, no de ninguno. Lo que aprendimos quienes compartimos esta experiencia única, es que le dimos el único soporte que ninguna medicina puede dar: el amor. El amor tiende un puente entre este mundo y lo que haya más allá, cualquiera sea lo que haya, aún si usted cree que no hay nada. Es un final con ojos que miran otros ojos, de manos que se estrechan y no mucho más. Pero parece más que suficiente.

Así que hay que afrontar algunas cuestiones, como esa terapia intensiva hasta el final, un alargamiento técnico que tiene varias lecturas. Una, no la menor, es que la terapia intensiva es un gran negocio, justificado en una costumbre, una pauta cultural muy arraigada: alargar el final. Pero si es realmente el final, y en muchísimos casos esto se sabe, quien afronta la muerte también lo sabe, nadie dice nada, y el final llega entre caños, agujas, luces crudas... y soledad. ¿No es esto una crueldad?

Médicos amigos me han dicho que en muchos casos ellos sugieren a la familia que no hay nada que hacer, que es mejor que se vaya a su casa, y que es la familia la que insiste en este refugio tecnológico Creo que si buceamos con honestidad en nuestro corazón, encontraremos el profundo miedo a compartir la llegada de la hermana muerte. Pero le aseguro: si invierte la ecuación, si lo importante es ese cacho de afecto, si el que se va es el importante, entonces, el miedo se transforma en una experiencia para la que sí estamos preparados. Porque en realidad, no es distinto a cuando, cualquier día, todos los días, en algún momento, salimos de nuestros temores y egoísmos para tender una mano al otro, para estar con él, "aunque sea con el afecto", decimos, como si el afecto no fuera lo más valioso que podemos brindar, lo único que ninguna plata puede comprar. Bueno, lo es. No lo subestime. Porque, y esto es una mezcla de intuición y deseo, es lo que usted y yo y todos, necesitaremos al final.

Beba Salto
bebasalto@hotmail.com

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