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Un
plato de loza con un guiso humeante es, también, un libro donde aprender
historia, economía y geografía, una síntesis de cómo entiende la cocina
la peruana Isabel Alvarez, especialista en gastronomía, que participó
recientemente en el Seminario Latinoamericano de Cultura y Alimentación,
organizado por la Secretaría de Cultura de la Nación.
Alvarez -dueña del restaurante limeño El Señorío de Sulco- escribió
los libros "Huellas y sabores del Perú", "Para ver, oír y degustar"
y "El corregidor Mejía, cocina y memoria del alma limeña".
En todos ellos articula la cocina a los temas de la identidad, la historia,
la memoria, la biodiversidad, la globalización, los mitos, el mestizaje,
el racismo, también a las fiestas, el cancionero popular, el erotismo,
en un universo de ideas que va desde la cifra fría hasta el aroma de
un plato caliente.
"Cuando uno habla de un plato, parte de eso, pero un plato también es
el punto de llegada de otras manifestaciones culturales, sociales, ideológicas,
económicas", puntualiza. Y describe: "Me interesa entender la lógica
de las cocinas regionales insertas en un proyecto mayor a partir de
un desarrollo regional y del turismo. Es un modo de alzar una defensa
dinámica frente al proceso globalizador. Cada región tiene un mundo
que se expresa en danzas, música, mitos, costumbres. La pregunta es
cómo optimizar eso, mostrar la identidad a partir de las cocinas".
En esa dirección, Alvarez acaba de fundar en su país el instituto de
investigación "Sabores Asociados, Cocina, Cultura y Desarrollo Regional".
Es un intento por orientar el tema
de las cocinas regionales y el de la estructura alimentaria, que siguen
separadas en varios de nuestros países.
"El plato emblemático de una determinada región es apenas la punta del
iceberg de lo visible de la cocina, pero hay un atrás. Me interesa analizar
ese fondo para entender la lógica de lo que se reproduce, se deforma
o se deja de hacer", subraya.
Manejando el tema de un modo interdisciplinario, con los cinco sentidos,
esta especialista peruana, socióloga y comunicadora social habla de
una mirada múltiple, "en la que ingresan los sentidos físicos e intelectuales".
A su juicio, la cocina hay que verla desde el punto de vista político,
sociológico y antropológico: "Quisiera imaginar una zona de mi país,
por ejemplo Ayacucho, tan rico en su veta prehispánica y mestiza, con
una cocina puesta en valor en todos sus distritos. No hablo de crear
grandes restaurantes sino de pequeños espacios; una casa de familia
con seis mesas bien atendidas, sus retablos, enseres de barro y un menú
cuya iconografía refleje la esencia".
Respecto del auge de las escuelas de chef, apunta la peruana: "Hay que
lograr que los alumnos vestidos como cirujanos por cocinas ascéticas
entren a la instancia primera del tema: el campo, las comunidades, el
trabajo de los agricultores, los insumos que manipula. Así, habría cocineros
comprometidos con su espacio y su historia".
"Me gustaría que a esas escuelas -remarca-, además del profesor de gorro
blanco, ingrese un antropólogo, un sociólogo, un historiador y el joven
pueda mirar la cocina desde las ciencias sociales".
El tema de la cocina argentina -que ha sido definida como "carne con
algo"- también entra en el diálogo: "Pienso que hay dos cocinas, la
de la carne y otra medio oculta, la del interior. Creo que la Argentina
debe empezar a mirar para adentro y desde ahí sacar los ojos hacia afuera;
sería así un país mucho más rico. Tiene que repensar su imagen, esa
que siempre muestra tango y parrilla". "La cocina argentina -opina-
es bastante menor que la mexicana o la peruana, consideradas las más
ricas de esta parte de América, porque en estos países el mestizaje
fue más fuerte, lo indígena es más fuerte en su hechura".
Alvarez asegura que la cocina es memoria: "Cuando se la prepara o se
la degusta, se recicla el instante mágico que representa un plato determinado
en cualquier región del mundo. Pienso en la pachamanka (cocinar bajo
tierra), método pre cerámico y sin embargo moderno que nos recuerda
de dónde viene el alimento".
Hay un desprecio por lo autóctono que viene desde la Conquista: "En
la costa del Perú las alpacas fueron desplazadas hacia terrenos altos
para dar lugar a las ovejas; igual pasó con los cultivos, el maíz fue
elevado para que quede el trigo. El invasor pondera lo que trae".
"Sorprende que en la Argentina no conozcan la quinua -menciona-, un
cereal de grano minúsculo, maravilloso, delicado que, a diferencia del
arroz, no engorda. Fácil de preparar, un plato de quinua equivale a
un churrasco. Ese cereal sembrado en Jujuy fue parte del menú en el
casamiento de la infanta Elena".
Ante el proyecto de ley para declarar en nuestro país patrimonio nacional
al dulce de leche, dice no discutir ese sentido de pertenencia: "¿Quién
soy yo para decirles a los argentinos que eso que en Colombia se llama
"arequipe", en Perú "manjar blanco" y en México "cajeta" viene del manjar
de España y los españoles se lo disputan en grandes líos con los árabes?"
"No, el manjar blanco o dulce de leche no fue un producto prehispánico,
ya que acá no había vacas ni azúcar, y también la caña de azúcar viene
con los conquistadores. La historia dice que un plato típico peruano,
el ají de gallina, tiene su origen en el manjar blanco. Se cuenta que
en el siglo XIV, en las culturas medievales de España, pasaba el manjar
blanquero con unas décimas vendiendo en una canasta su producto, y sus
cantos hacían referencia a un dulce de leche que se le echaba a la pechuga
de gallina y se espesaba con harina de arroz", precisa.
Para Alvarez, una de las complejidades que tiene la vida es el origen
de los platos. "Existe un cruce permanente, aunque hay que detectar
en qué momento se produce el nudo, luego asumir eso".
"Muchas veces -relata- hice un seguimiento de cada plato para saber
el origen y me perdí; hallé una barrera y ahí había que retroceder o
callar. Pero he proseguido y hoy reconozco que toda esa cosa que se
produce como producto del mestizaje, una vez que se aposenta, que ancla
en la basalidad del sabor de las gentes, se hace suyo".
Por eso, cuando se habla de comidas autóctonas "yo me pongo a pensar
en qué es lo autóctono. Los grandes platos que se han hecho en América
son producto del mestizaje", afirma.
Compenetrada en el tema, concluye con conceptos rotundos. Dice que el
niño debería aprender desde el colegio qué productos está comiendo;
que los sabores se aprenden. Que la cocina lleva a reflexionar: "Qué
somos, qué hemos sido, qué podemos seguir siendo, qué queremos ser y
qué debemos ser". Que las sociedades modernas "han enseñado a escindir
la necesidad de alimentarse con el placer de degustar". Y que la cocina
"es la síntesis de la cultura". (Télam)
Comidas con y sin historia
Para la gastrónoma peruana Isabel Alvarez
su inmersión en la cocina "es con todos los sentidos, como mujer y como
una peruana que siente, que ama y le duele su país" y recuerda que la
célebre y globalizada hamburguesa "no tiene historia".
La cocinera subraya que los alimentos estuvieron ligados siempre a ritos
y ofrendas a los dioses y cuestiona desde allí a la hamburguesa: "No
tiene historia. Hasta el picadillo (carne picada) refleja lo que han
hecho con el mundo y nuestras culturas".
"Cuanto más significantes, más historia, más creencias, más elementos
tiene un plato, más culto es. ¿Qué tiene la hamburguesa de todo eso?
Refleja cómo los norteamericanos se acercan a la vida, porque la cocina
refleja al ser más íntimo. Uno es lo que come, pero además cómo y dónde
lo come", precisa.
"Si uno entra a comer una hamburguesa en cualquier sitio de los Estados
Unidos -menciona- lo hace bajo una luz que puede ser tanto las 6 de
la mañana como las 6 de la tarde. La propuesta es una comida de momento,
que no deja huella".
A veces preguntan, reflexiona Alvarez, "si es cierto que la cocina criolla
viene de los señores, eso que cuando se hartaban le daban a los esclavos.
Pero hay que saber que las cosas comibles del interior de los animales
siempre fueron el ofertorio, la ofrenda a los dioses, la sangre, la
lengua, la panza, con todo el imaginario que esto tenía en las culturas
del siglo X o XII, han tenido un significado cultural. Ese es el espacio
que hay que recuperar e incorporarlo para que otros insumos no queden
desguarnecidos".
"Ha habido siete grandes cocineros en la Grecia antigua y uno de ellos,
Apectonote -menciona-, hacía un gran plato con la morcilla, ya manejaba
la sangre del cerdo y del pato como uno de los grandes potajes. Pero
cuando lo traen los españoles, queda para los esclavos".
Según la gastrónoma peruana, "eso es parte de la memoria, hay que recuperarlo.
Todos esos platos que aparecen como pobrecitos, dichos a media voz,
fueron de reyes, se incorporaron al imaginario de las ofrendas de los
dioses".
"Hace unos años llegó a mi restaurante Richard Feiberg, por ese entonces
uno de los asesores más importantes para América Latina, del presidente
Bill Clinton. Parecía un gringuito clase media, zapatillas y todo. Lo
sentí como una persona con sensibilidad y le dije que le iba a servir
una de las cosas más ricas que tiene mi país", recuerda la gastrónoma.
"Había recibido unas papas llamadas "regalo de los Andes" de la zona
del centro que aún se conservan en Perú alejadas de los pesticidas -cuenta-.
Las formas eran feas, parecían cornetas. Le serví en un plato papas
de colores camote, morado, amarillo intenso, nieve y al lado salsas
suaves de queso, de ajíes, de maní, yerbas. De bebida le serví un pisco
macerado de hoja de coca". Y continuó: "Me senté a la mesa y me vio
comer sin cubiertos, abriendo las papas como si las desflorara. Le dije
que íbamos haciendo una ofrenda a la Pachamama. El comió y dijo que
nunca en su vida había comido algo tan mágico y agregó: "No sé qué alimentó
más, si el estómago o el alma. Yo quise que pruebe el sabor de la tierra,
esas papas con cremas". (Télam - J.B.).
Identidades de la cocina argentina
La cocina argentina no tiene un origen
americano profundo, coinciden distintos investigadores que rastrearon
los hábitos alimentarios de los argentinos desde los primeros asentamientos
poblacionales en el territorio, pasando por el período colonial y los
sabores introducidos por los inmigrantes.
Los nativos de la región que luego se transformaría en territorio argentino
eran nómades que no conocieron la agricultura, exceptuando en el noroeste
argentino, por influencia de la cultura incaica.
A pesar de que Ulrico Schmidl, en su libro "Viaje al Río de la Plata",
cuenta que en tiempos de la primera fundación de Buenos Aires "la miel
brotaba de los árboles", la alimentación de los habitantes de esta región
se limitaba a carne, maíz y mate. A principios del siglo XlX, "en la
fonda de los Tres Reyes, ubicada sobre la actual calle 25 de Mayo, el
italiano Juan Bonfiglio ofrecía tocinos con huevo y carnes recocidas,
mientras que los porteños preparaban puchero -por entonces llamado olla
podrida-, un plato para todas las clases sociales, subraya Víctor Ego
Ducrot, en "Los sabores de la Patria".
"En las casas de clase alta -precisa el investigador Andrés Carretero-,
por ejemplo la de Pueyrredón o la de Urioste, el puchero se preparaba
con carne vacuna, porcina, cordero, alguna gallina ocasional y con trozos
de espinazo para lograr un caldo más espeso".
"Entre las verduras y las hortalizas se usaban perejil, cebolla y la
cebolla de verdeo -prosigue-. De acuerdo con las estaciones o las importaciones
se agregaban choclos, mandioca, porotos, garbanzos, papas, zapallos
y batatas".
"En Córdoba, en Tucumán y en todas las provincias del Norte la olla
podrida cedía su puesto al locro (expresión de origen quechua) como
plato diario. En la zona litoraleña, al maíz y a las carnes se sumaba
el uso de pescados del río", acota Ducrot.
Pero en Buenos Aires las comidas no se agotaban en la olla podrida.
La población se alimentaba con matambre, que se preparaba con carnes
(de vaca, de cordero, de cerdo o de aves), a las que se les agregaban
preparados cárnicos obtenidos de partes seleccionadas de las reses mezcladas
con verduras y condimentos.
Se acostumbraba también a servir guisos de carne y de verduras, guisos
de porotos o garbanzos y picadillo de carne, condimentado con pasas
de uva, ajíes y zapallos.
Entre los primeros cocineros profesionales de estas tierras figuraban
Pedro Botet (se hacía llamar facultativo en repostería) y monsieur Ramón
(fundador de la primera escuela de cocina del virreinato).
Considerado el plato nacional, el asado se enseñoreó en el período de
los caudillos, "aunque en ese entonces las reses se ensartaban en una
estaca con forma de cruz y que tiene lejanos antecedentes en Asia Central
y en el Cáucaso". Al final de las comidas se servían mazamorra muy dulce,
natilla o frutas de estación, incluidas manzanas mendocinas. La mayoría
de los postres se completaba con frutas secas producidas en Cuyo, como
pasas, orejones, higos y ciruelas.
De los libros de cocina, el primero en trascender fue "Cocina ecléctica",
de Juana Manuela Gorriti, publicado a mediados del siglo XlX, con recetas
criollas y americanas, que más tarde serían reemplazadas por el aluvión
inmigratorio que modificó las costumbres de la cocina hispano-criolla.
Una situación que reflejó el famoso libro de Doña Petrona, un texto
bestseller para generaciones de argentinos. Los libros de cocina nacionalistas
aparecieron recién en la década del 90: "La comida criolla: memorias
y recetas", de Margarita Elichondo, "La cocina de nuestra tierra", de
Choly Berreteaga; "El gran libro de la cocina argentina", compilado
por Claudia Magne y "Platos típicos de la Cocina Argentina", de Elvira
Robles de Daher. (Télam)
Jorge Boccanera
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