Miércoles 14 de mayo de 2003

  Dime que no
 

Mediomundo

  "Si quieres enemigos ya los tienes,
pero si socios buscas, ¿cuándo vienes
a repartir conmigo la poesía?"

Del libro "Ciento volando de catorce". Poemas de Joaquín Sabina.

Definitivamente no estás bien. Yo tampoco. No importa, estar bien no es uno de mis talentos. Desde que soy un crío veo el mundo como a través de un fotograma retocado por Michael Mann. Un rayo de luz abriéndose paso entre las sombras. Pero, chico, necesitas algo más que Prozac (y no lo sientas como una ironía, una recarga de serotonina siempre sirve).
Aquí es cuando mi inaptitud queda al descubierto. Soy el peor de los amigos. El más torpe de los optimistas.
Tanto hablar gratis (total, ¿quién nos apura?), tanto arreglar el mundo entre fórmulas socráticas y canciones de Joaquín Sabina, y aquí me tienes: paticonfuso y sobre todo desteñido. Mi soberbia está hecha añicos porque si alguien, como tú, me pide una frase para salvar su alma, no se me ocurre ninguna.
No sé cuáles son los motivos por los que vale la pena estar vivo, hermano. Cuál sea la promesa que aletargue la depresión.
Entiendo que hay exquisitos momentos saltando en puntillas detrás de la inmensa espalda del dolor que justifica tomar café negro a las 7 AM. No por eso los lunes y los domingos dejan de ser horribles.
Un tipo medio muerto sube a la punta de la montaña que un día imaginó conquistar y se descubre tocado por un Nirvana. Otro ha podido, por fin, colarse entre las piernas de una mujer que cambia su sentido del espacio y del tiempo. Tendrá él, creo, su propio Satori orgásmico. Un poeta inédito escribe el último verso de su mejor obra. Un perdedor, como el que subscribe, festeja con un brindis el viento frío del sur. Su sabor será un recuerdo dulce hasta el día de su muerte. Alguien va de paseo por allí creyendo saber. Llena sus pulmones con la jactancia de la sabiduría. Una nena que conozco dice ser Bombón, no Burbuja.
Cualquiera de estas pausas en el camino, que por intensas nos parecen eternas aunque duren menos que un suspiro, podrían esgrimirse -¿frente a quién?- en un discurso en favor de prolongar el esfuerzo. Sin embargo, debo confesar, no creo en ninguna de ellas.
La vida, como dice otro amigo, es un accidente. Visto así parece más llevadero.
No hay palabras para consolar la alegría. Tampoco para conjurar la tristeza.
Sin ánimo de hacerme el no sé, justo contigo que conoces el quién sabe dónde, supongo que tenía razón cuando comparaba la lectura con un poderoso analgésico. Leyendo se pasan las horas grises que lo cubren todo.
Diría que no tenemos mucho que perder. Ya hemos nacido desnudos. Y por más que alguno que otro intente llevarse sus cuatro pesos al ataúd, morirá sabiendo que no lo consiguió. Allá lo esperará Buda, Don Sata o San Pedro. O la nada.
Está bien, lo admito. No hay remedio con estos consuelos. Pero tú tocaste mi timbre pidiendo letra antes de componer un nuevo tango en tu cuarto del olvido.
Esa guerra perdida de la que hablo. Esos "no" ante nuestros proyectos que ya sabemos de "movida" que "ligaremos". La insensata locura de emprender aventuras que nos quedan grandes. El supremo acto de amor que implica mojarse el pecho con las lágrimas del que llora. La impertinencia de sacar a Dios de sus casillas. El impulso de pararse no para andar como hizo Lázaro, sino para zambullirse de cabeza en el abismo de los sentimientos. Esto, querido amigo, es razón suficiente -aunque de razonable tiene poco y de pretexto demasiado- para que muerdas la flor con los dientes, cierres los puños y te prepares a zarpar de nuevo. Otro sol te espera.
Dime que no. En serio, dime que no.

Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar
   
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