Lo prohibido y lo permitido del cabaret

María Inés Pereyra es una artista atípica. La cantante ha pasado de un formación clásica a internarse en el dinámico y siempre sensual universo del cabaret. Esta soprano, dueña de un notable manejo escénico, soslaya la ópera y se arriesga en intensos paisajes propios.

Julio Pagani

Asumiendo nuevos desafíos

María Inés Pereyra parece una heredera de Ute Lemper o de la legendaria Marlene Dietrich, pero tiene personalidad propia, aunque admira aquellas y otras divas cercanas al cabaret. Ella pasó de cantar Schumann, Schubert, Fauré y otros clásicos en conciertos en la Recoleta y otros ámbitos hasta hacer óperas de Mozart, Verdi y autores contemporáneos.
Pero no se quedó allí, por una extraña casualidad inquieta de su voz y su físico todo, porque también es bailarina y lo acartonado parece no cuajar en su dinámica. Será por eso que se siente a sus anchas en esta obra vertiente del cabaret. "Porque también el cabaret es como un lugar de consuelo, en las dos versiones que hice de `Cabaret de dos guerras´ con Daniel Suárez Marsal siempre había un clima de melancolía, marginalidad, dolor e ironía. Me parece que en algunos espectáculos del género se ponía más énfasis en el brillo que en la profundidad, por eso quise darle a los míos otra tesitura. Si uso en exceso el brillo en el cuerpo es por una idea conjunta con Neibar Vivas, otro de mis colaboradores, tratando a partir de su concepto también de que ese brillo debía tener un contenido entre la piel y el interior", dice Pereyra que se muestra encantada con la devolución del público y la crítica a una propuesta de calidad.
Allí donde ella enfundada en trajes de sinuosa adherencia juega con la silla o se acuesta en el piano en actitudes entre equívocas, tiernas, sensuales y burlonas. Haciendo como un culebrón de las emociones. Claro, ella sorprendió a su maestro de canto bailando en punta y cantando el vals de Musetta. Parte de un espectáculo llamado "Morir de amor" que hizo en el San Martín, integró otro con to título de "Operas recogidas" con coreografía de Esther Ferrando y en "El barbero de Argentópolis" con situaciones desopilantes.
Nada la para, da clases de canto, música, piano y trabajo corporal. "Me parece muy bueno integrar todo lo artístico", sentencia y proyecta grabar un disco con canciones del casi olvidado Guastavino con Carlos Koffman al piano y mientras tanto prepara su espectáculo para la sala Colette del complejo La Plaza con repertorio popular y clásico en francés. "Yo en el escenario no puedo quedarme quieta, eso lo vivo como una limitación", dice. Con "Melodía Perversa", volvió a asumir riesgos. Su inquietud siempre genera otros nuevos, ajustados a una formación rigurosa a la que siempre vuelve con una mirada irónica.