Domingo 13 de abril de 2003

 

El abuelo que bombardeaba escuelas con dulces

 

Casimiro Szlapelis llegó de chico a la Patagonia en 1903 y era octogenario piloto de su avioncito El Chimango en los "70. El autor de esta nota lo sugirió a Bruce Chatwin como personaje de su libro patagónico y así Casimiro trascendió al mundo.

Por Francisco N. Juárez
fnjuarez@interlink.com.ar

 
Casimiro Szlapelis en 1974 cuando todavía piloteaba "El Chimango".
En 1974 Bruce Chatwin, el ponderado escritor británico, todavía era desconocido en el mundillo de la literatura -y hasta en la de habla inglesa-, me visitó en mi departamento de Palermo de paso y en viaje de descubrimiento hacia la Patagonia. Me confesó necesitar buena información para un largo reportaje de la región austral. Así fue que mi nombre terminó apareciendo en un capítulo de "In Patagonia", su primer libro editado en todos los idiomas, primero de una serie que lo transformó en millonario. Además se instalaron en sus páginas una serie de personajes que le recomendé conocer en su gira, incluido al ya viejo piloto lituano Casimiro Szlapelis de Colonia Sarmiento -Chubut-, un personaje inolvidable (recuerdo que entre otros testimonios le cedí una copia autenticada por la Utah Historical Society de la carta que Butch Cassidy le remitió a la señora Davis desde Cholila -el 10 de agosto de 1902- y fue así como se divulgó semejante dato). Aunque Chatwin me atribuyó una teoría equivocada sobre la muerte de los bandidos. No es un reproche: hay otros hurgadores más ingratos.

Retrato con El Chimango

Se llevó una copia de mi nota en Siete Días Ilustrados, que aludía a vuelos y vida de Szlapelis y titulé "Los caramelos que llueven desde el cielo" publicada hace más de 28 años, pero entonces bastante reciente. Le dije que cuando un año antes me había enterado de la existencia de semejante personaje volé a Comodoro Rivadavia y unos amigos me llevaron en automóvil los 160 kilómetros que la ciudad del petróleo dista de Colonia Sarmiento. Durante 48 horas de grabaciones y fotografías traté de recomponer 70 años de vida patagónica. Pero para fotografiarlo con su avioncito debió acompañarme a Comodoro porque El Chimango, su pequeño Luscombe LV RGY, estaba en reparaciones (una de las fotos ilustra esta página).
Le aseguré a Chatwin que valía la pena conocer a Casimiro Szlapelis porque además de saberlo el piloto en actividad más viejo de la Argentina -de esos tiempos-, no era un magnate caprichoso sino un pobre pensionado que ya no tenía propiedad alguna salvo ese pequeño aparato de 1947 que había comprado en 1965 y que lo había traído en vuelo desde Buenos Aires a los 70 años de edad. Fue en vuelo visual -carecía del instrumental adecuado ya existente- siguiendo la costa marítima o la visible línea del gasoducto que abastece a la metrópolis.
Cuando ya fuera de casa elegimos un bar palermitano frente al que fue el hogar de un Jorge Luis Borges adolescente y Chatwin pidió una cerveza sin enfriar, le conté a Chatwin, que cuando Casimiro cobraba unos pesos compraba bolsas de caramelos y un poco de combustible. Se hacía ayudar a empujar El Chimango fuera del hangar del Aéreo Club Sarmiento, trepaba ataviado con su inseparable sombrero de paja y un poncho y despegaba para volar sobre las escuelas rurales. Si los chicos estaban en clase y escuchaban el zumbido del motor de Szlapelis que se acercaba, entonces, como siguiendo una consigna simultánea, todos abandonaban las aulas en carrera hacia el patio y el sobrevuelo de don Casimiro generaba un ensordecedor griterío que acompañaba al oleaje de brazos agitándose.

Bombas de alegría

Entonces El Chimango trepaba y se ladeaba en saludo que además le permitía al viejo piloto gozar visualmente de la algarabía de los pibes que, precisamente, había ido a provocarles. Se echaba entonces el sombrero hacia atrás, largaba una breve carcajada y aceleraba en picaba mientras los chicos se alistaban para lo que sabían que el viejo piloto haría a partir del segundo sobrevuelo. En efecto, ese breve festival aéreo terminaba con dos o tres sobrevuelos de bombardeo de bolsas que estallaban en el patio y desparramaban el dulce contenido: caramelos. Szlapelis hacía trepar nuevamente a El Chimango y tras soltar una nueva carcajada, apuntaba nuevamente la nariz del aparato hacia el aeroclub, por lo menos hasta el próximo de esos últimos placeres que ensayó en su extinguida vida.
Chatwin, muy joven, ya fallecido hace muchos años y que apenas sobrevivió a Szlapelis, entonces con un aire de cautivador de quinceañeras o quizás inalcanzable a lo Sting, pero seguramente con el desparpajo de todo viajero inglés que se pueda reconocer en perfiles que van desde Muster a Lawrence de Arabia, era un nómade impenitente (había estudiado en sigilosas travesías a los itinerantes sin rumbo de los desiertos y en una inacabable recorrida desde Afganistán hasta Mauritania). En un paréntesis sedentario, Chatwin había conseguido fama del mayor experto en antigüedades entre los vendedores de la famosa casa Sotheby"s, ya a los 26 años. Pero en el living de mi casa confesó que acababa de agregar en su cuenta 10.000 dólares, sólo para una larga nota encargada por la revista The New Yorker (en la que una vez publicada basó su libro).
Mi nombre se lo había proporcionado Mort Rosemblum, un editor jefe de la agencia Associated Press (reciente autor del encantador libro La Aceituna y que se refugió últimamente en la campiña francesa). A este periodista norteamericano que un par de años antes había aparecido tan súbitamente como Chatwin sin conocerlo- les fascinaron mi archivo de historias y documentos sobre Martín Sheffield, algo que su agencia divulgó en un reportaje que corrió por buena parte del hemisferio norte y por lo que me llovieron más visitantes curiosos y algunos francamente rapaces.

Vuelos dulces y trágicos

Alguna vez habrá que volver a hablar de Chatwin y de mi también amigo Adrián Giménez Hutton, por haber salido este último a desmentir al británico con otro libro ("La Patagonia de Chatwin"), pero cerrado ya trágicamente a toda polémica: Giménez Hutton se mató en el accidente aéreo hacia la Patagonia junto a Germán Sopeña y José Luis Fonrouge, entre otros amigos comunes del vuelo fatídico.
Chatwin escribió en el capítulo de su libro: "Sin embargo, el ciudadano más destacado de toda la ciudad era un lituano Casimir Slapelic (sic). Hace cincuenta años descubrió el dinosaurio en la barranca. Hoy desdentado, calvo y de unos ochenta y cinco años de edad, es uno de los pilotos en actividad más viejos del mundo". Así el beduino por vocación y vendedor de antigüedades por necesidad, comenzó una breve semblanza recogida en Sarmiento, Chubut.
Sin embargo, Chatwin no contó la tierna anécdota de los bombardeos a las escuelas rurales ni se atrevió a volar con el anciano pionero. Tampoco evocó otros vuelos del jubilado generoso y conmovedor.
De mi encuentro con el lituano patagónico hoy me quedan algunos minerales y algo más que una milenaria astilla petrificada del cargamento que me mandó don Casimiro con las identificaciones manuscritas de lo que es cada piedra. En el grabador escucho su voz firme contando su historia increíble y el canturreo que me reprodujo con canción de protesta rima de la primera gran huelga petrolera del 1918.

(Continuará)

Curiosidades

* Primer telegrama. La edición de fin de semana correspondiente al 11 y 12 de abril de 1903 de El Diario tuvo como tapa un gran dibujo a página con el título destacado que rezaba: "El primer telegrama en Nahuel Huapi". Simulaba una modesta oficina y un grupo de hombres alborozados que rodeaban al telegrafista. El dibujante agregó fuera de contexto a varios aborígenes.
* Ñorquinco y Los Repollos. La edición del vespertino El Diario de hace un siglo -precedentemente aludida- incluyó un buen mapa de la Patagonia con el trazado de las líneas telegráficas existentes y en proyecto. La nota da datos interesantes, como el de una línea proyectada entre Ñorquinco y Puelo pasando por Los Repollos. Estaba en construcción la línea a Colonia 16 de Octubre y Cerro Negro vía Colonia San Martín y Nueva Lubeca.
Las líneas instaladas sumaban 3007 kilómetros y 5132 de conductores. Se agregó un conductor entre Roca y Neuquén con Buenos Aires. Había 45 oficinas; 29 eran casillas de madera forradas de galvanizado y el resto casas de construcción tradicional
*Policía rionegrina. Según un informe elevado al Ministerio del Interior desde Viedma -datado el 15 de abril de 1902- en todo el territorio de Río Negro había 9 comisarios, 8 sargentos, 12 cabos y 118 agentes (expediente 1144 del año, legajo 7, año 2, Ministerio del Interior, Sala X, Archivo General de la Nación).
*Defensores de Alsina. Una nota que salió en defensa del gobernador neuquino Alsina apareció en El Diario del 14 de abril de 1903 y la suscribió Carlos Correa Luna que viajó especialmente a Chos Malal.
Rabia en Viedma. El 15 de abril de 1903 partieron embarcados "desde Puerto San Blas"con destino al Instituto Pasteur 16 vecinos de Viedma que fueron mordidos días antes por un perro rabioso.
*Naufragio en el Limay. Según La Nación del 16 de abril de 1906, el agrimensor Mario Engel que navegaba aguas abajo del Limay, naufragó pasando Piedra del Aguila y se salvó con 6 tripulantes. Perdió el teodolito y 200 gramos de oro que había sacado (o quizás comprado) en arroyos del Chubut.
*Policía neuquina. Al mismo tiempo en el territorio de Neuquén para 7 comisarios había 6 Sargentos, 11 cabos y 103 agentes (Expediente 1300, legajo 8, año 1902, Ministerio del Interior, Sala X, Archivo General de la Nación). Tanto en uno como en otro territorio, a los agentes se los solía llamar gendarmes.

   
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