Lunes 7 de abril de 2003 | ||
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Timones y capitanes |
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En dosis similares, la Argentina de diciembre de 2001 a esta parte mostró la alergia de muchos ciudadanos ante la clase política y la incapacidad de esos mismos habitantes para reconocer sus responsabilidades ante el presente del país. Si esos señores habitan despachos oficiales no es porque coparon la parada una noche fría de combate. Alguien los eligió. Si se manejan con tanta impunidad, evidencia hay de que existió un largo proceso previo de ausencia de controles. Y en este "sálvese quien pueda", sucesivas negativas hubo a la frase que alienta a cambiar la política haciendo política. "¿Para qué? Si no te dejan participar", fue una respuesta muy escuchada en la Argentina pos De la Rúa. Claro, el sedentarismo cívico imperante lleva a pensar primero en la política partidaria y dentro de ella a las estructuras tradicionales que aglutinan poder. Pues no. Hay otros caminos y alcanza con levantar la vista un poco más allá para darse cuenta que el rumbo puede cambiarse empujando desde diferentes costados. El ejemplo se dio la semana pasada en Roca, con la aprobación del Plan Director. Por fin hubo quienes dejaron de lado el "qué fea es Roca", "qué desordenada", "qué centro aburrido". Los responsables de que hoy la ciudad tenga las reglas claras para el crecimiento no se fijaron si el que estaba al lado era radical o peronista, ingeniero o arquitecto. Tampoco si vivía al norte del Canal Principal, en el centro o en una chacra. Todos queremos vivir en una ciudad mejor, entonces la ecuación es sencilla: 15 meses de trabajo intenso, 14 talleres, debate y sanas peleas a cambio de un futuro urbanístico prometedor. Tamaño esfuerzo incluye el casi hito que significó hacer "caminar" un proyecto cajoneado, por las viejas diferencias políticas en el oficialismo, en el Concejo Deliberante. Ahora bien, ¿cuál es el desafío que viene? Defender el paso dado hacia adelante. No abandonar la participación en debates inherentes a la construcción de nuevas bases político institucionales puede ser un buen comienzo. Controlar desde el ámbito propio el respeto a las nuevas reglas para el uso del suelo roquense es otra alternativa. Nada mejor que un año electoral para poner en práctica el ejercicio de la democracia. Que los candidatos propongan, pero que los ciudadanos marquen hacia dónde encaminar la gestión. Quien se precie aspirante a jefe comunal debería tener en cuenta que muchos roquenses ya conocen dos modelos: el verticalista, con decisiones ausentes de toda planificación y el surgido del consenso posterior a un largo debate. También sería un gesto de madurez que si el próximo intendente roquense no lleva la misma camiseta de la actual administración deje de lado la tradición de congelar todas las iniciativas de su antecesor, sólo porque no llevan el sello propio. Adoptar esa postura con el plan estratégico y todos sus proyectos satélite podría ser sinónimo de oponerse a decenas de entidades intermedias, colegios profesionales y agrupaciones sociales, que pusieron fin a años de paralelismo para encabezar un proceso de transformación. En fin, a pesar de la turbulencia puede verse que algo está cambiando en Roca. Que el ejemplo de participación, compromiso y pluralismo de la semana pasada quede en la historia como el punto de partida para un traspaso de mando en el timón no depende de los que ya están adentro. Depende de los que se suban al barco para ver las cosas desde otra perspectiva y sentir que también pueden ser capitanes. Hugo Alonso |
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