Lunes 21 de abril de 2003
 

Participación ciudadana y democracia

 

Por Pablo M. Leiva (*)

  La participación reducida, la apatía ciudadana o el abstencionismo electoral son flagelos que debilitan el carácter democrático de un pueblo que se ha organizado políticamente como tal.
La democracia es recomendable no sólo por razones morales y sociales de organización y convivencia sino porque, finalmente, fortalece la estabilidad sistémica. Es este régimen político en el cual vivimos, con sus imperfecciones y virtudes, el que permite a los ciudadanos de todos los sectores sociales, y no sólo los que detentan el poder, participar en política.
El electorado, los ciudadanos comunes, se convierte en parte de la estructura de legitimación y en él, más que en el gobierno, reside la autoridad ultima. ¿Por qué es así?, porque el ciudadano es el soberano y no el que ostenta el poder de turno. En palabras de J. J. Rousseau (1762), el soberano, constituido por el pacto social, es el pueblo como cuerpo decretando la voluntad general, cuya expresión es la ley; la voluntad del soberano es el soberano mismo.
El soberano es la voluntad general que determina el acto general, el gobierno obra, él ejecuta por medio de actos particulares el acto general. El gobierno es la fuerza al servicio de la voluntad, por ello es que debe ser establecido de manera que ejecute siempre la ley y nunca algo más que la ley. No se trata para ellos de contratar, sino de obedecer, ellos tienen un empleo como simples funcionarios del soberano, ejercen en su nombre el poder de que les hizo depositarios, y que él puede limitar, modificar y recobrar cuando así lo crea conveniente. Todos los que confundieron y todavía confunden, para el mayor provecho de los políticos de turno, el gobierno con el soberano, no comprendieron nada de ciencia política, ya que el acto por el cual el pueblo instituye un gobierno, en elecciones democráticas, no es un contrato, sino una ley; no hay más que un contrato -dice Rousseau-, el que fundó a la sociedad y creó al soberano.
La clase dirigente debe entender que no son los amos del pueblo al ser depositarios del poder luego de una elección, sino sus ministros, sus representantes, que fueron elegidos por el mandato del pueblo soberano y que deben obedecer a éste cumpliendo las propuestas y planes de gobierno que fueron prometidos en su momento en la campaña electoral. Por este motivo es necesario que el pueblo conozca cada una de las propuestas de gobierno, sabiendo qué van a hacer y, aun más, cómo lo van a hacer, una vez que los candidatos lleguen al poder
Hoy en día vivimos en un mundo globalizado en todos sus aspectos, de creciente modernización donde la tecnología aumenta en forma vertiginosa, en un contexto cernido por la incertidumbre de no saber hacia dónde se va y qué rumbo tomar. Las problemáticas sociales son cada vez más agudas y mucho más complejas que diez o quince años atrás y, por ello, necesitan de soluciones y respuestas elaboradas por personas idóneas, comprometidas en un trabajo serio, donde la gente sepa que tienen un diagnóstico adecuado a la realidad y un plan serio de gobierno a corto, mediano y largo plazos, y no algo improvisado, como veo que muchos candidatos a la presidencia están presentando a la ciudadanía, con discursos proselitistas, meramente ideológicos y partidistas, pero vacíos de contenido.
Los candidatos no se animan a debatir sus ideas de gobierno en un panel de cara a la ciudadanía, requisito esencial en las democracias occidentales maduras. Por esto, es de vital importancia que el pueblo exija a sus candidatos cómo van a llevar adelante lo que nos prometen, porque estamos cansados del discurso hueco, del doble discurso, de quedar esperando y nunca lleguen las lindas propuestas prometidas en cada campaña electoral. Cada uno de nosotros debe comprometerse tanto políticamente, esto es, participando en las elecciones, ejerciendo su derecho político, como en informarse acerca de las medidas, planes y propuestas de gobierno, votando la propuesta más seria, es la única forma de garantizar de que no mientan.
No es mucho pedir que se voten esta vez planes elaborados de gobierno y no la figura del candidato, y qué importa si el candidato tal vez no sea de una fuerza política de alta convocatoria electoral, pero presenta un plan serio de gobierno, coherente con la posibilidad de realización del mismo pos-elecciones. Entonces ese candidato tendría el apoyo y el respaldo de todo un pueblo, del soberano, que saldría a la calle en masa con las ollas a defender su propuesta cuantas veces sea necesario si no encontrase el respaldo político una vez llegado al gobierno.
Hoy el ambiente en el escenario político nacional está cernido, a raíz de algunas declaraciones de los candidatos, por una posibilidad de fraude electoral, pero son maniobras que no le hacen bien a la ya alicaída política que tenemos. Ahondan más la incertidumbre, llevando la política a un nivel mediocre que no nos merecemos, en lugar de verdaderos programas de gobierno sostenibles y sustentables en el tiempo, y el fin va a ser la ingobernabilidad y el quiebre definitivo de las instituciones democráticas. Para que no nos suceda esto, el pueblo debe participar. Si unos pocos, en nombre de algunos, gobiernan a todos, la clave de la justificación está en el derecho a participar en el sistema. Si los ciudadanos tienen ese derecho y no les es obstaculizado en forma abierta o encubierta, y no lo ejercen, no afiliándose a partidos, no votando en las internas, no votando en las generales, no informándose, etc. usan de su libertad en forma negativa: esa actitud debe ser indudablemente respetada, pero entraña la pérdida del derecho a reclamar por lo que hagan después los gobernantes y en definitiva los pocos que sí participan. Es tiempo de oxigenar la política, sepa el pueblo elegir.


(*) Licenciado en Ciencia Política
     
     
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