Lunes 21 de abril de 2003
 

La democracia, entre el tiempo y las elecciones

 

Por Gabriel Rafart (*)

  Tiempos de elecciones presidenciales. Resta muy poco para clausurar un capítulo más de nuestra esquiva democracia política. Tiempos para la sospecha sobre cierta ingeniería propiciatoria de ilegalidad e ilegitimidad. Hoy son los candidatos quienes lanzan mensajes de incertidumbres al ruedo electoral. Es cierto que esas sospechas habían sido anunciadas desde hace tiempo por quienes vieron después de aquel lejano diciembre del 2001 la ausencia de un seguro calendario electoral. Agenda indefinida, que a la vista de una ciudadanía ruidosa se la entendía como un peligroso juego de intrigas cuyo único propósito era sostener a esa "clase política" bajo la clausura corporativa aunque vilipendiada. No nos olvidemos de que el inminente acto electoral fue aplazado una y otra vez por los ocupantes de la Casa Rosada sin otras razones que el cálculo por intereses nunca declarados. Las bancadas parlamentarias mayoritarias nunca se mostraron neutrales al respecto y desde algunos estrados judiciales hubo un exceso de permeabilidad a la voluntad por alterar los plazos de acuerdo con los dictados de tal o cual cuartel de campaña.
El contexto de estos tiempos, donde esos mismos "tiempos" fueron manipulados: una campaña electoral pobre y empobrecida en discursos, prácticas, candidatos y sobre todo proyectos. El resultado: una sociedad que votará el 27 de abril y seguramente lo hará nuevamente en una segunda ronda, evaluando desde una apatía rampante la total desnudez del régimen político realmente existente en la Argentina.
Un régimen muy lejos de los tiempos en que trabajosamente se erigió, primero en deseo republicano y después a modo de aspiración democrática. Una historia, nacida con Mayo que lleva dos siglos y la otra, parida en el centenario, con apenas noventa años. Ambas historias, con sabor a gobierno responsable y popular, operaron a modo de pasión intermitente y consumación institucional, en elecciones periódicas. Y en esa periodicidad, república y democracia parecían haber ganado la guerra de los tiempos históricos poniendo fin al pasado de dictaduras. Esa historia, reciente, tiene una vida muy corta, de apenas dos decenios y un acta de nacimiento, en aquellas elecciones que consagraron a un radical como presidente.
¿Qué nos informa esta quinta y desprolija convocatoria para elegir un nuevo presidente? La debida administración de los tiempos, de tiempos electorales pero también en términos de periodicidad para los mandatos, según nuestra carta constitucional, ¿es un atributo de una república democrática? Las expectativas por el cumplimiento de calendarios y mandatos electivos, ¿hacen a la democracia? Sin duda el manejo discrecional de esta dimensión temporal nos obliga a repensar aspectos clave de nuestro repertorio político y cultural si queremos calificar nuestro régimen como una democracia que se precie de tal.
Destaquemos el listado de atributos que hacen al modelo democrático, afincado mucho más desde su cruda experiencia que desde la cómoda lectura y cuando no, de la aspiración de ese caudal de políticos honestos que siempre existe y de politólogos comprometidos con una comprensión cabal de esta realidad. Ese anclaje, desde la experiencia, nos permite reconocer un régimen tal cual es, para poder interpelar a otros donde las ausencias o las fallas nos informan de otra cosa diferente. Una auténtica convención teórica y práctica acerca del desempeño de las repúblicas democráticas para estos últimos cincuenta años reconoce en las autoridades públicas electas, las elecciones libres y limpias, un sufragio suficientemente amplio, en el derecho de todo ciudadano a competir por cargos electivos y, naturalmente, en las efectivas libertades contextuales (de expresión, información alternativa y de asociación) los atributos mínimos para entender un régimen democrático
Sin embargo, tal cual la historia del suceder político en nuestro escenario latinoamericano, hay un rasgo que comenzó a entenderse si no necesario, sí excluyente. Dicho rasgo se originó por aquellas épocas donde la preocupación de los estudiosos y las prácticas de sinceros actores públicos apuntaba al tema de la transición, para luego centrarse en conocer las claves políticas e institucionales que hacen a la consolidación de nuestras democracias. El tema en cuestión: el manejo del tiempo. No de un tiempo seco, sin actos ni protagonistas. Al uso y la construcción certera que hacen la ciudadanía y los hombres públicos de los tiempos políticos.
Es así que quienes otorgan certificaciones de "calidad" a las democracias existentes arribaron a una definición que, con la totalidad de los atributos mencionados, debe necesariamente aceptar una precisa dimensión temporal. Un claro control y cumplimiento de los tiempos políticos. De los tiempos que hacen a la presencia de gobiernos que sean capaces de cumplir con sus mandatos. Es cierto que la cuestión no se agota en el respeto hacia los mandatos, en sólo atender a cuántos años y días de ejercicio en el gobierno luego de tal o cual triunfo electoral. Hay otros tiempos que pertenecen a un mundo cultural que, si bien muchas veces es imaginado, se constituye en realidad palpable. De tiempos que construyen expectativas generalizadas de que el proceso electoral, las libertades que ofician de menú sustantivo, se mantendrán en un futuro indefinido. Y que los proyectos que se exponen para un mandato serán cumplidos.
Es que el entender que los tiempos serán respetados hace a poner bajo control a aquellas restricciones hacia una agenda donde quienes gobiernan, por voluntad de los gobernados, no sufran vetos o intempestivos cortes por decisión de actores no electos para tal fin. Si bien pareciera que ello estaba destinado al conocido "actor" militar del pasado, hoy pretende poner bajo resguardo a los tiempos políticos democráticos a esas fuerzas imprecisas, pero dramáticamente decisivas, que se hacen llamar "mercados".
La Argentina expone un momento más de su atribulada democracia. El primer presidente democrático de hace veinte años se vio obligado a retirarse con anticipación de su puesto. El segundo, forzó una primera reelección y llevó al límite de lo insoportable su voluntad reeleccionista sin atender a la previsibilidad constitucional que el mismo impuso. El tercero, se retiró trágicamente luego de haber bailado una danza ecléctica, donde el ritmo tenía su sello en esa incapacidad decisoria que lo destacó y el resto fue aportado por la presión popular en la calle y los eternos conspiradores de palacios según la excelente imagen construida por Miguel Bonazo.
Después de la caída del último presidente elegido por el voto popular, los despojos del poder fueron equilibrados desde un nada inocente hacer lo que se pueda, pero sin entender que la actual convocatoria había sumado a ese recorrido un acto más de discontinuidades temporales. ¿Qué tiempos administrará la próxima presidencia?

(*) Profesor Derecho Político II - UNC
     
     
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