Domingo 13 de abril de 2003 | ||
¿Estará echada la suerte? |
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Por Carlos Torrengo |
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Se puede quebrar el bipartidismo que signa a la política rionegrina? Tarea titánica, pero que está lejos de ser imposible. Labor tan compleja que hoy logró amortiguar el discurso triunfalista que creyó que aquella fractura estaba a la vuelta de la esquina. Triunfalismo -por caso- que impregnó por largo tiempo el discurso de campaña de Julio Arriaga, candidato a gobernador por el Frente Grande. Fue un lapso en que leyó el devenir de la política en términos tan lineales que ahora, cuando lo recuerda, el cipoleño se ruboriza. Triunfalismo que jamás hizo propio Eduardo Rosso, líder del MARA y su aspirante a mandatario. Sucede que el MARA se maneja con un dibujo muy particular de lo que imagina como su destino político más inmediato. Está más inmerso en la búsqueda de un espacio político con miras a futuro, que en dejarse llevar por la adrenalina que promueve la consigna "poder ya". Y desde algún lugar del hoy escuálido ARI rionegrino también en su momento se habló del inexorable fin del bipartidismo. Pero fundó su sentencia desde elucubraciones que tenían más de ingeniería política que de reflexiones que computen la dialéctica que es propia de la política. ¿Pero por qué es posible romper el bipartidismo en la provincia? -Por todo lo que aún se puede hacer para facilitar esa alternativa -reflexionó Rosso semanas atrás en Roca. Luego se replegó en un silencio que embrolla toda posibilidad de dilucidar si tiene diagnóstico sobre lo que hay que hacer, o simplemente se expresó sin ir más allá del sentido común. Es materia opinable establecer todo lo que se debe hacer en función de ese objetivo. Pero MARA, ARI y Frente Grande saben perfectamente lo que no deben hacer si quieren amenazar al bipartidismo: ir a las urnas por separado. Porque, huelga decirlo, a la larga la dispersión de oposición puede terminan beneficiando a lo más permanente. -El radicalismo tiene fatiga muscular -dice Arriaga y habla desde la seguridad del cardiólogo que sabe del esqueleto. Sí, hay fatiga en el radicalismo. Y también una fórmula a gobernador y vice que no trasciende ni se define con perfil propio. Y no es poco recordar que la UCR está perdiendo las elecciones. Conclusión: el radicalismo no tiene la integridad de Napoleón en Austerlitz. Pero mantiene la maniobrabilidad y logística que le acredita manejar el aparato de Estado. Desde ahí somete voluntades y se beneficia de todo lo que facilita ese poder. Le suma la disciplina que requiere luchar cuando hay muchos intereses propios en juego. Relaciones, negocios y destinos de vida que sólo sobrevivirán si se sigue en el poder. "Yo podía perder la batalla, pero lo que hice fue no perder un minuto para ganar la batalla", dijo Napoleón en la noche de Austerlitz. Y el radicalismo no pierde un minuto. ¿Y el peronismo? Se siente gobierno por primera vez desde aquella madrugada del "95 en que supo que por 600 votos el radicalismo le ganaba la gobernación. Hoy muestra organización y cohesión hacia adentro en una inmensa franja de sus filas. Y desde la conducción, el poder se ejerce en términos llamativamente horizontalizados. Pero aun siendo opción concreta de poder, el peronismo también hace suyo un déficit muy extendido en el grueso de los partidos políticos rionegrinos: no dice lo que quiere hacer si llega al gobierno. No habla con metodología de análisis sobre los problemas. Sólo ideas generales con las cuales es de enfermos no estar de acuerdo. ¿Qué duda cabe de que el oxígeno es importante? Además, y al menos hasta hoy, todo su discurso descansa en Carlos Soria. Es un riesgo. Soria es un hacedor de política, no un florentino del verbo. Conclusión: suele estar expuesto a generar situaciones poco aconsejables para el interés general del partido ante las urnas. Y anoche, el peronismo cometió un error: expulsó a Eduardo Rosso de sus filas. Atacado por su legendaria manía de cierta concepción de la disciplina interna, el PJ lo sanciona. Y abre la posibilidad de que Rosso se agrande hacia dentro y fuera del partido. Así, el resto de los partidos está entonces ante un bipartidismo que ya no se planta con la fuerza que lo distinguió durante toda la transición. Se sabe que en ese resto de la política persiste la idea de reflexionar sobre cohesionarse y enfrentar al bipartidismo. Y que hay contactos conducentes a ese fin. Es una alternativa que se merecen miles de rionegrinos. Alternativa que sólo se puede plasmar si, precisamente, prima esa obligación. O que puede morir nonata si prevalece una visión mezquina del ejercicio del poder. Si sucede esto último, la suerte quizá esté echada. Carlos Torrengo |
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