Lunes 21 de abril de 2003
 

Mentiras compradas

 
  Al parecer sin sentirse culpable de nada, el jefe de noticias de la cadena televisiva de alcance mundial CNN, Eason Jordan, acaba de informar que durante doce años ocultó sistemáticamente la verdad sobre muchas atrocidades perpetradas por el régimen de Saddam Hussein a fin de conservar una relación amistosa con sus fuentes de información oficiales en Irak. En otras palabras, a cambio del privilegio a su entender valioso de poder entrevistar al dictador y sus agentes, uno de los medios más prestigiosos del mundo entero eligió servir de propagandista para una banda de delincuentes, negándose a hablar de lo que después calificaría de "tortura, mutilación y otras atrocidades horribles" y celebrando con elogios almibarados farsas siniestras como aquellas elecciones del año pasado en que todos los iraquíes adultos, sin ninguna excepción, supuestamente votaron por Saddam Hussein: según CNN, el "100%" electoral así supuesto probó que el pueblo iraquí respaldaba con firmeza unánime a su líder. Si bien CNN no cobró directamente por sus servicios en dinero, sus ejecutivos calculaban que poder seguir operando en Irak ayudaría a aumentar sus ingresos y que por lo tanto le convendría dejar de preocuparse por la verdad o por el hecho evidente de que al colaborar con una dictadura feroz estimularan a torturadores y asesinos.
De haberse tratado del miedo sentido por un reportero determinado de verse convertido en una víctima más de un régimen despiadado, la actitud manifestada por el jefe de noticias de CNN sería por lo menos comprensible. De tratarse en el fondo de una cuestión de nada más que dinero, empero, constituye una traición profesional despreciable. Sin embargo, nadie supone que CNN fue el único medio importante que actuara de esta forma. Puede que algunas cadenas televisivas, diarios y revistas siempre se hayan negado por principio a venderse a dictadores, pero parecería que la mayoría está dispuesta a colaborar con tiranías no tanto para proteger a sus reporteros, cuanto para conseguir las visas y las entrevistas con personajes notorios que conforman una de las bases de su negocio.
Para las grandes empresas periodísticas que operan en una multitud de países, mantener la independencia que todas afirman es su característica principal nunca es tan fácil como muchos suponen. Además de la tentación acaso irresistible de permitir que las preferencias ideológicas, religiosas o personales propias distorsionen la información, es forzoso tomar en cuenta la necesidad práctica de tener "acceso" a individuos poderosos que, en muchas partes del mundo, suelen ser criminales. Con todo, a menos que la falta de imparcialidad implique ayudar a encubrir delitos, en los países democráticos los riesgos raramente son graves porque cuando abundan los medios y éstos representan una gran variedad de puntos de vista, siempre habrá algunos que estarán más que encantados de revelar lo que otros quisieran mantener en secreto. En cambio, en las dictaduras la voluntad de periodistas extranjeros que en teoría no están comprometidos con el régimen de ocultar los hechos y de repetir amplificando las mentiras oficiales equivale a un crimen de lesa humanidad de consecuencias a menudo nefastas. Además de hacer pensar a asesinos que disfrutan de impunidad, el silencio de medios como CNN sobre los crímenes cometidos por tiranos ha servido para confundir a muchos incautos. En efecto, debido en buena medida a la falta de información veraz sobre los horrores cotidianos que son tan típicos de las dictaduras, millones de personas en el Occidente parecen haber llegado a la conclusión de que sus propios países, en los que cualquier delito cometido por el gobierno de turno será denunciado en términos vehementes y las lacras sociales motivan torrentes de abuso, son decididamente peores que tiranías como las que cubren buena parte de Asia y Africa. Puede que de haber sabido algo más sobre los crímenes horrendos perpetrados por Saddam, sus hijos y los esbirros del partido gobernante, los políticos y periodistas occidentales que se oponían a la guerra hubieran tenido la decencia de reconocer que tratar a Irak como nada más que un "país pequeño" martirizado por el "nuevo Hitler" de Washington no equivalía a ser solidarios con los iraquíes de carne y hueso.
     
     
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