Lunes 14 de abril de 2003
 

Hora de despertar

 
  Según uno de los mitos nacionales más amados, la Argentina es un país muy culto de nivel educativo excepcional en el que abundan los lectores. Propagada por el mundo entero, la imagen prestigiosa así supuesta benefició a muchos individuos cuando buscaron trabajo en el exterior y ha incidido en las decisiones de las grandes multinacionales que por razones comprensibles suelen tomar en cuenta la "calidad humana" -es decir, los presuntos logros educativos- de los habitantes de los lugares en los que se proponen invertir. Desgraciadamente para nosotros, aquel mito valioso está haciéndose cada vez menos convincente. Hace pocos días se difundieron los resultados de un estudio internacional destinado a medir la capacidad lectora de los jóvenes de cuarto grado de 35 países. La Argentina se colocó en el lugar número 31, detrás incluso de naciones que nunca han sido celebradas por su excelencia educativa como Rumania, Moldavia, Turquía y Macedonia, aunque parecería que los alumnos de nuestros colegios están más avanzados en lo que es una materia fundamental que sus coetáneos de Irán, Kuwait, Marruecos y Belice. Huelga decir que la brecha que nos separa de los países más exitosos, Suecia, Holanda, Inglaterra y Bulgaria, ya es abismal.
Para explicar el fracaso, algunos han aludido al presunto eurocentrismo de las pruebas, característica que no perjudicó demasiado a los alumnos de Singapur y Hong Kong, a "la pobreza", que al parecer no resultó ser un obstáculo en países más pobres que la Argentina como Bulgaria, Letonia y Lituania, y a las pocas horas de clase de la mayoría de los niños argentinos en comparación con sus equivalentes europeos, si bien este último factor podría tomarse más por otro síntoma del escaso interés por el saber que por una causa básica de atraso. En efecto, parecen estar en lo cierto quienes han achacado el desempeño desastroso de los jóvenes a que en la Argentina la lectura es una actividad penosamente minoritaria, una realidad que dista de ser nueva y que tiene mucho menos que ver con "la crisis" económica que con una tradición cultural permisiva y facilista. Mientras que en algunos países los libros se venden por centenares de miles, cuando no por millones, aquí una venta de diez mil ejemplares será considerada todo un triunfo editorial. Asimismo, puesto que en la mayoría de los hogares argentinos no se ve un solo libro no debe sorprendernos que los alumnos vayan a la zaga de sus contemporáneos europeos, norteamericanos y asiáticos.
¿Sería posible mejorar el nivel educativo para que nuestros jóvenes se pusieran a la par de por lo menos los franceses e italianos? En principio sí, pero en la práctica sería muy poco probable. Por estar el país atrapado en una fase confusa signada por conflictos políticos y luchas sindicales protagonizadas en muchas ocasiones por los docentes, aún no se dan las condiciones para un gran esfuerzo nacional destinado a rescatarnos de la mediocridad institucionalizada y, lo que es peor, no existen razones para suponer que esta situación lamentable se modifique mucho en los años próximos. Es que las culturas -en el sentido antropológico de la palabra, se entiende- propenden a perpetuarse. Los contrarios a la lectura suelen reivindicar su propia terquedad, aunque sólo fuera indirectamente, mofándose de los jóvenes que manifiestan cierto interés por actividades a su juicio tristes, anacrónicas y mucho menos entretenidas que mirar televisión. Si sólo fuera cuestión de una particularidad "cultural" como podría ser la preferencia por el tango por encima de la música rock, el que los jóvenes argentinos no sepan leer tan bien como los del norte de Europa sería meramente anecdótico, pero desafortunadamente se trata de una diferencia que con toda seguridad incidirá profundamente en nuestro futuro común. Aún más que en el pasado, hoy en día la capacidad para leer y entender lo leído es fundamental. Aquellos países en los que el nivel educativo promedio es relativamente satisfactorio podrán "competir" con éxito en una época en la que las materias primas importan cada vez menos y la materia gris bien preparada, cada vez más. En cuanto al resto, tendrá que conformarse con logros incomparablemente más humildes.
     
     
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