Domingo 13 de abril de 2003
 

Maniobras extrañas

 
  Es de suponer que la siempre polémica jueza María Servini de Cubría basó su decisión de suspender las elecciones porteñas que se habían fijado para el 8 de junio en razones jurídicas impecables, pero aun así la orden ha contribuido a hacer todavía más malsano el clima político al intensificar la sensación de que el gobierno de Eduardo Duhalde está aprovechando de forma impúdica cuanta oportunidad surja para favorecer a sus partidarios. La reacción inmediata de los políticos porteños frente a la medida dispuesta por la jueza más conocida del país aseguró que el impacto de un fallo, que según virtualmente todos beneficia al PJ, fuera abrumadoramente negativa. Desde ?la derecha? representada por el empresario Mauricio Macri, que habló de ?un disparate jurídico?, hasta ?la izquierda? de Luis Zamora, que lo calificó de ?un manipuleo que debilita la democracia?, las opiniones, sinceras o no, de los candidatos principales se han combinado para hacer pensar que una vez más estamos entre un ataque frontal contra el espíritu, aunque no necesariamente contra la letra, de la Constitución nacional, parecer que comparte el jefe del gobierno porteño, Aníbal Ibarra, que afirma que las elecciones tendrán lugar en la fecha prevista.
Aunque ya no cabe duda de que a pesar de todo lo ocurrido en los años últimos la mayoría de los habitantes del país, incluyendo a los porteños, está resuelta a aferrarse al sistema democrático por entender muy bien lo peligrosa que sería una recaída en el autoritarismo arbitrario, existen demasiados motivos para suponer que miembros destacados del movimiento coyunturalmente gobernante se han puesto a embarrar la cancha con la esperanza de conseguir así algunas ventajas. Se trata de un proceso de atrición que se ve impulsado no tanto por una ideología declaradamente antidemocrática como por la resistencia de individuos de principios flexibles a respetar las formalidades propias del esquema vigente cuando hacerlo podría perjudicarlos. En vista de que la salud de la democracia depende en buena medida de que haya reglas claras y que todos las acaten, el que tantos peronistas, con la colaboración acaso involuntaria de la Justicia cuyo papel en este asunto como en tantos otros similares dista de ser neutral, hayan hecho todo lo posible por sembrar confusión es un síntoma ominoso de deterioro. Lo que es peor, nadie ignora que todas las trabas que han surgido últimamente se han originado en el estado caótico del Partido Justicialista, cuyo dominio actual se debe a que sus dirigentes se han negado obstinadamente a tomar en serio las profundas grietas internas que lo han transformado en una especie de coalición.
Como es natural, muchos están preguntándose si un partido político que ni siquiera ha resultado capaz de celebrar elecciones internas transparentes podría estar en condiciones de gobernar al país en un período normal, para no hablar de uno signado por la peor crisis política desde mediados del siglo XIX. Aunque la respuesta para dicho interrogante es obvia, la unidad teórica o, si se prefiere, jurídica de un movimiento que según casi todos los criterios se halla irremediablemente fragmentado, le ha permitido impedir que se consolide un nuevo sistema representativo que refleje la voluntad popular de forma un tanto más precisa. De más está decir que la pretensión de los peronistas porteños de que las elecciones en su distrito sean postergadas hasta que por fin hayan logrado resolver sus propios problemas internos ha hecho recordar los escándalos desatados en Catamarca por el senador Luis Barrionuevo, personaje que lo mismo que sus compañeros de la Capital Federal cree tener el derecho a decidir si debe permitirse o no la celebración de comicios en una fecha determinada. Según parece, los porteños tendrán que aguardar hasta que el PJ haya encontrado un candidato propio con una buena posibilidad de derrotar al favorito actual, Macri, pero a la luz de la historia embrollada del peronismo capitalino, agrupación que se destacaba por su incoherencia ya antes de estallar el conflicto entre Duhalde y Carlos Menem, sería sorprendente que un día sus integrantes lograran encolumnarse detrás de un ganador en potencia, razón por la que es poco probable que la demora ordenada por la jueza le resulte suficiente.
     
     
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