Domingo 2 de marzo de 2003

 

Se fue otro pibe

 
  La semana nos golpeó con un feroz directo al mentón. Otro adolescente se quitó la vida o, a su manera, la entregó. Y como en otras ocasiones, de alarmante frecuencia en este pueblo de bosques encantados, la comunidad se flagela en la confusión. Es que se fue otro pibe.
Algunos reaccionan con pulso acelerado y quieren hacer algo ya, sin certezas de lo que ese "algo" ha de ser. Otros agotan lágrimas en la impotencia. Muchos bucean por claves en profundidad ajena, acaso sin conocer la propia.
Pero como en aquella letra de matiz catalán, nos queda la impresión de estar sentados chupando un palo arriba de una calabaza.
Cuando esa decisión plena de soledad se transmuta en acto, los castigados de ausencia sólo atinamos a hacer preguntas. Preguntas sin atisbo de respuesta.
Abordar esa condición de ignorancia existencial es abrumador. Entonces, hay quienes claman por auxilio, prevención, debates en colegios y con adolescentes. Quieren sondear con legítima angustia el misterio que lleva a ese otro misterio de la última decisión.
Es bueno, pero quizá haya que aventurarse más allá de los momentos erráticos, disparados por la necesidad de levantar defensas. Lo peor viene del inmovilismo que sigue a la efímera reacción del "hacer algo", si no se acepta que el camino ha de ser incierto y en ocasiones frustrante.
De allí que no es intención de esta columna buscar remedos de teorías y hacer artificios con las palabras, desde el desconocimiento y la conmoción. Pero sí echarle un vistazo a la gente que hace, a los que a diario trabajan en estos asuntos, casi siempre en solitario.
Es intención de esta columna rendir tributo a los buenos docentes, aunque para infortunio de las aulas no todos exhiben el mismo compromiso. Destacan los que aún tienen la pasión por perseverar como quijotes y buscar luz en la oscuridad, afrontando situaciones que no figuran en la currícula y para las que ningún instituto les ha preparado.
El gobierno neuquino acaba de aprobar un programa de asistencia profesional a instituciones educativas, para trabajar con episodios de conflicto. Ojalá sea un paso que se sostenga en el tiempo.
Es intención de esta columna recordar a los pocos o muchos profesionales que dan su tiempo a deshoras de consultorio, para sumar labor y contención.
Es intención de esta columna reconocer la entrega de los hospitalarios, y la pertinaz brega de los pocos, muy pocos y desbordados agentes y profesionales de los servicios de salud mental.
En esa misma mención, clamar para que los que manejan presupuestos, entiendan que el recurso humano para acometer la salud psicosocial es tan importante como disponer de vacunas, comprar un autoclave o multiplicar ambulancias.
Es intención de esta columna tenderles una mano a las ONG que desfallecen por suplir lo que deberíamos tener por cada centavo de impuestos. Y a las redes solidarias que se organizan a pura voluntad, tanto para confortar como para comprender y prevenir. En fin.
Por encima de resultados y diplomas, la labor de todas estas gentes debiera ser para la mayoría -esa que conformamos sin saber- recordatorio de cuán solos los dejamos, de cuánto volvemos el rostro cuando se trata de asuntos que desgarran la vida en la puerta de al lado.
Y es que a casi todos nos acicatea el golpe cuando lo recibimos, por fracaso de las fintas.
Quizá la primera respuesta sea involucrarnos en esa construcción cotidiana, en el lugar que nos toque, para no dejar a la deriva a los que ya hacen.
Es que se fue otro pibe...

Fernando Bravo
rionegro@smandes.com.ar

   
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