Viernes 28 de marzo de 2003 | ||
Credenciales: ¿necesarias o suficientes? |
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Por Ricardo Achilles |
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El fracaso del paradigma socio-cultural-económico conduce inexorablemente a la revisión de sus pautas de origen. Aspectos atinentes a credibilidad de Estado e instituciones y a credenciales individuales aparecen necesariamente incluidos en tal análisis. Desde las credenciales de Hillary Clinton en el Partido Demócrata americano a las de los precandidatos justicialistas a elecciones generales argentinas, desde los créditos del FMI a países en vías de desarrollo a la acreditación de carreras en universidades argentinas con miras al Mercosur, la credibilidad parece ser el signo de estos tiempos. El autor, cuyas "credenciales" incorporan actividades de consultoría en sistemas de energía y de docencia e investigación en la UTN Confluencia, propone una crítica visión de las credenciales individuales desde el ángulo de su actividad profesional. ***** Mi biografía es leída desde el podio. Mi pensamiento se encuentra abstraído en la conferencia que debo dar a continuación y realmente no estoy prestando atención a la introducción. Obvio, mi biografía es aburrida aun para mí. Cuando en algún lapso de concentración escucho algún pasaje, mis mecanismos de defensa no demoran: "Ese no soy yo...". Sí, por supuesto, yo mismo la escribí siguiendo canónicas reglas del arte. ¿Será ésa la razón por la que suena tonta? Cuando leo un buen artículo profesional -o uno muy malo- sistemáticamente voy al final del mismo para conocer más sobre el autor. De más está decir que mi curiosidad permanece insatisfecha: todos los autores fueron a ésta o aquella escuela y/o universidad, tomaron tal o cual trabajo y en la actualidad ocupan ésta u otra envidiable posición. Fueron además miembros en comités y sociedades de las que jamás escuché o leí. Alguna ocasional fotografía desactualizada de ojos saltones podría complementarse perfectamente con el texto "...en la actualidad cumpliendo una condena de 10 a 15 años por robo armado". ¿Es ésta realmente la persona?, o estamos tan atados a nuestras fachadas profesionales que hemos perdido el componente humano? Las síntesis de libros de ficción -que en ocasiones me interesan- incorporan a menudo comentarios sobre el autor. ¿Alguna vez se refirieron al trabajo de éste en algún comité? Nunca. A lo sumo mencionan que vive en los ventosos riscos de una playa solitaria acompañado por su fiel pastor inglés Rufus dividiendo tiempo no dedicado a la escritura entre la práctica del clavicordio y la atención de su colección de vasijas Ming. La fotografía de un pensativo rostro desgastado por tiempo y clima –interesantemente distorsionado por su proximidad con la cámara- no podría, en combinación con la pipa apagada, el sweater raído y el adusto gesto del perro, aportar una descripción más creíble. Por el contrario, los clasificados en busca de compañía incluidos en algunas publicaciones se ubican claramente en el extremo opuesto: los colocadores de avisos son sin excepción altos, de buena presencia y mejor educación (usualmente profesionales de la salud y rara vez ingenieros), viajeros del mundo, sin omitir algún estratégico talento musical. Tratan de describir con modestia sus amplias virtudes en busca de alguien con quien compartir viajes, caminatas por la playa y un romance en pos de una inperenne puesta de sol. Surge otra vez la pregunta: ¿son estas personas reales? ¿Existe algún método para volver a la vida nuestras fallecientes biografías profesionales? Una posibilidad se podría centrar en la natural facilidad con la que ocultamos algunas de nuestras habilidades. ¿Nunca les ha ocurrido descubrir un talento inusual -del que nadie había tomado conciencia- en un compañero de trabajo de años? Siempre hay alguien que trabajó como mago profesional, tomó lecciones de concertista de piano o se anotó ilegalmente en el maratón de San Silvestre. Revelaciones como éstas tienden a arrojar un halo de luz diferente sobre las personas. La cosa hecha profesionalmente y la persona vívida toman, definitivamente, un cariz distinto. Pero, reconozcámoslo, este método perjudicaría a los que desafortunadamente no poseen talentos secretos. Cabría, en aras de la ecuanimidad, la salvedad de permitir -a todos los biografiantes- la incorporación de una mentira por biografía. Esta regla liberaría expresión y creatividad. Puedo imaginarme al autor de un paper sobre superconductores de alta temperatura declarando que la idea se le ocurrió mientras actuaba como mercenario en América Central, u otro cuyos desarrollos originales en biosistemas fueron inspirados mientras separaba comestibles de basura orgánica en un hotel del Barrio Norte de Buenos Aires. Un tercero, para cubrir la deficiente presentación de un artículo, podrá manifestar que el mismo fue escrito mientras el autor se recuperaba de una lesión cerebral temporaria grave asociada a un accidente de tránsito. Habría un segundo método, más brutal si se quiere, de dar vida a biografías no convincentes con frases tales como: "El autor no posee talentos a saber, considerándose afortunado de trabajar en este aburrido trabajo". "El autor dejó su más reciente trabajo en Monstertronics Inc. en el pasado noviembre en ocasión de ser despedido por incompetencia". "El autor hubiera dado su brazo izquierdo por ser una estrella de cine; en su desesperación al no conseguir jamás una prueba de pantalla, tomó este estúpido trabajo sobre redes neuronales". "Debido a que nunca le fuera requerido, el autor no registra trabajos en ningún comité del IEEE (Institute of Electrical and Electronics Engineers)". "El autor no posee estudios avanzados de ninguna especie ya que en ocasión de otorgarle en 1978 el Barchelor in Sciences en Ingeniería Eléctrica, la Universidad Superior de Natal le previno de nunca regresar". Si tenemos credenciales impresionantes será seguramente innecesario dar vida a nuestras biografías. Hace algunos años, dos artículos propuestos para una edición especial con motivo del centenario del IEEE exhibían una marcada diferencia: la biografía de uno de los autores era de dos páginas y la del otro de dos líneas de extensión. La primera listaba los muchos comités y capítulos de sociedades en que el autor había servido, journals de que había sido referee además de las múltiples sesiones y conferencias en que había actuado como coordinador u organizador. ¡Era realmente impresionante! La más corta simplemente refería que el autor era héroe nacional de la Unión Soviética y que había recibido el Premio Nobel en Física. ¡Pobre tipo, tan poco para escribir sobre sí! Probablemente lo único mejor a tener credenciales excepcionales es no tenerlas en absoluto. Si en el camino debemos transigir en describirnos biográficamente, al menos procuremos descripciones interesantes. |
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