Miércoles 26 de marzo de 2003
 

El salón literario: tribuna de las preciosistas

 

Por Mabel Bellucci

  Este rincón de la historia, más urbano que rural, convocó la atención de la "intelligentsia" o élite intelectual, dispuesta a debatir, combatir y compartir ideas, modas, arte, así como eventos culturales y políticos.
La forma inicial del salón literario se remontaba a partir del Renacimiento, pero fue la experiencia desbaratada con la Reforma. Más tarde se produjo un florecimiento en el XVIII, más o menos en épocas de sangre y guillotina con el estallido de la Revolución Francesa, hasta su disipación en los albores del XX, durante el proceso de la unidad europea. Al menos, se configuró bajo dos modelos paradigmáticos: el salón francés de la Ilustración y el salón judío berlinés del romanticismo.
Simbolizó al mismo tiempo un ensayo general de la emancipación de las mujeres de una determinada escala social: cultas, originales, refinadas y aristocráticas. Fueron llamadas con sorna las preciosistas, pero conocidas habitualmente bajo el nombre de saloniéres. La anfitriona del emprendimiento actuaba como un imán y reunía alrededor de ella un círculo de las figuras masculinas eminentes de la época. Por cierto, había más de una mujer, pero una sobresalía y oficiaba de reina, dictaba el tono y también permitía las dosis de erotismo que consideraba adecuada para el funcionamiento del salón.
En suma: las mujeres nobles y después burguesas eran las encargadas de visibilizar y expandir el patrimonio intelectual de su país y también avanzar un paso más allá en cuanto a difusión y apoyo de descubrimientos científicos y renovaciones culturales.
En los palacios, casas de campo u hoteles particulares de esas damas, se discutían las últimas novedades filosóficas y literaria, avances en el campo de la química, la matemática o la geometría; sin olvidar las formas de sociabilización que se expresaba con la práctica del arte de la conversación.
El salón literario representó uno de los fenómenos más fascinantes de la historia cultural de la Europa moderna. Se caracterizó por una larga tradición no precisamente unitaria, sino con una diferenciación regional cuando logró extenderse por casi todos los países del Viejo Continente y con un perfil similar fue trasladado a ciertas capitales de América Latina.
En la actualidad, costaría imaginar la magnitud del influjo por los salones y sus protagonistas a lo largo de los siglos. En todo caso vendría a responder a la pregunta de George Simmel sobre la posibilidad de una cultura femenina.
Las cortes de las musas del Renacimiento, los "bureaux d"esprit" de la Ilustración y los salones del romanticismo y del inicio del naturalismo fueron también territorios de propuestas modificadoras de conciencia, en tanto que significaban universos abiertos para la cultura y para la creatividad artística.
Uno de los trazos singulares del salón literario consistía en quebrantar límites; representando más un ideario de república literaria que un enclave institucional con reglas fijas establecidas, prescindiendo de todo protocolo.
En esta dirección, sus contrincantes más fuertes eran las universidades, dominadas por el escolasticismo y las cortes, espacio que -desde la Edad Media hasta el Renacentismo- estimulaban y sustentaban la producción cultural. A partir del siglo XVII, etapa en la cual París se convirtió en el faro intelectual europeo y dio paso a la "République des Lettres", emergió un fenómeno cultural de envergadura que se extendería hasta fines del XX: relacionar la lengua francesa con los acontecimientos culturales. Es por ello que el nacimiento del primer salón del Viejo Continente, en el sentido tradicional de la expresión, fue en dicha ciudad, en 1610, al margen del mundo cortesano, provocando una revolución de las costumbres.
     
     
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