Martes 25 de marzo de 2003
 

Las lecciones de la Constitución

 

Por Pedro J. Frías

  El sesquicentenario de la Constitución de 1853 y su conmemoración, no puede ser más oportuna para inspirar los cambios necesarios para volvernos dignos de ella. Me detengo en sólo tres de las lecciones del aniversario.

Por el acuerdo a la organización

Recuerdo con unción la casa museo de San Nicolás, porque esos muros asistieron a los milagros sucesivos pero dífíciles de una paz recobrada en nombre de la unidad: se deshizo por sí sola la impostura de la in-organización que Rosas había prolongado; las situaciones locales aceptaron la conversión sincera o simuladamente y se amnistiaron culpas graves y leves; se dio prioridad a lo importante que era también lo urgente; los unitarios de provincias se demostraron mejores federales que los llamados federales y todos aceptaron un diseño imperfecto que había de conducir a su propia superación.
El 17 de marzo de 1852, Urquiza dijo a la Confederación que su misión "no era la resurrección de ningún partido, sino la observancia del Pacto Nacional Argentino". Era la hora del pacto para llegar al acuerdo y por él a la Constitución.
Así obtuvimos la sanción del 1° de mayo, de la que Botana ha escrito que "fue una proeza de síntesis del mejor pensamiento político de su tiempo" ("La Nación", 20/2/03).
Ahora la Argentina carece del acuerdo que lleve a su reorganización, porque candidatos presidenciales prefieren la confrontación leve, a la búsqueda de consensos para políticas de Estado, que son las que se cumplen por gobiernos sucesivos de distinto signo. En consecuencia, la fragmentación irá al poder...
¿Qué fragmentación? La que se advierte a través de la protesta social y de la división de los partidos, que se prolonga en incertidumbre hacia el futuro. Porque ¿qué gobernabilidad puede esperarse de la actual campaña?

Por la organización al bien común

Organizado el país, creció y se pobló. Hubo conflictos, pero se superaron. La prosperidad durante décadas alcanzó a todos y la inclusión social fue la mayor de América Latina. Lamentablemente la civilización del ocio se instaló tempranamente: cuando la Argentina era el "granero" del mundo, en la clase alta; luego el populismo lo extendió a la clase media y a los trabajadores. Cometimos muchos otros errores contra el bien común.

Por el bien común al futuro

Ser ciudadano, como nos enseña obstinadamente la conciencia, implica compartir un pasado y un futuro, es decir un destino.
Para recuperar el proyecto de futuro que abrió la Constitución en 1853, necesitamos renovar la política, con una reforma del Estado que lo haga fuerte en pocas funciones esenciales. Y la sociedad civil debe crecer en institucionalización y en recursos para que, aliada con el Estado, pueda unirse a las nuevas relaciones de la sociedad globalizada, pero impedir las dominaciones que las acompañan.
La reforma política sigue pendiente, en parte, para gastar menos y más transparentemente, para abandonar la lista sábana con un régimen electoral mixto de representación proporcional y circunscripción uninominal y tantos otros temas conocidos.
Las relaciones federales siguen su rutina, tanto que la ley de coparticipación impositiva que la reforma del "94 daba por hecha en 1996 -plazo que fijó- sigue en espera desde hace seis años.
Hay mucho más que decir. No cabe la nostalgia, sino la voluntad de ser nación. Si queremos serlo, como creo, la Constitución nos seguirá enseñando, pero la condición primera es restablecer la seguridad jurídica.
     
     
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